La escritora madrileña
Rosa Montero estudió Periodismo y Psicología y es una de las autoras más reconocidas, admiradas y queridas de la actualidad. Su obra está traducida a más de veinte idiomas y colabora en el diario El País. Entre otros galardones, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, el Rodríguez Santamaría y el Premio de Periodismo El Mundo. En 2017 fue reconocida con el
Premio Nacional de las Letras Españolas en reconocimiento a su trayectoria novelística, periodística y ensayística.
Es autora de novelas -entre las que se encuentran “Crónica del desamor”, “La hija del caníbal”, “Historia del Rey Transparente”, “Instrucciones para salvar el mundo”, “La carne”, “La buena suerte” y la serie protagonizada por la androide Bruna Husky-, ensayos, libros de relatos, libros infantiles y lo que ella denomina “artefactos literarios”, género en el que se enmarcan “La loca de la casa”, “La ridícula idea de no volver a verte” y “El peligro de estar cuerda”.
Bruno Montano ha tenido el placer de conversar con ella sobre este último “artefacto” donde ensayo y ficción se dan la mano, en el que Rosa Montero transmite “una apasionada defensa del valor de ser diferente” en su exploración sobre los vínculos entre la creatividad y la inestabilidad mental (editorial Seix Barral).
-
Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.T.): Aprovechando que citas en tu libro a Christian Bobin voy a usar una afirmación suya para hacerte la primera pregunta: “No me gusta la cordura. Imita demasiado a la muerte. Prefiero la locura; no la que se padece, sino con la que se baila”. ¿El exceso de cordura puede ser un peligro para la vida?
- Rosa Montero (R.M.): Bueno, es que el exceso de cordura suele ser un fingimiento, una mentira. A mí, cuando llega alguien y me dice “es que yo soy muy normal”, digo pobrecillo. Pobre, porque seguramente no se conoce, no se permite conocerse. Eso es un hándicap, porque te da una rigidez frente a la vida. Cada uno lleva su maleta de oscuridad y cuanto más la niegues y cuanto más la intentes meter en ese molde que se llama normalidad, peor. Nos venden la idea de que normalidad es sinónimo de lo más habitual, pero es mentira. La normalidad -como dicen en el experimento de Yale de 2018 que cito en el libro- no existe, no es más que la media estadística de todas las diversísimas posiciones humanas frente a un fenómeno. Y claro, no debe de haber una sola persona en el mundo que atine con la media estadística en todos sus parámetros. Así que todos somos divergentes en algo, todos. Unos mucho más, otros menos.
Una de mis teorías sobre por qué la locura da miedo a la gente, aparte de que existe una ignorancia tremenda de lo que es el trastorno mental, es que la gente tiene miedo a contagiarse. Y esto pasa porque todos sabemos -en algún lugar de nuestra cabeza y aunque no queramos reconocerlo- que la realidad es una convención poco fiable. Y a la gente, sobre todo a la más rígida, les da miedo que les pongan esa idea delante.
-
B.M.T.: Algunos de tus libros son "
artefactos literarios" de género híbrido. Se da en ellos un mestizaje entre el ensayo, la ficción, la biografía, la autobiografía e incluso la divulgación científica. Yo creo que en tu obra hay tres líneas: una de literatura existencial, otra de ciencia ficción protagonizada por
Bruna Husky -aunque a pesar de eso esta otra línea también trata temas existenciales- y la línea mestiza de la que te hablaba, con “La loca de la casa”, “La ridícula idea de no volver a verte” y “El peligro de estar cuerda”. ¿Cómo llegaste a este género o a este no-género?
- R.M.: Tú no escoges los libros que haces, sino que te escogen ellos a ti. Todos los escritores, si vivimos el suficiente tiempo, terminamos escribiendo un libro sobre la escritura, porque es nuestra pasión. Yo llevaba tiempo recogiendo notas sobre el hecho de escribir y quise hacer yo también mi librito sobre la escritura, pero me senté y salió otra cosa completamente distinta.
-
B.M.T.: ¿No lo diseñaste así?
