"Se ignora que el valor es virtud de los inermes, de los pacíficos -nunca de los matones-, y que a última hora las guerras las ganan siempre los hombres de paz, nunca los jaleadores de la guerra. Sólo es valiente quien puede permitirse el lujo de la animalidad que se llama amor al prójimo, y que es lo específicamente humano".
(Antonio Machado).
Héctor Abad hijo amaba a su padre con un amor animal. Sentía por él lo mismo que sus amigos decían sentir por sus madres. Lo quería con un amor que nunca volvió a sentir hasta que nacieron sus hijos. Un día tuvo que escoger entre Dios y su padre y escogió a su padre. La idea más insoportable de su infancia siempre fue que su padre se pudiera morir y su certeza más absoluta la de que su padre se haría matar sin dudarlo un instante por defenderlo a él. Su padre jamás le inspiró miedo, sino confianza. Nunca fue déspota, sino tolerante. Nunca le hizo sentir débil, sino fuerte. Nunca le creyó tonto, sino brillante.
Héctor Abad hijo durante toda su vida siempre resolvió sus dilemas morales apelando a la memoria de su padre, a su ejemplo y a sus enseñanzas. Su padre siempre le educó en base a un principio fundamental que formulado sería el siguiente: "Si quieres que tu hijo sea bueno hazlo feliz, si quieres que sea mejor hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad".
Héctor Abad padre era médico, pero no de los que pasan consulta y se limitan a aplicar tratamientos, repartir consejos, decir frases de consuelo a la hora de la muerte de sus pacientes y ocultar su desconocimiento con términos griegos. Practicaba la medicina social, intentaba entender las relaciones entre la situación económica y la salud de los ciudadanos. Era un activista preocupado por la salud pública, su lucha estaba en la prevención de la enfermedad, mejorando las condiciones de salubridad de la gente. Era, como él mismo se denominaba, un "poliatra", un sanador de la polis.
Héctor Abad padre era un híbrido ideológico, "cristiano en religión por la figura amable de Jesús y su evidente inclinación por los más débiles; marxista en economía porque detestaba la explotación económica y los abusos infames de los capitalistas; y liberal en política, porque no soportaba la falta de libertad y tampoco las dictaduras, ni siquiera la del proletariado". Para él todo fundamentalismo, tanto en política como en religión, era pernicioso. Centró su cruzada siempre en despertar y hacer participar a los más desfavorecidos, pero esto en un país como Colombia es muy peligroso y se ganó poderosos enemigos, tanto en la Universidad como en la Iglesia y en el Gobierno. A pesar de las amenazas y los asesinatos de alguno de sus colaboradores no se rindió. Él sólo se arrodillaba ante sus rosales y sólo se ensuciaba las manos con la tierra de su jardín. Consideraba que la peor de las enfermedades padecidas por el hombre era la violencia. No le tenía miedo a la muerte porque había vivido "plenamente, intensamente, suficientemente", pero no quería morir, aún tenía motivos de alegría: jugar con sus nietos, conversar con su esposa, cultivar sus rosas. No quería que lo mataran, pensaba que una muerte violenta sería algo aterrador. Quería morir tranquilamente rodeado de sus hijos y sus nietos. Pero no fue así. Los sicarios en Colombia, por desgracia, abundan.
Héctor Abad hijo confiesa que todo lo que ha escrito lo ha escrito para su padre, para alguien que jamás lo podrá leer y esto, por paradójico que pueda parecer, es lo que le da fuerzas para seguir en sus crisis de confianza como escritor. "
El olvido que seremos" lo considera una "carta a una sombra", una carta dirigida a su padre tras veinte años de su asesinato, una carta en la que quiere dar testimonio de su dolor y re-cordar, es decir, pasar otra vez por el corazón, la historia del hombre que le dio tantas veces la vida. Este libro es, pues, "una prótesis para recordar", un intento de captar la memoria en palabras y así postergar un poco más ese
olvido que seremos.