-"Escribo una fantasía muy personal, mi Montaigne, para decirlo de algún modo [...] Montaigne significa para mí la libertad, la sensatez, el humanismo superior, y en algún sentido: la lectura y la escritura".
El primer contacto de Edwards con Montaigne fue a los 14 años y lo propició un texto de Azorín comprado en Chile en la librería católica Difusión. En dicho texto el jovencísimo Jorge Edwards descubre la costumbre de Azorín de leer todas las noches algunas páginas de los "Ensayos" antes de dormir, a modo de breviario. Este fue el origen de la pasión de Edwards por Montaigne, pasión que culmina de momento con la escritura de "La muerte de Montaigne", cumplido homenaje a la figura y relevancia histórica del señor de Burdeos.
Aunque la mirada sobre Montaigne en este texto es muy personal, según el propio Edwards, el contexto social, político e histórico de la época está rigurosamente documentado. Incluso se permite criticar la imagen de Montaigne que da uno de los principales y más influyentes historiadores franceses, Jules Michelet en su magna obra sobre el siglo XVII francés. Michelet consideraba los "Ensayos" de Montaigne como una biblia de la indiferencia.
Especialmente interesante es el tratamiento que da a la figura de la hija adoptiva y posterior editora del señor de Burdeos Marie de Gournay, otorgándole un papel notorio que la historiografía le niega, así como también destaca la importancia capital en la vida de Montaigne de su íntimo amigo Etienne de la Boétie. Jorge Edwards se permite interpretar psicoanalíticamente la figura de la Boétie como un super-yo moral de Montaigne.
La importancia política del autor de los ensayos fue indirecta pero muy significativa, según Edwards, ya que como consejero real influyó muy especialmente en Enrique III y sobre todo en Enrique IV, ambos seducidos por el espíritu socrático y libre de Montaigne, que se atrevió incluso a desatender la llamada a corte de este último.
Su influencia política se dejó notar también en el espíritu que presidió el "Edicto de Nantes", primera carta de libertad religiosa precursora de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, redactada dos siglos más tarde. En dicho edicto se abogaba por la pacificación religiosa, la tolerancia y la abolición de la memoria de las atrocidades cometidas en las guerras de religión.
En definitiva, para Edwards, Montaigne fue un hombre que intentó vivirse a sí mismo, que dobló sus rodillas pero no su espíritu ni su entendimiento. Fue un pre-ilustrado con raíces clásicas, ya que sus verdaderos héroes eran Sócrates, Horacio o Séneca.
Dueño de un pensamiento vagabundo y una escritura en movimiento y en continua disgresión Montaigne nunca se consideró en realidad un escritor sino un vividor del instante del presente eterno. Un hombre que pensaba que "la libertad es poder toda cosa sobre sí" y así pacificar el espíritu a la búsqueda de un mejor entendimiento entre los hombres al que siempre se llegaría a través del acuerdo, la reconciliación y la paz.