- R.M.: No. Ya sabrás -porque veo que sabes mucho sobre mí- que yo paso un año o año y medio tomando notas, desarrollando el libro antes de escribirlo. Este cambio ya empezó a suceder en esa época, cuando yo me senté en el ordenador a escribir ya sabía que estaba escribiendo otra cosa. Cuando llevo un tercio de los libros, que suele ser durante la etapa de preparación, si todo va bien se me ocurre el título. Y el título me revela el libro, me da información sobre él.
Cuando llevaba varios meses, de repente apareció la frase de Santa Teresa sobre la loca de la casa y me di cuenta, en primer lugar, de que no estaba haciendo un ensayo y en segundo que no estaba haciendo un texto sobre la escritura, sino sobre la imaginación. Y que además lo que estaba haciendo era un libro interactivo, donde le doy la mano al lector y le pido que juegue conmigo al juego de la creación. Y le doy claves para que se vaya dando cuenta de que le estoy mintiendo, para que vea dónde está metido. Salió así. Todos mis libros son igual de orgánicos. Son como algo que crece; te crece una pierna de repente y es un libro, si sale con barba San Antón y si no la Purísima Concepción [Risas].
-
B.M.T.: En medio de un ensayo que no es un ensayo te crece una novela.
- R.M.: Exacto, sí.
-
B.M.T.: Hay un capítulo muy interesante en esta obra que titulas “Verdaderas verdades mentirosas”, donde dices: “Confieso que en este libro hay ficción, hay ciertos ingredientes imaginarios. Pero las partes que no son verdad son las más verdaderas”. Usando una frase de
Tove Ditlevsen, escritora que citas en tu libro, ¿a veces hace falta mentir para que salga la verdad? ¿La literatura es un camino hacia la verdad?
- R.M.: Totalmente. Mejor dicho, la ficción, porque la literatura es algo muy amplio que integra también el ensayo, por ejemplo. La ficción es un camino hacia la verdad más profunda. No hay otra vía que llegue a una verdad más profunda; bueno, tal vez de algún modo también la poesía. Puedes hacer un ensayo extraordinario, pero de lo que no se sabe, de lo que no se puede hablar, hay que callar. Cuando es todo lo contrario, de lo que no se sabe hay que contar, hay que fabular. De lo que no se puede hablar hay que inventar.
-
B.M.T.: El genial escritor argentino
Juan José Saer decía que lo contrario de la verdad no es la ficción, que la ficción es una forma específica de verdad.
- R.M.: Preciosa, perfecta, tal cual. Yo también cultivo otro género literario, que es el periodismo escrito y que me gusta, me parece estupendo. Pero pertenece a mi ser social, a mi ser exterior, mientras que la ficción es lo que yo soy y lo que era desde pequeñita. En el periodismo me he dado cuenta de que la gente tiene una necesidad urgente de poder saber, de poder separar lo verdadero de lo falso, debido a la inquietud ante la realidad de la que te hablaba antes. Algunos están desesperados por marcar esa diferencia. El periodismo es lo que yo llamo la realidad notarial. Cuando hago periodismo soy un árbol que está hablando de los árboles que tiene alrededor, pero cuando hago ficción intento elevarme como un águila y hablar del bosque que tengo abajo, en el que yo misma estoy siendo un árbol. Esa visión es incomparablemente más importante que la visión del árbol de al lado. Y más verdadera, porque es una verdad más grande.
-
B.M.T.: Yo creo que, entre otras cosas, “
El peligro de estar cuerda” funciona muy bien sobre todo por la primera persona tan cercana que utilizas. Es una voz narrativa que está continuamente interpelando al lector.
- R.M.: Esa primera persona la usé por primera vez en “La ridícula idea de no volver a verte” y la he usado también en este libro. Me salió así, los libros suenan de una determinada forma en la cabeza. Tienen colores, olores y de todo, la verdad es que es como una nube cósmica galáctica [Risas]. Y suenan, se establece un grado de proximidad con el lector. Lo sientes. Cada libro tiene su calor, su ritmo interno, su música y ese lugar de proximidad, que es muy interesante. Y que en realidad también es una especie de desdoblamiento, como si hablara conmigo misma. Yo hablo sola, entre otras cosas que tengo de chiflada, y un libro es como un murmullo contigo misma.
