De origen argentino y residencia en España,
Andrés Neuman fue seleccionado por la revista británica Granta entre los mejores nuevos narradores en español. Recibió el Premio de la Crítica, el Premio Alfaguara, el Premio Hiperión y el Firecracker Award, otorgado por la comunidad de revistas, editoriales independientes y libreros de EE.UU. Resultó Finalista del Premio Herralde, alcanzó la shortlist del IMPAC Dublin Literary Award y obtuvo una Mención Especial del jurado del Independent Foreign Fiction Prize.
Sus libros están traducidos a más de veinte idiomas y es autor de novelas, libros de cuentos, poemarios y libros de aforismos. Entre sus principales obras se encuentran títulos como “Bariloche”, “Alfileres de luz”, “El tobogán”, “La vida en las ventanas” y “El viajero del siglo”.
Bruno Montano tuvo el placer de entrevistarle para Trabalibros sobre “
Anatomía sensible” (
aquí la entrevista) y ahora lo hace sobre su última obra, "
Umbilical", un conmovedor relato de la gestación de un padre en el que, "a lo largo de un año memorable, el hombre narra los primeros compases de una existencia nueva: la suya como padre junto a la madre y el hijo, tres personajes de una historia universal que encuentra palabras recién nacidas" (editorial
Alfaguara).
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Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Me ha encantado la cita con la que introduces el libro: “Que los hombres detengan su alboroto / frente a la maravilla del bebé”. Es de
Anne Waldman, una poeta que yo no conocía.
- Andrés Neuman (A.N.): Es una gran poeta que ganó el Pulitzer hace unos años.
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B.M.: Hace un par de años tú detuviste tú alboroto vital frente a la maravilla del bebé y, producto de esa parada, tenemos este libro que la editorial califica como relato lírico -luego hablaremos del género-en la que tú cuentas tu experiencia como padre primerizo y tu experiencia como padre “alumbrado” por un hijo. Al mismo tiempo que la vivías, lo escribías. ¿Cómo ha sido la experiencia?
- A.N.: Fue una escritura muy emocional y emocionada, que brotó primero de la certeza de que estos momentos aparentemente inolvidables de antes y después del nacimiento se van olvidando poco a poco, los detalles se van desdibujando -me lo habían contado innumerables padres y madres que habían llegado allí antes que yo-. Era muy consciente del laberinto de la memoria -que implica por un lado ir olvidando la propia experiencia de la crianza, o al menos los detalles- pero, por otro lado, también de que cuanto más detallado fuese mi relato más se podría alumbrar la parte sumergida de la memoria de mi propio hijo, es decir, contarle todo eso que sabemos que jamás recordará. Venía también a tratar, torpemente, de cubrir esa laguna inquietante de nuestra propia memoria.
Primero brotó espontáneamente una escritura íntima, muy privada, que tenía que ver con celebrar cada pequeña revelación emocional al ver la primera ecografía, las primeras respuestas ante los estímulos auditivos aún en el vientre de la madre… toda esa especie de liturgia progresiva y sutil conexión que se va estableciendo entre un padre y un hijo que está alojado en el cuerpo de su madre. Pensé que, al escribir eso, también podría construir con más intensidad un vínculo prenatal con mi hijo con el objetivo de que, cuando lo tuviese entre mis brazos, fuese un reencuentro y no una primera cita.
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B.M.: Porque este libro, por una parte, es un acto de amor hacia tu hijo, pero por otra también es una especie de exploración literaria y estética de las nuevas maneras de ser padre que no es muy frecuente en la literatura. A mí, por ejemplo, me encanta leer los ajustes de cuentas de un escritor con su padre, o las evocaciones del padre ya muerto del escritor, como por ejemplo hace
Vilas en “
Ordesa”. Ese tipo de literatura sí que abunda, pero la literatura en la que el autor te cuenta la relación primordial y básica de un padre con su bebé, no. “
Mortal y rosa” se acerca un poco, pero tampoco es esto.
