"La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta"
(Fernando Pessoa)
La vida de la genial
Marie Curie y sobre todo el sincero y conmovedor diario que la descubridora del radio escribe a la muerte de
Pierre, su marido y colega de laboratorio sirven a
Rosa Montero, también viuda como la Premio Nobel, para reflexionar acerca de la vida y sus "esquinas" al tiempo que permiten a la escritora madrileña volver a su pasado reinventándolo ("nuestra memoria en realidad es un invento, un cuento que vamos reescribiendo cada día") y dotándolo de un sentido retrospectivo a la luz de la luminosa y armónica relación de los
Curie.
Para vivir "tenemos que narrarnos", dice la autora. Construir el artefacto de nuestra identidad requiere un gran esfuerzo narrativo e imaginativo. Cuando nos miramos vivir y cuando con un esfuerzo de memoria -esa engañosa facultad- revivimos el pasado el observador y lo observado se funden, el que mira y lo mirado existen sin solución de continuidad. La memoria no es un archivo estático, es un magma en continuo proceso de transformación. La vida no se acumula en estratos superpuestos que se sellan mutuamente, la vida fluye a través de un complejo sistema de pozos comunicantes en los que se mezclan las aguas primeras con las últimas lluvias.
No siendo este libro un libro sobre el
duelo, su presencia en él es el "germen último" y el "huevecillo minúsculo" del que nace este texto. El duelo y su elaboración saludable constituyen uno de los retos de la psicoterapia, pero más allá de esta consideración clínica para la persona que sufre la pérdida trabajar con este dolor y verbalizarlo supone una tarea ineludible y profundamente humana. El verdadero
dolor es indecible, dice
Rosa, y cuando cae sobre alguien "lo primero que le arranca es la palabra". Sin embargo, la palabra cura y hay que recuperarla a toda costa. Vivir duele y perder a alguien para siempre, duele siempre. Con el tiempo aprendemos a modular el
dolor y para ello nos reinventamos. Algunos lo hacen escribiendo, porque la
escritura también sirve para eso.
Rosa Montero lo sabe,
Marie Curie lo sabía. Escribimos y eso nos salva de la aniquilación. Escribimos para convocar lo perdido y luego dejarlo ir. Escribimos para mantener "un último nexo de palabras" con nuestros muertos que son, según la autora de este libro, lo más importante que le sucede a uno en la vida si no se tienen hijos ("cuando un niño nace o una persona muere el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero").
Tampoco éste es un libro sobre la
muerte o el sufrimiento, aunque éstos están presentes a lo largo de él en las vidas de
Marie Curie y
Rosa Montero. Estamos ante un libro sobre la
vida, sobre la capacidad de la belleza para transformar el dolor, sobre el efecto liberador que produce desprenderse del espejismo de la propia importancia, sobre la adquisición de la ligereza, "esa maravillosa virtud existencial que consiste en saber vivir el presente con plenitud serena". Un libro que nos recuerda que "la infancia es un lugar al que no se puede regresar pero del que en realidad nunca se sale", que el conflicto entre nuestros deseos y los deberes heredados nunca acaba, que en toda vida hay mugre, que la vida mancha, que la pena es pura y sagrada y que la felicidad es minimalista, "una casi nada que lo es todo".
Según explica
Rodrigo Fresán, en determinados momentos y en determinadas circunstancias la vida experimenta una aceleración y un incremento de intensidad que la convierten en algo digno de ser contado.
Rosa Montero ha merodeado por estos lugares y sus alrededores y, escondida en "el centro del silencio", ha encontrado una palabra esencial que nos concierne a todos y que nos liga más que cualquier otra cosa al sabor agridulce de la existencia.
Dedicado a Inma.