-
B.M.T.: Se crea un clima de intimidad y cercanía emocional que se percibe claramente.
- R.M.: Sí. Yo lo siento e intenté transmitirlo al libro. Y creo que conseguí justamente eso que dices, esa calidez, ese lugar. Es como estar hablando en un sitio con poca luz, es una atmósfera.
-
B.M.T.: Una de las ideas principales de este libro es advertir sobre los peligros de la cordura pero, como hemos visto antes, otra es el elogio de la creatividad, de la imaginación, de la diferencia y de esa inmadurez existencial que tienen los creadores.
- R.M.: Sí, claro. Bueno, no sólo los creadores. Estoy segura de que tú tienes exactamente la misma.
-
B.M.T.: Una cabeza infantil, sin poda posterior de conexiones.
- R.M.: Mi teoría es que hay mucha gente que, aunque no llegue a hacer nunca nada convencionalmente creativo, tiene el mismo tipo de cabeza que el que lo hace. Por ejemplo, yo creo que todos los lectores apasionados, que son legión, tienen una cabeza así. Si necesitan tan apasionadamente la novela es porque tienen esas cabezas sin podar. La tienen llena de esa demanda de imaginación, de la capacidad de vivir otras vidas imaginariamente. Creo que es muy grande el núcleo de cabezas sin podar, yo calculo que al menos el 20% de la población la tiene.
-
B.M.T.: Cuando hablas de ese porcentaje de la población que no ha perdido las conexiones imaginativas y creativas haces referencia a los locos, los artistas, los niños e incluyes también a los lectores. Me ha sorprendido que metieras a los lectores en ese grupo y esto me ha hecho pensar en una frase de un autor francés que me encanta,
Pascal Quignard, extraída de su libro “
Terraza en Roma” que dice lo siguiente: “Los hombres desesperados viven en ángulos. Todos los hombres enamorados viven en ángulos. Todos los lectores de libros viven en ángulos”.
- R.M.: Qué buena.
-
B.M.T.: Tiene tu misma opinión. El lector de libros es un ser de vida oblicua, dueño también de una mente no podada por la madurez.
- B.M.: Exacto. Totalmente. Lo que pasa es que para llegar cristalizar en lo creativo se necesita que se dé la tormenta perfecta, con un montón de circunstancias. Sea buena o mala la obra que se escriba. La calidad no tiene que ver, pero sí el que te dediques a una cosa que en principio es bastante absurda, como por ejemplo encerrarte en una esquina de tu casa a inventar mentiras. Y a lo mejor a esos lectores que no han hecho nada aparentemente artístico desde un punto de vista convencional le falta alguno de los otros ingredientes. Por ejemplo, uno que me sorprendió mucho pero en el que coinciden todos los neurólogos, es la energía. Y yo tengo una energía como el conejito de Duracell, es alucinante. Puede haber gente a la que sólo le falla la energía. Tiene que darse la tormenta perfecta en esa persona.
-
B.M.T.: Tu libro es muchas cosas, entre ellas una “orgía de citas”, como dices tú. Y yo voy a seguir con las mías. Esta es de “
Autorretrato con radiador” de
Bobin y dice: “La infancia continuada mucho tiempo después de la infancia: eso es lo que viven los enamorados, los escritores y los funámbulos”.
- R.M.: Efectivamente, es precioso. De alguna manera los no podados no maduran del todo, siguen teniendo el niño interior, el niño que fueron. Y los niños porque son niños y se lo aceptamos, pero tienen una cabeza directamente delirante. Un niño puede estar hablando con un amigo invisible, pero si eso lo hiciera una persona adulta sería un delirio psicótico. Y un niño tiene la misma cabeza.
-
B.M.T.: Incluso en algunas culturas, a los individuos con ideas delirantes o que sufren visiones se les considerarían mediums, brujos o chamanes, cuando en esta otras se les encerraría en un manicomio.