- A.N.: La mayoría de casos que has mencionado son ajustes de cuentas de hijos hacia padres, siguiendo la tradición kafkiana, que trata de ejecutar esa labor cultural y analítica que consiste en matar al padre. No digo yo que no haya motivos, en muchos casos, para matarlo. En estos casos la dirección apunta hacia la reflexión de lo que significa ser hijo. En el caso de “Mortal y rosa”, el punto de partida es fatal y muy desdichado, pero no narra tanto una crianza, es otro tipo de amor. Como decía Roberto Juarroz, el oficio de la palabra es un acto de amor porque crea presencia y el libro de Umbral está en la tradición de la elegía, una bellísima y dolorosa elegía. Por lo tanto, por bello que sea ese libro, no deja de encuadrarse en una tradición que ya existe: el réquiem, la elegía. Como tú dices, está el padre kafkiano, está el padre bíblico, está el padre heroico, que no me interesa nada… A mí me seduce mucho pensar que el padre heroico, aparte de ser invasivo para todo su prójimo, porque el padre heroico te salva aunque tú no quieras, es sobre todo un padre aterrado de que su hijo o su hija descubran que no es un héroe, que es un padre destinado a la decepción. Es un padre secretamente asustado. Pero, aunque seguro que hay ejemplos, no hay una tradición, un cauce dado, para hablar de la paternidad relacionada con la primera crianza, con las pequeñas grandes cosas de la convivencia cotidiana con una criatura pequeña, es decir, de la paternidad del cuidado, sobre todo cuando se trata de bebés o niños muy pequeños. Hay un silencio atronador que tiene que ver, sin duda, con el reparto de roles tradicionales.
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B.M.: Madres contando su experiencia sobre la maternidad sí hay muchas.
- A.N.: Ahí está. Tiene que ver, sin duda, con la configuración de las familias y los roles en la pareja, pero también tiene que ver con un mecanismo de representación, porque los pocos o muchos padres que hubieran cuidado de sus hijos desde los tiempos inmemoriales no generaron una conversación colectiva al respecto, no generaron un diálogo acerca de sus emociones, de sus miedos, de sus dudas. Entonces, digamos que hay dos bloqueos culturales: uno el de los usos y costumbres y el otro es el de la narrativa de esos usos y costumbres, del imaginario y sus respectivos silencios. Digamos que, hasta que no haya películas de padres cambiando los pañales a sus hijos y no sea en tono de comedia, esto no cambiará. Las que hay tienen siempre un trasfondo ridículo, cuyo subtexto es que este señor no debería estar haciendo esto o que este señor, naturalmente, no sabe hacer esto porque no le corresponde.
En ese sentido, el imaginario es muy delator. Si pensamos, por ejemplo, en lavar la ropa, inmediatamente nos cae un aluvión de lavanderas, de mujeres en el río, de mujeres dejándose las manos en el fregadero, de ropa tendida y jovencitas corriendo al sol... Nos viene enseguida toda la iconografía de historia del arte, recordándonos que esas tareas las hacían las mujeres. Me interesa, no solamente discutir sobre esos nuevos modelos de familia que se están gestando, sino el plantear porque hay un silencio estético tan grande, con tan pocas ficciones, tan pocos libros y tan pocas películas que indaguen en las tareas de crianza que los muchos o pocos padres hacen. Y nos consta que ya hay hombres dedicados a ello.
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B.M.: Te hablaba antes de la forma en la que está escrito tu libro. En la contraportada de "
Umbilical" la editorial dice que es un relato lírico. Yo veo estos textos tuyos y los encuentro a veces cercanos a la poesía, a veces al aforismo, a veces al microrrelato, a veces al apunte de diario e incluso a veces a la
nana. Hay uno, en el que hablas de un zorrito con el que duermes a tu hijo, que es una perfecta nana.
