“Siempre anhelo los desastres ajenos, supongo que me hacen olvidar mis problemas. Sean íntimos, como un divorcio, un carcinoma de pulmón en fase cuatro, o catástrofes planetarias”.
(fragmento de la novela)
"
Deudas vencidas" (
Salto de Página, 2014), la primera novela de
Recaredo Veredas (Madrid, 1970), nos habla del Desastre, pero no de un desastre localizado y pasajero, sino del Desastre con mayúsculas, para el que no hay remedio; el
Desastre que desencadena el “todo vale” en el campo de la batalla perdida. Al lector que se atreva a adentrarse en esta historia más que recomendable, el diario de un recobrador de morosos, aspirante a escritor, que en medio de la que está cayendo contrata a un matón ruso que acelere el pago de las deudas pendientes, hay que advertirle de un peligro que es, sin duda, lo mejor de la propuesta de
Veredas: la voz del protagonista, a través de la que habremos de conocer cada detalle de su asfixiante, urbanita y cínica existencia (la mujer a la que ama, el círculo de amigos en el que se desenvuelve, las transgresiones y los miedos con los que una y otra vez tropieza...).
El riesgo estriba en que no hacen falta demasiadas páginas para darnos cuenta de que a esa voz desahuciada le falta muy poco para ser la nuestra, porque es mínima la distancia que nos separa del abismo. Entre la tierra firme y el vacío sólo hay un paso de diferencia, el que se da con las primeras palabras de "
Deudas vencidas": “
Querido diario: contratar a un matón no es fácil para nadie”. De eso es de lo que va esta novela, de lo que nos arriesgamos a ver si decidimos introducir un elemento extraordinario en nuestras rutinas cotidianas y mirarnos a nosotros mismos con los ojos de los mediadores internacionales que se pasean entre los cuerpos mutilados de la matanza de un poblado tercermundista.
Recaredo Veredas, cuyos títulos más recientes, el poemario "Nadar en agua helada" y el libro de relatos "Actos imperdonables", le han ido preparando el camino para el salto definitivo a la narrativa de larga distancia, consigue en este último trabajo cristalizar dos de las virtudes que justifican las ganas de volverlo a leer: una mirada poética cargada de escepticismo y una precisión de cirujano a la hora de detectar las llagas abiertas en lo aparentemente normal e insignificante; armas muy útiles para quien ha decidido no ser complaciente en la construcción de un mundo literario propio, en el que, por fortuna, no tiene cabida lo políticamente correcto.