El prolífico escritor
Luis Mateo Díez, nacido en León, licenciado en Derecho y funcionario jubilado del ayuntamiento de Madrid, es uno de los principales escritores actuales en lengua castellana. Con la trilogía formada por "El espíritu del páramo", "La ruina del cielo" y "El oscurecer", creó su propio territorio imaginario: el reino de
Celama, metáfora rural y «ventana a lo más hondo y misterioso del corazón humano». Es Académico de número de la
Real Academia Española desde 2001.
Traducida a distintas lenguas, su obra literaria ha sido objeto de tesis doctorales en universidades españolas, europeas y americanas. Entre los múltiples galardones que ha recibido figuran el Premio Café Gijón (1972) por "Apócrifo del clavel y la espina", el
Premio Nacional de Narrativa (1987 y 2000) por "La fuente de la edad" y "La ruina del cielo" -con las que obtuvo también el Premio de la Crítica-, el Premio Castilla y León de las Letras (2000), el Premio de la Crítica de Castilla y León por "Los frutos de la niebla" (2009, el Premio Francisco Umbral por "La cabeza en llamas" (2012) y el Premio de Literatura de la Comunidad de Madrid (2015).
En 2020 recibió el
Premio Nacional de las Letras Españolas, que concede el Ministerio de Cultura, por su "técnica y lenguaje poético de extraordinaria riqueza y una preocupación constante por la dimensión moral del ser humano" y en 2023 fue elegido ganador del
Premio Cervantes.
Bruno Montano de
Trabalibros ha tenido el placer de entrevistarle sobre "
Mis delitos como animal de compañía", "un reto literario poco frecuente en su ambición simbólica, y que responde a la obra de un escritor tan peculiar como imprescindible que ha llegado al límite de su maestría" (Galaxia Gutenberg).
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Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): El protagonista de esta novela no tiene nombre, pero sí tiene una voz potente, una voz perturbada y volada. Ha perdido la salud, es un “enfermo profesional”; también ha perdido la razón, aunque tiene una lucidez afilada y una capacidad introspectiva notable. Ha perdido el decoro e incluso la dignidad. Tiene una vida errática e intenta ponerle orden a su vida escribiendo una novela o, por lo menos, dictándola. ¿Sirve para eso la literatura, para ordenar el caos mental?
- Luis Mateo Díez (L.M.D.): Sí, puede ser una de las opciones más razonables. Y desde luego, para alguien que está -en cuanto a la particular situación de su conciencia y su sensibilidad- en un trance de trastorno, o con una idea de trastorno -que es como una subversión de uno mismo- me parecía interesante como metáfora, casi metaliteraria, la idea de que escribir una novela, o que alguien se la escriba, podría ser algo que remediara su mal o que lo paliara. Aunque al final también había ahí una opción un poco experimental. Esta es una novela que no existe, lo han visto así algunos críticos y estudiosos y a mí me ha complacido la idea de que es inexistente, de que aquí solo hay la intención de una novela. Pero el resultado no es una novela. Es decir, tú puedes leer una novela inexistente, la conciencia de alguien que busca ordenar su desorden en una invención imaginaria que no existe.
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B.M.: La historia transcurre mayoritariamente en Armenta, que es una "ciudad de sombra", ese tipo de ciudad en las que usted radica siempre sus novelas, ciudades en las que se propicia el extravío y desde las que, como dice usted muchas veces, se ve un “horizonte morado”. ¿Cómo son exactamente esas "ciudades de sombra"? ¿Qué valor literario les da usted?
- L.M.D.: Son ciudades que no están en la realidad, sino que están en una realidad paralela que para mí es lo imaginario. Con lo cual todo lo que sucede en ellas no se podría o no se debería contextualizar como historias realistas, testimoniales, ni que tuvieran elementos históricos o de actualidad, aunque a veces hay alguna incisión en algún momento. Son ciudades construidas fantasmalmente y que tienen unas atmósferas fantasmagóricas. Quienes viven en ellas lo hacen en la inseguridad, en la fragilidad, un poco en el misterio de lo que son, en el secreto de lo que les pasa, y eso está en la atmósfera que lo envuelve todo. Y esa atmósfera a veces es física, paisajística, urbanística… Además, son ciudades que invitan a hacer de sus habitantes seres solitarios, o que quien las describe haga un poco prospecciones submarinas en seres que andan extraviados. Si te fijas, en ellas hay pocas multitudes, los personajes andan sueltos por ahí, se encuentran, van, vienen, les pasan cosas, pero el común de vecinos no se sabe dónde está. El común de vecinos está constituido por una especie de presencias fantasmales que además están en un tiempo roto, o sea que no viven en una tesitura histórica, sino en un voy y vengo que nunca sabes dónde está. Todo eso no es un capricho. Yo tengo la necesidad de sentirme seguro en este tipo de territorios imaginarios, porque eso concierne tal vez a mi mirada de conjunto de la condición a la que pertenezco y me sirve para sobrecargar todo lo que pasa con elementos simbólicos y fantásticos.