- R.M.: Evidentemente. Y hay una idea muy interesante. Pensamos que todo va mejorando, gracias al progreso. Pero curiosamente siempre se ha sabido que la locura era otra enfermedad más del cuerpo, hasta hace dos siglos que desapareció misteriosamente esa noción. ¿Con qué coincide? Con la industrialización, cuando de repente hubo que hacer horarios concretos y amoldarse. A partir de entonces la persona con trastornos mentales ya no podía adaptarse. Antes sí, estoy segura de que antes estaban mucho más integrados.
-
B.M.T.: Los "locos" tenían su sitio.
- R.M.: Tenían su sitio y la industrialización los condenó a la hoguera.
-
B.M.T.: Eso todavía pasa, la estigmatización es más evidente en las grandes ciudades y en las zonas más industrializadas que en los pequeños pueblos. En los pueblos la persona con algún retraso o problema mental tenía su lugar, era respetado y era querido. No era encerrado, ni mucho menos. Hacía una vida libre y eran personajes populares y queridos en el pueblo.
- R.M.: Sí. Le ayudaban si lo necesitaba y él tenía su lugar.
-
B.M.T.: Volviendo al tema, adviertes que por esa ventaja que supone tener dosis elevadas de creatividad y de imaginación hay que pagar un precio, generalmente en salud mental.
- R.M.: Evidentemente.
-
B.M.T.:
Aristóteles, con su famoso
Problema XXX, establecía que un exceso de bilis negra provocaba una melancolía en los genios. Según comentas en tu libro, parece que hay una especie de puente, una conexión neuronal, entre la genialidad y la locura.
- R.M.: No exactamente. Creo que tenemos una cabeza cableada parecida. En primer lugar hay una cuestión semántica, porque ¿a qué llamamos locura? Es una palabra muy vaga y muy imprecisa. Lo que la gente suele entender por locura es la psicosis, la esquizofrenia… un trastorno muy grave. Todos los expertos coinciden en que estar loco en ese sentido no sólo no te convierte en artista, sino que te deshace. La historia del arte de la humanidad está llena de ejemplos, cuando un artista ha tenido una crisis psicótica ha dejado de crear. Como le pasó a Schumann, que dejó de componer y terminó en un psiquiátrico, o a Hölderlin. Se destruyeron, no podían seguir creando.
No es que la locura te garantice la genialidad, ni el arte, ni la capacidad; al contrario, te deshace. Pero yo creo que entre la gente que llega a tener crisis mentales muy graves y la gente que nos dedicamos a cosas creativas hay una diferencia cuantitativa y no cualitativa. Lo que pasa es que tenemos la cabeza cableada distinta y en algunos ese cableado es de nivel catastrófico y en otros, pues no. Y al tener la cabeza cableada distinta eso hace que seas más tendente a rozar trastornos mentales. Yo he tenido uno, que es la crisis de pánico. Pero no todo el mundo tiene que tenerlos. Y luego, también depende mucho de que hagas con ello. Por ejemplo, yo creo que el arte ayuda. Yo empecé a dejar de tener las crisis de pánico a los 30 años y creo que fue porque empecé a publicar con continuidad novela. Es muy interesante cómo eso te cose al mundo.
El trastorno mental lo que hace es romperte, desgajarte de la piel de la Tierra y de la especie humana, aislarte. Hay una disociación tremenda y una despersonalización, te sales del mundo. Yo publicaba periodismo desde los 19 años, pero el periodismo no sirve porque es una palabra social, no es la tuya íntima, aunque pongas tu estilo. Escribía ficción desde los 5 años pero no la publicaba y esto tampoco sirve. El ticket ganador es escribir ficción y publicarla. Esa ficción que escribes, tus delirios íntimos controlados, como digo en el libro, los sacas afuera y pasa gente que te dice que lo que tú has escrito también lo sienten. Eso te cose al mundo. Eso te vuelve a insertar en esta realidad fugitiva y te cose a ella.
-
B.M.T.: Por tanto, escribir en esas condiciones es sanador, es curativo.