- A.N.: Totalmente. Qué bueno que lo dices, porque casi nadie se ha dado cuenta. Y, efectivamente, es una nana. Tiene la forma de una nana, la estructura reiterativa, y casi el estribillo, aunque sea una prosa, de una nana, que habla de un zorrito marrón con el que, durante meses, dormí a mi hijo. Es una nana, tal cual.
Yo creo que la forma de un libro tiene siempre un componente ético, no es solamente una opción ornamental sino que, la forma de un discurso literario, dialoga con sus condiciones materiales de producción, con la condición política en el buen sentido de la palabra política, es decir, de la vida cotidiana de la gente que habita en la polis. Entonces, si estamos hablando de cuestionar el género de identidad y familiar y los roles, si estamos hablando de no afrontar la paternidad con ideas preconcebidas y con roles preestablecidos, no tendría mucho sentido escribir acerca de ello con un género rígido, con un mandato formal preconcebido.
Me parecía que, si es un libro de piel con piel desprejuiciado con respecto a la crianza, tenía que haber también un material literario poroso, lo menos canónico u ortodoxo posible. Por lo tanto, se puede entender como una novelita de tres personajes, que son madre, padre e hijo, que progresan en orden cronológico, porque efectivamente el libro parte de la primera ecografía hasta que la criatura se pone en pie. Hay una unidad de espacio y de tiempo mínimamente argumental, cada mini capítulo se deja leer autónomamente, a pesar de que haya una sinergia entre ellos. Se puede leer micronarrativamente, su estructura e incluso su sintaxis en algunos momentos, como el caso de la hermana que tú has detectado, le acercan al poema en prosa. Los diálogos entre la madre y el padre tienen algo de escénico, algo de teatral, es una especie de teatro lacónico, de intercambiar muy pocas y esenciales palabras. Y los temas que intenta poner sobre la mesa el libro pertenecen quizás al ámbito del ensayo.
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B.M.: Existe una simbiosis entre la forma y el contenido.
- A.N.: Sí, es un libro que trata de ser desprejuiciado en su forma, pero además es un libro muy breve en su longitud y también en su estructura interna, porque me parecía importante que la fragmentariedad e intermitencia de la vida cotidiana cuando estás criando tuviese una correspondencia también en el libro, no solamente porque si estás de verdad involucrado en la crianza no se puede escribir “Guerra y paz” sino porque, si se pudiese, sería una traición ética, porque para escribir la “Guerra y paz” de tu bebé tienes que no cambiar un pañal nunca. Este era el único tipo de libro que podía buenamente escribir, así de breve y fragmentario, pero eso no me parecía un problema o una limitación, sino que me parecía un acto de justicia poética: que la forma del libro se pareciese a esa dulce y extenuante interrupción, a esa mezcla de intensidades, interrupciones y atenciones simultáneas de cualquier crianza, especialmente en los primeros años.
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B.M.: Tu libro se divide en 3 capítulos, dos de una extensión similar y uno muy breve al final. En el primero, “El imaginado”, hablas de lo que los romanos llaman el “nasciturus”, el que va a nacer, y buceas en la misteriosa vida intrauterina.
- A.N.: En realidad, en este caso sería el “nascituri”, que es el niño que va a nacer, y la paternidad que se está gestando.
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B.M.: Claro, porque hablas de “la otra
gestación”, que es un concepto interesante. El feto impone al padre un “todavía no”, pero el padre ya empieza a quererle. Literalmente dices: “se te aprende a querer mientras no vienes”. Se está gestando el cariño antes de que él pase a la vida extrauterina.
