"Proust dijo que su médico no había tenido en cuenta el hecho de que él leía a Shakespeare. Eso, al fin y al cabo, formaba parte de su enfermedad"
(Anatole Broyard)
A
John Sassall se le considera un buen
médico. Después de su experiencia temprana como cirujano de guerra en
Rodas se traslada a una consulta de
medicina general, ginecología y obstetricia dependiente del Servicio Nacional de Salud y situada en un remoto pueblo de interior de la campiña inglesa. Sus pacientes dicen de él que es honrado, comprensivo y amable, que no le asusta el trabajo, que sabe escuchar y se puede hablar con él, que es muy organizado y concienzudo y que siempre acude cuando se le necesita. También es temperamental, no es fácil de entender cuando teoriza ya que odia "la sintaxis del sentido común", hace cosas sólo para sorprender, está fascinado por los personajes de
Conrad y las ideas de
Freud y tiene el "privilegio de ser indiferente al éxito". Es un hombre atípico, una excepción y en muchos aspectos
un hombre afortunado, si se tienen en cuenta los estándares de nuestra sociedad.
Sassall tiene una concepción de la
medicina heroica fundamentada en el ideal de servicio al otro, que eleva al hombre por encima "de la egoísta medra personal", la responsabilidad infinita, condición
sine qua non para la práctica eficaz de un arte o técnica y la autoridad incuestionable basada en sus conocimientos y su capacidad de mantenerse sereno en las situaciones más difíciles y enervantes. Alrededor de los cuarenta años, esa fase de la vida "en la que uno abandona la espontaneidad de la juventud y, para seguir siendo sincero, ha de enfrentarse a sí mismo y juzgar desde otra posición", sufre una crisis personal y profesional y, tras seis meses de profundo
autoanálisis psicoanalítico, emerge con una serie de nuevas convicciones al respecto de su papel como médico y acerca de la condición del enfermo y del significado de la
enfermedad.
Desde este momento defenderá que el
paciente debe ser tratado como una personalidad total, que la
enfermedad más que una rendición del cuerpo a las contingencias naturales es una "forma de expresión" y que la conciencia de la enfermedad es una parte del precio que paga el hombre "a cambio de poder ser consciente de su propia identidad". Para
Sassall la enfermedad participa de nuestra propia singularidad y cree que un diagnóstico acertado implica la comprensión profunda de lo que somos como realidad bio-psicosocial. Esta concepción exige que entre el
médico y el
paciente se establezca una relación dialéctica en la que el sanitario es más un hermano mayor que un técnico (al menos en el plano de las expectativas del paciente). La fraternidad médico-enfermo prepararía el acto médico mayor, que no sería ni el diagnóstico diferencial ni la cirugía, sino el reconocimiento como ser humano, la comprensión, el apoyo y, en algunos casos, el acompañamiento hacia la muerte. "Si el hombre empieza a sentir que es reconocido habrá cambiado la naturaleza desesperada de su desdicha: incluso podría tener una oportunidad de ser feliz"; ser reconocido sería pues la condición básica para la cura, la mejora o la adaptación. Este tipo de
medicina no sólo curaría las enfermedades sino que también aliviaría el cortejo de infelicidades y angustias que acompañan a ésta.
Ahora bien,
Sassall "cura a los otros para curarse a sí mismo" de la pasión del saber. El saber que tanto ansía se lo proporciona en parte sus pacientes. Para él son sagrados, son los peldaños que le alejan de la tragedia fundamental del hombre, que es no saber con seguridad quién es o qué es. En cada visita a domicilio, en cada consulta, en cada intervención médica "una parte de él está siempre esperando a saber más", buscando la certeza y, para ello, "no para de especular, de ampliar y modificar su conciencia de lo que es posible". A pesar de esto, a veces pequeños contratiempos hacen que
Sassall caiga en periodos de depresión profunda que revelan en él una vulnerabilidad íntima que lo acerca incluso a la ideación suicida.
Para
John Berger, el autor de este libro,
Sassall fue
un hombre afortunado. Sabía lo que buscaba e hizo lo que quiso hacer. Eso sí, lo hizo "mientras pudo aguantarlo".
John Berger y
Jean Mohr -autor este último de las fotos que complementan al texto- acompañaron durante un tiempo a
John Sassall en el desempeño de su inestimable labor como médico rural. La impresión que suscitó en ellos su trabajo, la excepcionalidad de su carácter, la originalidad y riqueza de su pensamiento y su visión humanista del hombre y la vida quedan reflejadas en esta semblanza personal, más parecida a una narración especulativa y ensayística que a un texto biográfico. Más que una conclusión sobre la vida de
Sassall lo que pretende
Berger es lanzar una serie de hipótesis avaladas por declaraciones del propio médico que nos permitan entender y admirar a este hombre único.