«Me adentraba en los bosques. Volví a tocar la vida. Viajé hasta Ordesa, y me quedé contemplando las montañas. Vi con claridad los errores de mi vida y me perdoné a mí mismo todo cuanto pude, pero no todo. Aún necesitaba tiempo.»
Nunca es fácil discernir las aristas del éxito. Cuáles son los intrincados mecanismos que conectan a un libro con su público. Cómo ha alcanzado “
Ordesa”, una novela escrita desde la lateralidad y la extravagancia, el estatus de fenómeno editorial. Para intentar explicarlo, siempre resultan apropiados los versos de
Kipling: "
Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre, y tratar a esos dos impostores de la misma manera…". Algo así debió de pensar
Manuel Vilas a raíz del inesperado éxito de su obra, la que lo convirtió de la noche a la mañana en un escritor popular cuando siempre había sido un
outsider.
Porque no estamos ante un libro de lectura cómoda, ni siquiera de una novela al uso: carece de trama o argumento, no aspira a construir una historia sino más bien a captar un estado del alma. Lo que nos ofrece
Vilas es un artefacto donde la lírica prevalece sobre la narrativa. Y así, a medio camino entre la elegía, la oda y la sátira, con una prosa cargada de poesía y desgarro, asistimos a una confesión. Podríamos llamarla literatura de la verdad, pero es algo más, pues está escrita desde una higiene sentimental que la distancia de la autobiografía y también de la autoficción.
Entre sus páginas acecha una complicidad que vampiriza al lector. Como un anzuelo, el autor nos ofrece su verdad, la de su vida y la de sus padres, la de su familia. Desde la orfandad, desde la belleza y la catástrofe. Y nos arrastra. A través de ciento cincuenta y siete fragmentos de prosa y once poemas, logra conectar con esa parte atávica que late en nosotros: cristaliza sentimientos pocas veces verbalizados.
Leyendo “
Ordesa”, acaba uno por preguntarse qué espacio le queda hoy en día a la literatura —o más concretamente, a la novela como género literario— en un mundo cada vez más saturado de relatos. ¿Puede aspirar aún a transgredir la realidad? ¿O no es más que un intento vano de perseguir el instante presente, cada minuto que desaparece? ¿Y si abrazara a la poesía, ambas braceando juntas entre dos realidades incompatibles? La respuesta de
Vilas consiste en arrodillarse y escarbar la tierra con las manos, sentir como la piel se desgarrada mientras la sangre brota bajo las uñas, y hallar en ello una suerte de belleza y también de verdad.
Por momentos, puede parecer una crónica del desamparo, de la
España de las últimas décadas y de los hombres y las mujeres que la habitaron, de esa clase media-baja que la hizo posible. Pero “
Ordesa” es sobre todo un libro de memorias. Un libro contra el olvido. Un libro sobre padres e hijos, atravesado por el duelo pero entreverado de amor y felicidad.
Y es además una novela desconcertante, que todo el mundo debería leer y que sin embargo no me atrevo a recomendar a casi nadie: me invade cierto pudor, como si la intimidad del narrador fuese contagiosa y uno se expusiera a sí mismo al contemplarla. Una incursión en el dolor, el desasosiego y la gravedad de sentirse vivo, resuelta a modo de tragicomedia.