- A.N.: Es un “todavía no” en cuanto al contacto físico directo, pero es un “ya sí” en cuanto al proceso emocional que se pone en marcha, la excitación imaginaria de la vida por venir. Pero es que además hay pequeños acercamientos sensoriales a la criatura que creo que son grandes oportunidades que nuestra educación como hombres viene desaprovechando. No nos han enseñado a aprovecharlas, ni mucho menos a gozarlas. Al fin y al cabo, ver una ecografía es una oportunidad que muy pocas generaciones han tenido y para un padre, que no tiene la oportunidad de saber lo que se siente al ser habitado por un hijo, poder visibilizar un nonato es un acto de verdadera ciencia ficción. Como se dice en el libro, de pintura rupestre del futuro, una mezcla de algo muy ancestral y prehistórico, pero que siempre fue así y que está en la memoria de la especie, pero por otra parte de altísima sofisticación. Luego están, obviamente, los movimientos acompasados, las respuestas a los estímulos lumínicos y auditivos, la posibilidad de cantarle a tu hijo y que él, en la fase avanzada de la gestación, te responda.
Hay un montón de ocasiones sensoriales y, la que quizá más me emocione, es la que se describe en la primera parte del libro, que es cuando la coreografía al dormir se modifica, el embarazo está avanzado y tiendes a dormir de lado, hay como un ensamblaje de mosaico: la barriga se encaja en la curva de la espalda y el padre en el libro siente que todo su futuro se le acumula y agita a sus espaldas.
Hay estos pequeños momentos, que son como puntos de inflexión, en los que esa presencia física, poco a poco, te va alcanzando en tu cuerpo, aunque sea de manera incompleta y sutil, los ecos de esa revolución física que está llegando. Y de todo eso habla “El imaginado”, por contraposición a “El aparecido”, que es llamado así, casi como si fuese un milagro, algo perfectamente explicable desde lo biológico pero que no deja de vivirse en términos de milagro, sean cuales sean tus creencias. De hecho, yo no soy una persona religiosa y no he dejado de tener una sensación sagrada o de milagro.
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B.M.: Es que lo sagrado es previo a lo religioso. La religión se ha apoderado de lo sagrado, pero lo sagrado es previo.
- A.N.: Completamente de acuerdo.
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B.M.: Yo me había anotado exactamente eso que acabas de comentar, la importancia de la comunicación sensorial, a través por ejemplo del tacto con ritmo tam-tam, o de cantarle a tu hijo. Hay estudios interesantísimos al respecto sobre cómo determinadas notas o determinadas vibraciones le transmiten emociones al feto. Es fantástica la idea de educarle el oído ya a través del vientre materno.
- A.N.: Claro, estas cosas se pueden hacer, incluso experimentos musicales antes de tenerlo incluso en brazos. La segunda parte del libro ya tiene que ver con el cuerpo a cuerpo cotidiano con el bebé, o el piel con piel (la catarata de pañales, corte de uñas, sueño atrasado, incertidumbres y emociones) y la tercera parte del monólogo mínimo, que de nuevo tiene algo teatral, algo escénico, que es que el bebé se pone en pie, o lo intenta, y declama su minúsculo y balbuceante monólogo dramático. Me resultaba precisamente el momento en el que el libro muestra el salto desde lo íntimo y personalísimo, que es sin ninguna duda el punto de partida del libro, al experimento literario.
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B.M.: En esa tercera parte intentas darle voz a alguien que, por su inmadurez, todavía no la tiene.
- A.N.: Te diría más, es el intento de darle voz alguien que no conoce ni siquiera de la existencia de las palabras. Es narrar con palabras un amor preverbal e imaginar la voz de un ser prelingüístico. Y ahí entra la imaginación literaria a jugar, como siempre hace, con los límites del lenguaje, y con negociar gramaticalmente las emociones no verbales, que es a lo que se ha dedicado siempre la poesía.
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B.M. En el primer capítulo hablas del "imaginado" como un personaje que forma parte ya del relato y que, como buen personaje, fabrica realidad mientras ocupa tiempo.
