El 3 de Junio de 1898 la flota española capitaneada por el almirante Cervera era destrozada por los acorazados norteamericanos a la salida de la bahía de Santiago de Cuba. Sólo unos meses antes Sagasta, presionado por las clases dirigentes españolas henchidas de orgullo patrio, no tuvo más remedio que declarar la guerra a Estados Unidos, a sabiendas de la manifiesta inferioridad militar española. Cuatro meses de guerra bastaron para que el ejército español se derrumbara. La Guerra del 98 puso en evidencia la incapacidad española de defender territorios tan alejados de la metrópoli. Tras la firma en Diciembre de 1898 del Tratado de París con los Estados Unidos se ponía formalmente fin a la guerra y España cedía la soberanía de Cuba, Puerto Rico y Filipinas a los norteamericanos. En aquel momento no cabía otra solución, al carecer España de la suficiente solidez económica, de una potente marina de guerra y de una buena política internacional de alianzas que frenara el afán imperialista yanki. Con esta desafortunada guerra España no sólo perdió sus posesiones de ultramar, sino que dio por concluido su ciclo histórico de proyección internacional.
Ajenos a esta debacle nacional e ignorando que España ya no tenía soberanía sobre el archipiélago filipino, un pequeño destacamento militar español formado por apenas cincuenta hombres resistió atrincherado en la iglesia de Baler, en la isla de Luzón, un asedio de los insurrectos tágalos que duró más de 300 días. Los sitiados en Baler pasaron a la historia como "Los últimos de Filipinas", mereciendo su gesta incluso el reconocimiento elogioso de Emilio Aguinaldo, líder de la revolución filipina exiliado en Hong Kong tras el pacto de Biaknabató y que después de la derrota de España en Cuba volvió a Filipinas para reanudar la revolución independentista, financiado y armado por Estados Unidos.
Esta pequeña gesta militar española en el pueblo de Baler, tan heróica como desconocida, sirve a Juan Manuel de Prada para desarrollar a la manera clásica una novela épica de aventuras en la que no faltan escaramuzas bélicas, historias de amor, peligrosas incursiones a través de la selva y los manglares donde acechan caimanes y la peligrosa tribu de los ilongotes, pérfidas maquinaciones de conspiradores políticos, militares corruptos, traficantes de armas y masones, abundando también los testimonios y ejemplos de inquebrantable dignidad, de respeto por el otro y su cultura y de valentía más allá del deber.
Por otra parte, se vehicula también a través de la narración una crítica feroz a la Restauración, con sus alternancias en el gobierno de conservadores y progresistas representados por Cánovas y Sagasta, "ambos bufones en el tablado de la farsa alfonsina". Crítica que se hace extensible además al ejército español formado por "esclavos de uniforme" reclutados entre la gente más pobre para morir defendiendo los intereses codiciosos de políticos, caciques y oligarcas. Recordemos que Joaquín Costa definía como oligarquía y caciquismo a la forma de gobierno española de finales del XIX. No se libra tampoco de las críticas la jerarquía eclesiástica de la época que, dando la espalda a los perdedores carlistas a los que había apoyado, se sumó a la causa de Alfonso XII a fin de recuperar sus privilegios y su preponderancia social.
"Morir bajo tu cielo" es, pues, una obra inspirada en un acontecimiento histórico real "pero nada más que inspirada". En ningún momento pretende ser una reconstrucción exacta de lo ocurrido, ya que De Prada piensa que la misión del arte no es hacer "crónica fidelísima de la historia", aunque por otra parte tampoco el autor ha abusado de las "bellas falsedades" de las que hablaba Oscar Wilde y el conjunto de la obra transmite, gracias a su meticulosa documentación, verosimilitud histórica, trasladando al lector las circunstancias y opiniones de la época con gran acierto.