Tras leer la novela de Eva María Medina una duradera e inquietante sensación permanece en el interior, la de haber sido espectador de personajes existiendo en la no vida. Como así sucede con el protagonista, cuyo tiempo transcurre muerto.
La novela se desarrolla ante nuestros ojos a una velocidad fílmica, alcanzando cada uno de sus párrafos hondos pliegues del alma como la impresión recibida ante una buena película. Sirviéndose de una narrativa brillante y perspicaz, nos introduce en el culto al delirio. Porque el protagonista, desde su personal voz, nos habla de su propia incomprensión y caos existencial.
En esta historia abundan personajes atormentados con vidas desistidas y son ellos quienes acompañan ese tiempo muerto donde se suspenden sus existencias. Existencias de unos y otros mecidas por el vaivén de la temible esquizofrenia, mundo donde toda realidad coexiste absorbida por un vórtice coherente en su atroz vorágine, e incoherente para quienes observan en la comodidad del insolidario silencio al otro lado del espejo.
El delirio visto desde dentro, comprendido por nosotros los lectores, incomprendido por el narrador, nos ofrece un tratamiento del tema original y un exquisito ejercicio narrativo, de gran precisión, y de perfecto control sobre el relato.
El texto es una composición de poderosas imágenes al servicio de la metáfora, como en el caso del mimo en el Retiro, contemplado en secreto. Ellas nos hablan de prisiones y encarcelamientos emocionales además de suponer momentos de inflexión para el personaje. Porque es entonces cuando emerge ese Madrid distorsionado para él, hermoso para nosotros, concluyendo en un fascinante resultado de emociones contrapuestas.
Además, poderosas descripciones de entornos y personas refuerzan ideas y aconteceres de esta novela dotándola de una calidad literaria indiscutible. La autora sumerge a sus lectores en el complejo universo de una mente obsesiva, y confundida que se golpea a sí misma con cada suceso como el tictac de un reloj fanático, consiguiendo con ello, una tremenda sensación al pasar cada página, ¿pues qué esperanza tiene un reloj descontrolado? No demasiada.
De igual modo sucede con el protagonista, ¿qué vida tiene? Ninguna, pues es imposible vivir así. Sin embargo su corazón continúa latiendo como una máquina con el alma desencajada. Debe seguir avanzando pues, el alma confundida en los delirios de la mente y el cuerpo sin estímulos, incapaz de sentir. Por eso su tiempo transcurre muerto, como el de los relojes golpeados, cuyas manecillas a lo mejor siguen avanzando en torpes intentos desacompasados, porque en realidad sus mecanismos ya hace tiempo que están muertos.
Así es, "Relojes muertos".