- A.N. A mí me interesaba mucho preguntarme qué siente, qué teme y qué piensa un padre antes, durante y después del nacimiento. Porque es una pregunta que cultural y familiarmente nos hemos hecho poco y yo creo que el hablar poco de esto es una de las causas por las que los vínculos entre padres e hijos tienen todos estos lastres históricos. En cuanto al vínculo prenatal, yo sentía que había algo de construcción de personaje en personaje, que pertenece también a tus entrañas y a tu sangre. Tú te vas narrando al personaje hijo hasta que poco a poco va llegando hasta tus brazos. Hay un modo narrativo en el que si queremos, si podemos, si lo intentamos, podemos ir yendo poco a poco al encuentro del personaje real mientras hemos ido trabajando la estela del personaje imaginario, que es el feto, que está destinado a ser el personaje más importante de tu vida. Quiero decir que al principio, y solo al principio, hay algo de la extraña mezcla de cercanía e inexistencia, de invisibilidad e intimidad, con la cual el narrador se relaciona con el personaje: es alguien que no existe y que pertenece a tu vida, alguien a quien no ves -ecografías aparte- y que sin embargo forma parte de tu vida cotidiana y de tus pensamientos las 24 horas del día. Y en ese sentido, un bebé en sus primeras fases, cuando no hay respuesta sensorial ni interacción por su parte, creo que tiene algo de la belleza con que vamos tratando de conocer íntimamente a un personaje. Y eso lo encontraba yo muy literario.
Luego, cuando llegan los pañales, los baños, los llantos, entra otra batalla de amor que también es muy literaria y es asombrosamente complementaria. Ahí lo fisiológico y lo escatológico es el punto de partida y eso también me interesaba, la cualidad fantasmagórica del vínculo padre e hijo en la fase prenatal y la cualidad abrumadoramente fisiológica, hiperreal y exhaustivamente corporizada desde el primer momento en que lo tienes en brazos. A mí me tocó ejercer durante las primeras horas de vida de mi hijo del primer piel con piel y me conmovió y me complació muchísimo que cuando empecé a cantarle a mi hijo Telmo las mismas canciones que llevaba toda la fase final del embarazo cantándole varias veces al día, mi hijo dejó de llorar, levantó la cabeza y se quedó sereno y escuchando con muchísima atención. Yo sentí que había una especie de reconocimiento del “así que eras tú”. Verdaderamente yo sentí, desde el primer momento en que lo tuve en brazos, que nos conocíamos. ¿Cuánto hay en eso de imaginario o de autosugestión? ¿Cuánto hay de vínculo musical? ¿Cuánto hay de voluntad de querer? ¿Cuánto hay de memoria genética? Bueno, es una mezcla, supongo. No hay una respuesta exacta, pero lo interesante es que la mezcla de todos esos factores generó la sensación de reencuentro. Y a partir de ahí, seguí tomando notas. Había una especie de intento de hacer un catálogo de primeras veces de la criatura y de primeras veces de su madre y de su padre, del asombro recíproco de ida y vuelta, y así hasta completar estos 100 pequeños textos, más el monólogo bebé final.
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B.M. Hay una idea que me ha gustado mucho y que me atrevo a decir que podría ser una especie de poética. Hablas de los dones del pañal, hablas del bebé hedonista, anarquista, radical, intrépido; dices que esos dones se pierden y que para recuperarlos tienes que utilizar la ficción. En ese sentido, creo que tu literatura es un intento de recuperar los dones del pañal.
- A.N. Así es. A ver, sabemos que las vanguardias plásticas a lo largo de la historia han hecho enormes esfuerzos por rescatar algo del prejuicio formal, la improvisación y la ruptura de esquemas del arte infantil. Análogamente, creo que hace falta muchísima filosofía y sofisticación intelectual y espiritual para alcanzar un ápice de la maestría con la cual las criaturas pequeñas habitan el presente.
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B.M. A tu hijo lo llamas maestro del instante.
