"Si nuestro espíritu está en paz, todo lo que nos rodea es el paraíso".
(Taisen Deshimaru)
Quedarse solo con uno mismo, meditando en silencio, es más difícil de lo que parece. Acostumbrados a la actividad incesante, sentarnos y "no hacer nada" puede resultar tan ajeno a nuestras rutinas, a los dictados de nuestra actual cultura basada en la acción, la producción y la sobreestimulación, que puede llevarnos a pensar que es una pérdida total de tiempo. Pero si al final conseguimos superar este prejuicio cultural y decidimos sentarnos y respirar un rato cada día y practicar eso que llaman
zen pronto empezarán los problemas: el aburrimiento, el sueño, los dolores musculares por la postura exigente, las ideas obsesivas, la invasión de los recuerdos y de los proyectos, el acecho de nuestros miedos e inseguridades, algún pequeño mareo y, sobre todo, el pernicioso anhelo de obtener resultados prácticos rápidamente, la esterilizante demanda de beneficios por nuestra "inversión" en esfuerzo y tiempo.
Ignorando por descontado que la
vida espiritual se rige por leyes propias, intentamos aplicar a esta dimensión del hombre los mismos esquemas mercantilistas que predominan en la economía actual, es decir, la relación costes/beneficios, inversión/rendimiento. Pero, por paradójico que parezca, la práctica de la
meditación debe hacerse sin objetivo, sin meta; no hay que servirse de la meditación, ésta no es un medio. La esencia de esta práctica está en lo que los maestros zen llaman "mushotoku", sin provecho. Obtener sin intentar obtener. Esta idea es tan extraña a nuestra cultura que muchos meditadores acaban desistiendo porque desde el inicio tienen una meta, querían servirse de la meditación para obtener algo. Concentrarse sin meta aquí y ahora, esta sería la verdadera actitud del meditador, una especie de "salto en la oscuridad" en el que se avanza, pero sin ver hacia donde.
En este breve ensayo de carácter testimonial
Pablo d´Ors unifica una serie de notas tomadas a lo largo de unos años de práctica meditativa y nos presenta una particular autobiografía de su silencio, del silencio que busca cada vez que se sienta a meditar, del
silencio que actúa como marco o contexto que posibilita el simple transcurrir de la vida y su observación atenta. A lo largo de sus "sentadas" Pablo descubre que la meditación nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser. Cuanto más se medita, mayor es la capacidad de percepción y más fina la sensibilidad. Gracias a la meditación se aprende a no querer estar en ningún lugar distinto a aquel en que se está, se quiere estar en el que se está pero plenamente. Sólo hay que "pararse, callar, escuchar y mirar". No se trata de soñar despierto, sino de despertar.
Pablo piensa que la calidad de la
meditación debe verificarse en la vida misma y que meditación y vida deben tender a lo mismo. Afirma que él medita para que su vida sea meditación y vive para que su meditación sea vida. Para él el hombre que medita no distingue entre sagrado y profano, está capacitado para la espera y la entrega. Mira y sonríe mientras constata los grandes cambios que se producen en él gracias a la quietud y el silencio. El meditador observa su mente y la pura observación la transforma, la limpia de todo aquello que nos separa de la realidad y sobre todo la libera de la tiranía del ego, del pequeño yo, esa instancia empobrecedora a la que rendimos pleitesía de forma constante.
A través del control postural del cuerpo y la respiración controlamos de forma inconsciente y automática el espíritu, reducimos nuestro marco temporal al aquí y ahora y despertamos a nuestro observador interno que mira con total desapego las idas y venidas de nuestras ideas y emociones que, poco a poco, se van apaciguando, dejando que aparezca nuestra verdadera naturaleza, nuestra "budeidad". En relación a esto el maestro Dogen decía:
"Aprender zen es revelarnos,
revelarnos es olvidarnos,
olvidarnos es desvelar la naturaleza de Buda,
nuestra naturaleza original".
Es así de sencillo. El
zen es así de sencillo, pero realmente sólo se conoce su verdadera esencia experimentándolo. El
zen es za-zen, simplemente sentarse para despertar.