¿En qué medida la cultura que vivimos se desarrolla en forma de juego? ¿En qué medida el espíritu lúdico inspira a los hombres que viven la cultura? Para Johan Huizinga el juego es más viejo que la cultura; incluso en sus formas más sencillas es ya algo más que un fenómeno meramente fisiológico, en sí mismo es una función llena de sentido, "todo juego significa algo". El juego para Huizinga no es una manifestación, entre otras, de la cultura, es la forma misma en la que la cultura se desarrolla. Para él "la cultura misma ofrece un carácter de juego". El ser humano es un "homo sapiens", también un "homo faber", pero sin duda alguna es sobre todo un "homo ludens", alguien que resuelve la vieja dicotomía el juego - lo serio optando por el primero.
El espíritu de juego es hedónico, alegre y desinteresado. La actividad lúdica está vinculada al tiempo, se consume y no tiene un fin fuera de sí. Precisa de un campo de juego, unas reglas y una comunidad de juego. La creación literaria participa de este espíritu. Escribir es jugar, sobre todo cuando se consigue sacar la escritura de los panteones críticos y académicos y desintoxicarla de su solemne y seria misión. Lo lúdico, por lo tanto, no sería la característica de una etapa pueril e inmadura del desarrollo de un arte, sino la esencia del mismo.
Juegos literarios, literatura incómoda, manierismo formal, filología recreativa, literatura intrincada, pasatiempos filológicos, divertimentos metódicos, juegos de ingenio, literatura excéntrica y extravagante, bagatelas y curiosidades literarias, de todas estas maneras han sido definidos los textos producidos por el "taller de literatura potencial" (OuLiPo) al cual pertenecía Raymond Queneau en calidad de fundador. El OuLiPo supuso en los años 60 una ruptura con la sacralización o la ritualización de la escritura, en una búsqueda imaginativa de formas y estructuras novedosas que no desdeñaba, por supuesto, la recuperación y puesta al día de precursores o antecedentes. Para este grupo, al que pertenecían también Italo Calvino, Georges Perec o Marcel Duchamp, "hacer significar" no era un proceso de ajuste a un canon ritualizador y mortífero, a una supuesta normalidad, sino una apertura total del campo de la escritura que convirtiera a la literatura en "el reino de lo abierto".
Para este grupo la única forma de conocer a fondo la escritura, la productividad textual, era transgrediendo las metódicas consagradas por la tradición o las instituciones académicas y explorando la escritura a través de métodos o procedimientos de manipulación textual de origen incluso matemático. Este grupo de escritores abordó la escritura desde la fruición y no desde la analítica doctrinaria. Su objetivo era descubrir posibilidades inéditas abandonándose a "los placeres del estilo", transitando lúdicamente por la periferia del sistema literario.
"Ejercicios de estilo" sería, pues, una obra "sin mítica" ni trascendencia, presidida enteramente por el espíritu de juego, un manifiesto en favor del placer de escribir y el goce que supone producir y transformar textos. "Ejercicios de estilo" es un laboratorio literario, un campo de pruebas en el cual, a partir de un suceso totalmente anodino e insignificante, Raymond Queneau consigue redactar 99 variaciones del mismo, presididas cada una de ellas por un criterio de transformación textual diferente. Criterio que en algunos casos recupera de la tradición literaria, en otros casos los transpone de diferentes campos del saber (del matemático, por ejemplo, en el que era un experto) y en muchos otros inventa, haciendo gala de una creatividad desbordante, que en ocasiones lleva la legibilidad al límite.
En definitiva, "Ejercicios de estilo" sería un canto a la escritura entendida como una exploración exhaustiva de lo no dicho, con la intención de volver del viaje cargado con otros modos de nombrar y otros modos de gozar de un auténtico placer textual.