- R.M.: Es más que sanador, es estructurante. Te da una estructura casi como si fuera un esqueleto exógeno que te permite estar de pie en la vida y vivir.
-
B.M.T.: Justo sobre eso hemos estado hablando antes
Luis Mateo Díez y yo. El protagonista de su novela está completamente desestructurado, completamente volado e intenta escribir una novela para organizar su mente, porque la literatura sirve para ordenar el caos, ese flujo caótico que tenemos en la cabeza.
- R.M.: Totalmente. La novela es la que más. Recuerdo que Rimbaud dijo, cuando dejó de escribir poesía, en una carta a su hermana: no escribo poesía porque me vuelve loco. La poesía en plan delirante, como lo hacía él, podía causar el efecto contrario, catapultarte a la estratosfera. Pero la narrativa es muy estructurante. Aunque escribas la novela más rota y más anti convencional tiene un principio y tiene un final, está encerrada en un marco, estructura muchísimo la realidad.
-
B.M.T.: Hay un capítulo de tu libro que me ha gustado mucho en el que yo advierto una especie de giro místico. En él hablas de los artistas o de los escritores como "yonkis de la intensidad". Dices que son “cazadores de lo sublime”, “aventureros de lo absoluto”, “buscadores de momentos oceánicos”, “buscadores del satori” y eso me ha hecho pensar en los místicos, que buscan lo mismo: el nirvana, la iluminación, se embriagan con la idea de Dios.
- R.M.: Es lo mismo, es exactamente igual. También la gente que se droga tiene esa necesidad, por eso existe el temperamento adictivo. Yo creo que esa necesidad de buscar lo absoluto debe de venir también por esa manera en la que tenemos conectada la cabeza. Y por otro lado es una maravilla. Yo creía que los “momentos oceánicos” eran absolutamente comunes y resulta que no. Para ti sí lo son, pero para la gente no.
-
B.M.T.: Pero se experimentan, hay momentos de trance en los que, sin darte cuenta, experimentas ese “momento oceánico”. A lo mejor sencillamente mirando por la ventanilla de un tren vives durante unos segundos en ese trance y luego vuelves reconfortado.
- R.M.: Vives unos segundos en la eternidad.
-
B.M.T.: Si los buscas, aparecen con más frecuencia. Pero sin buscarlos también aparecen espontáneamente. Es como si la mente necesitara de vez en cuando estos estados no ordinarios de conciencia.
- R.M.: Sí, sí, totalmente.
-
B.M.T.: Y siguiendo con el giro místico, cabe decir que el paso número uno de la mística es matar al Yo. Como tú dices aquí, el Yo consciente o el Yo controlador. No puedes desarrollar la creatividad si no matas a ese Yo que no deja de interferir.
- R.M.: Ah, claro. El peor enemigo es el enemigo interior. Es como en el cuento del ciempiés y la cucaracha, que cuento en “La loca de la casa”. La cucaracha le pregunta al ciempiés cómo se mueve y lo explica muy bien, pero cuando la cucaracha le pide al ciempiés que se lo demuestre ya no se puede volver a mover. Cuando es consciente de lo que puede hacer, se acabó.
-
B.M.T.: Antes hablábamos de los delirios controlados que suponen la literatura y hay una teoría que tú cuentas en el libro sobre la escritura que me parece muy interesante. La llamas “teoría del embudo” y explica cómo toda obra literaria que se encuentra en un estado avanzado de creación genera a su alrededor una especie de magnetismo que atrapa, de forma azarosa, ideas, imágenes y detalles que va incorporando al texto.
- R.M.: Es que de repente se dan un montón de coincidencias. Es como lo que dicen de que si te rompes una pierna no haces más que ver gente con piernas rotas. Cuando estás terminando una novela, si todo va bien, es como el vórtice de un huracán y mucho de lo que gira alrededor volando va acabar en el libro, porque es atinado con el libro. Es increíble. Esa parte final, si funciona, es como si vivieras en otro mundo, o en un mundo entre los dos, estás parte en la novela y parte en este mundo.