- A.N. Eso es. Hay algo de militancia en el aquí y ahora del que no somos capaces ni con todo el coaching del mundo y que el bebé lo trae de serie. Me interesa mucho cómo los extremos se tocan, igual que la vida y la muerte están permanentemente en acorde, de hecho, un parto esto lo escenifica de manera brutal. Del mismo modo que ocurre eso, la sabiduría ancestral de esa criatura, que presuntamente no sabe nada, pero que domina ciertos conocimientos instintivos a los que luego aspiramos durante el resto de nuestra vida, como la capacidad lúdica, el gozo y el asombro, la franqueza emocional, la fluidez con la que meas, ríes, cagas, lloras, celebras, lamentas… esa fluidez emocional que luego ni la más insistente de las terapias logrará propiciar.
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B.M. Hay gente que dedica una vida entera al taoísmo o al budismo para recuperar algo que ya tenían cuando eran bebés.
- A.N. Y además el tao tampoco lo hará, porque el tao lo que intenta es bloquear el dolor y el bebé es superior al tao, porque el bebé en realidad lo que hace es eliminar los filtros: suframos a fondo, gocemos a fondo. Hay una especie de desmesura de la emoción que no hay filosofía que la logre. Aunque, evidentemente, tienes saberes que transmitirle, creo que ponemos tanto el acento en la responsabilidad de enseñarle los valores que cada cual considera correctos que olvidamos todas las enseñanzas que recibimos. Por eso digo que de momento soy el cuidador de mi hijo, pero mi maestro es él.
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B.M. Esa es la reciprocidad de la que hablábamos al principio: tú alumbras a tu hijo y luego tu hijo te alumbra a ti.
- A.N. Así es. Yo he tomado nota literalmente de lo que me ha enseñado, pero metafóricamente no dejo de tener presente que, mientras finjo que le educo, me estoy beneficiando de sus enseñanzas, que por supuesto él desconoce.
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B.M. Es sabio sin saber que lo es.
- A.N. Es que, si no, no sería un sabio. Ahí está el punto. Él no pretende ser mi maestro y por eso me enseña tanto. No está subido a ningún pedestal, solamente es un ejemplo viviente o una maravilla con patas que no sabe que lo es, y en cuanto empiece a sospechar que lo es, algo se perderá.
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B.M. En la segunda parte, “El aparecido”, te has centrado en la vida extrauterina del bebé, insistiendo en los cambios que provoca en la vida de una pareja su llegada. Cambios en el espacio, como cuando dices “releo nuestra casa” a partir de su presencia en ella; cambios en las relaciones; cambios en los hábitos, como cuando hablas de una “ontología centinela” que nos transforma en vigilantes a tiempo completo de nuestros hijos, estamos siempre en estado de alerta, protegiéndolos, cuidándolos.
- A.N. Sí, desarrollando temores incluso durante el sueño. En un momento dado dice el libro: soy el padre catástrofe, porque no contento con preocuparme cuando estoy despierto, en cuanto cierro los ojos no hago más que visualizar caídas por las escaleras, por el balcón, llegar tarde a un accidente fatal… Parece que en realidad mi inconsciente está mucho más preocupado que yo incluso. Se inauguran toda una serie de alertas y también de emociones. Somos muchos los que, al abrir y cerrar los ojos cada día, lo primero y lo último en lo que pensamos es en nuestras criaturas. Lo interesante de esto es que, más allá de la fragilidad física de una criatura pequeña, de lo que estamos hablando es de la vulnerabilidad de sus presuntos protectores: madres, padres o quien sea que críe. ¿Quién protege a los protectores, quién cuida a los cuidadores? Esa es una pregunta que me ha obsesionado siempre en mi escritura.
“Hablar solos” es una novela breve que habla precisamente de la intemperie, la desolación y las vulnerabilidades de una persona que cuida a un ser querido enfermo. La novela entra a indagar en estos miedos y en estos temores y es una forma de acompañarnos colectivamente. Esta es una facultad que las madres tradicionalmente han tenido que aprender por razones evidentes sociológicas y de opresión y que, en la medida en que vayamos alternando y conciliando los roles, cada vez necesitaremos más aprender los padres también.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Andrés Neuman el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Alfaguara el haber hecho posible este encuentro.