"Creo que sólo soy capaz de conocer el mundo cuando escribo y cuando dejo la pluma estoy perdido. El alcohol no es una causa, sino una consecuencia".
(Joseph Roth)
En Noviembre de 1937
Joseph Roth tuvo que abandonar el ruinoso Hotel Foyot de París, ciudad en la que se había exiliado cuatro años antes huyendo del nazismo, para trasladarse al pequeño Hotel de La Poste, justo al otro lado de la calle, y en cuya cafetería pasó a beber y a vivir. Fue precisamente en este local, el Café Tournon, donde le contaron en 1939 la anécdota sobre la que construyó "
La leyenda del Santo Bebedor", una pequeña obra maestra que Roth escribió en apenas cuatro meses y que no se publicó hasta después de su muerte, el 27 de Mayo de 1939.
Este relato nos cuenta la historia de un
clochard parisino de origen polaco,
Andreas Kartak. Un
bebedor que, como muchos borrachos, "vivía del azar" y que, aunque harapiento, sin domicilio fijo y digno de compasión, en su indigencia "era un hombre de honor". Una sucesión extraña de golpes de buena fortuna encarrilan su existencia hacia la consecución de una pequeña misión de tipo religioso a la que se entregará haciendo gala de una fuerte capacidad de compromiso ético. Misión que se verá interrumpida y aplazada una y otra vez al cruzarse en su camino antiguas y nuevas amantes, viejos amigos y muchas, muchas tabernas.
A menudo la gente maltratada por el destino -solitarios, melancólicos, débiles y
borrachos- pasa su vida esperando a que suceda uno de esos milagros que reorientan una existencia truncada. Apelan a un extraño mecanismo de compensación vital que los creyentes llaman providencia y las personas menos religiosas azar. De repente el pequeño milagro sucede y, aunque no les libre de la catástrofe, les depara un poco de dicha, sintiendo aunque sea de forma pasiva a ese Dios hasta ahora ausente. Pero si el milagro vuelve a ocurrir pasa de ser una circunstancia casual o esporádica a una promesa, ya que "no hay nada a lo que más fácilmente se acostumbre una persona que a los milagros, cuando los ha conocido una, dos o tres veces". Esta cadena de circunstancias azarosas, carente de significado, acaba convirtiéndose en una secuencia necesaria y la cotidianidad de quienes la experimentan en una misión. Y una misión da sentido a la vida. Un milagro puede ser casualidad, una sucesión de ellos es un trazo del destino indicando una dirección.
Joseph Roth, al que Claudio Magris define como "un Ulises judío y oriental", en realidad era una fusión de todos sus personajes principales: el teniente Franz Tunda, el conde Chojnicki, Karl Joseph, Baron Trotta von Sipolje y, como no,
Andreas Kartak, el
Santo Bebedor. Roth fue un hombre quebrado, que escribió siempre desde una herida, la que le dejó la pérdida de su patria, la vieja Austria, la monarquía austrohúngara. Y fue este sentimiento de orfandad y desvalimiento el que impregnó de lúcida melancolía toda su obra. "[...] Ingenuo y sabio a un tiempo, Roth -según afirma
Marcel Reich-Ranicki- pasó por la vida deambulando de un lado a otro. Sólo conseguía estar a la altura cuando escribía [...] Estuvo aguardando en vano a que sucediera alguno de esos milagros con los que él solía deparar algo de dicha y alegría a los personajes de su fantasía".
En definitiva, puede que un escritor sea la suma de sus personajes más significativos, que éstos sean un trasunto de cómo siente y cómo piensa él mismo, que cada texto le sirva al creador para recomponerse o desangrarse y que al final se identifique tanto con ellos que acabe deseando que Dios le dé a él la misma muerte "liviana y hermosa" que reciben sus personajes.