-
B.M.T.: Entras en un estado de hiperpercepción. De repente te das cuenta de detalles que resultarían insignificantes en cualquier otro momento pero que ahora te pueden servir.
- R.M.: Claro, y no solo te sirven, sino que piensas que era justo lo que buscabas.
-
B.M.T.: Extrañas coincidencias, raras serendipias que se dan a veces.
- R.M.: Sí, sí. Oye, una cosa sobre los místicos. Muchos de ellos tienen una lesión en el cerebro, creo que es en la parte frontal parietal izquierda. Y ven a Dios. la gente que tiene ese tipo de lesión ve a Dios.
-
B.M.T.: Desde luego, es fascinante la experiencia mística. Volviendo a tu libro, en él hablas de “fantasmas del escritor” como esos temas recurrentes que reaparecen constantemente en las obras de los autores. Por ejemplo, en tu caso, el paso del tiempo, la muerte o la identidad.
- R.M.: Bueno, esos no serían exactamente “fantasmas del escritor”, esas son mis obsesiones, de lo que hablo desde que soy consciente. Mis temas son, en primer lugar, la muerte y sentido de la vida, si es que tiene alguno. Y en segundo, el paso del tiempo, lo que el tiempo nos hace y deshace, porque vivir es deshacerse en el tiempo. Y luego, como dices, la identidad, la falta de fiabilidad en la realidad. El poder y el abuso de poder, también me obsesiona mucho. La necesidad de los otros para que la vida merezca la pena -somos animales sociales y necesitamos a los otros-, ese es otro tema muy importante… Pero todo eso es consciente.
Las novelas son como sueños en los que sueñas con los ojos abiertos y los fantasmas son como los sueños recurrentes, son cosas de las que tú no eres consciente y que además ni siquiera sabes qué significan cuando te las señalan. Por ejemplo, en mi caso, los enanos. De repente me di cuenta de que todas mis novelas estaban llenas de enanos. Y tuve que pensar por qué y he llegado a una conclusión, pero no era evidente de entrada. O por ejemplo -y de esto me he dado cuenta mucho después- muchos de mis personajes tienen una tendencia tremenda perder miembros [Risas]. Perder dedos, perder dientes, perder un brazo, perder un ojo… perder algo. No es que me lo plantee, de repente llega y han perdido algo. ¿Por qué? O tener cicatrices… Pues eso lo he notado muy tarde y no tengo del todo claro por qué pasa. Bueno, pues esos son los fantasmas. Seguro que tengo más, pero todavía no los he visto.
-
B.M.T.: A lo mejor el propio escritor es el que menos capacidad tiene para verlos, porque los vuelca en el texto inconscientemente.
- R.M.: Exacto.
-
B.M.T.: Por último, tú siempre hablas del “huevecillo” como “ese fulgor primero que dispara la escritura de un libro. ¿Cuál fue el “huevecillo” de “
El peligro de estar cuerda”?
- R.M.: Bueno, los “artefactos literarios” tienen una vida de alguna manera distinta a la de una novela. Por ejemplo, “La loca de la casa” empezó con el deseo de hacer un texto sobre la escritura, que en principio parece algo aburrido y que después se convirtió en otra cosa. “La ridícula idea de no volver a verte” porque me mandaron el diario de Marie Curie, que es un diario de duelo cortísimo, de 24 páginas nada más, y de repente ese aullido de dolor en una mujer que me parecía completamente helada antes de leerlo me abrió un mundo. Y en “El peligro de estar cuerda” mi deseo fue contestarme a las preguntas que me estaban dando vueltas en mi cabeza desde hacía tanto tiempo. A veces recibes un telegrama que te manda tu inconsciente. Yo estaba tan tranquila y de repente se me encendió en la cabeza un mandato en neón qué decía: tu próximo libro será un “artefacto” y va a tratar de creatividad y locura. Y dije: vale, a la orden. Es curioso. En las novelas el "huevecillo" suele nacer de una imagen, de una escena, pero en este libro fue así.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Rosa Montero el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas.