"Quien no conozca por experiencia propia el poder de la meditación seria y prolongada no puede imaginarse qué victorias sobre nosotros mismos nos permite lograr".
El zen sólo puede ser comprendido experimentándolo. Como toda mística, será asimilado únicamente por un místico y bajo la dirección atenta de un veterano maestro, de un roshi ("No hay ni puede haber otro camino hacia la mística que el de la propia vivencia y el del propio sufrimiento").
Eugen Herrigel intuía que esto era así y viajó a Japón para aumentar su conocimiento del zen practicando el tiro con arco. El resultado, su experiencia y sus reflexiones componen este pequeño libro calificado de maravilloso por Daisetz T. Suzuki, uno de los principales divulgadores del zen en occidente.
La práctica de muchas disciplinas y artes budistas, entre ellas el tiro con arco zen, no persigue fines deportivos ni competitivos, su objetivo no es la máxima olímpica "más alto, más fuerte, más rápido". Simplemente sus practicantes tratan de espiritualizar una destreza que les sirva de vehículo hacia estados de conciencia desprendidos del yo. El arquero zen no apunta hacia la diana, apunta hacia sí mismo y la flecha va a clavarse en su propio espíritu ("Apenas tomo el arco y disparo todo se vuelve tan claro, tan únivoco y tan ridículamente simple").
En todo momento la práctica debe estar presidida por el principio de "mushotoku", de no intención ni meta, por la idea de obtener sin intentar obtener, de hacer sin hacer. Este espíritu de no provecho tan caro de entender para los occidentales, que no conciben una actividad que no genere beneficios, ventajas o satisfacción inmediata de deseos, es fundamental en el budismo y en su versión mística japonesa, el zen. Para Taisen Deshimaru este principio constituye la misma esencia del zen.
En definitiva, cualquier actividad inspirada por el espíritu del zen trata de armonizar lo consciente con el inconsciente, de sustituir al yo por el ello de forma que la mente se purifique y la conciencia adquiera cierta "candidez" original. Lo interior y lo exterior haciéndose uno en una danza ejecutada con maestría y despreocupación natural. Y al final el "satori", la iluminación, el despertar a la verdad: la nada que lo es todo, la nada que nos devorará y de la cual volveremos a nacer.