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B.M.: El doctor Mansarda es uno de mis protagonistas preferidos de esta novela. En un momento dado el doctor dice, dirigiéndose al protagonista principal: “Eres un sujeto pasivo del trastorno global”. El protagonista es una especie de Atlas mitológico que carga sobre sus hombros el trastorno universal, el trastorno global. ¿De qué trastorno estamos hablando?
- L.M.D.: Ya. [Risas]. El trastorno global tiene que ver con que nada está en su sitio, todo está revuelto, sobre todo la parte mental en la que la conciencia se diluye, se rompe, si te miras en el espejo no se refleja quién eres, sino una especie de espejo roto de muchos elementos que constituirían las contradicciones que hay en ti mismo. “Mis delitos” es una fábula sobre el trastorno, sobre un mundo trastornado, donde con toda la progresión que tenemos de nuestras prospecciones, de haber traído aquí mucho más del futuro de lo que deberíamos, tenemos algo así como un presente excesivamente comprimido y roto. El pasado que nos asediaba lo hemos dejado, huimos de él, y no acabamos de centrarnos en el futuro que viene sobre nosotros porque es excesivo. Hay una frase que cito mucho, que proviene de alguna de mis lecturas y que tiene que ver con el exceso de realidad en la que vivimos.
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B.M.: Exceso de realidad o de actualidad.
- L.M.D.: Sí, también exceso de actualidad. Un presente muy duro de sobrellevar, en el que se carece de una conciencia de sosiego, de tranquilidad, que permitiera esos visos de felicidad que le darían al ser humano la posibilidad de estar tranquilo. O sea, un mundo de agitación. Y en el caso del personaje de “Mis delitos” él siente todo esto. Es un personaje simbólico, metafórico, que da la medida de la globalización que hay en este desastre en el que vivimos. Sin prospecciones pesimistas. Un pasado que no sabemos poner en su sitio, un futuro que nos avasalla y que todavía no sabemos ajustarnos a él y un presente desazonado.
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B.M.: Por eso no tiene nombre, porque en realidad el trastorno es de la sociedad en su conjunto.
- L.M.D.: Claro.
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B.M.: En un libro muy interesante que escribió usted hace unos años titulado “
Los desayunos del Café Borenes” y que a mi parecer refleja su particular poética le dedica un capítulo a un concepto recurrente a lo largo de su obra. Me refiero al concepto de “épica del fracaso”. El protagonista de “
Mis delitos como animal de compañía” es un antihéroe, como en tantas de sus novelas. Es un perdedor, un hombre que va a la deriva, que está desorientado, que no tiene metas. ¿Qué le atrae tanto de este tipo de personajes que ha hecho de ellos uno de los pilares de su obra?
- L.M.D.: Yo creo que lo que me atrae son unas percepciones muy antiguas en mí mismo, una sensibilidad propicia a haber entendido el gran libro de mi vida, y yo creo que de la literatura universal, que es “El Quijote”. Percepciones de un gran héroe que sale de la nada y se dedica a “desfacer entuertos”, se embarca en una aventura quimérica que está destinada al fracaso, al fiasco y a la burla, a que todo sea un poco en vano, pero eso no esconde la grandeza de quién eres. Que tú eres el que de verdad tienes el emblema de la generosidad y de lo más bello y hermoso de la condición a la que pertenecemos. Por ahí iría. Yo esa percepción la tengo desde mi época infantil y de eso tratará el discurso que lea cuando haga la recepción del Premio Cervantes. Es mi visión del Quijote. Yo fui un niño fascinado por un héroe que era un héroe del fracaso, que era un antihéroe, que era un héroe golpeado y que sin embargo tenía la quimera de la salvación humana, de que lo real estaba por debajo de lo imaginado. Y que sí, más allá de la quimera estaba la locura. Ese es un territorio que recorren mis personajes, que acaban como este pobre desgraciado de “el trastorno”. Pero esto no es una visión pesimista.
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B.M.: Hablando de heroicidad, yo sé que usted es un gran admirador de
Rilke y de sus “
Elegías de Duino”. La sexta elegía de este libro acaba así: “El héroe […] ya vuelto de espaldas se erguía en el límite de las sonrisas, diferente”.
- L.M.D.: A Rilke lo admiro muchísimo, ha sido mi poeta, la fuente de nutrición sustancial. Hay una novela mía que tiene un emblema de él muy directo y que forma parte de mi propia conciencia moral de lo que es el ser humano. Es un verso que dice: “Pues pobreza es fulgor / muy grande desde dentro”.
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B.M.: En la novela podemos leer: La vida es un trastorno. Es incómodo vivir. La vida es un engorro. La vida es poco. La vida resulta inconveniente, controvertida, embarazosa y desagradable. Parece que vas a leer un libro triste, existencial, trágico, pero como está combinado con un fino humor es como si éste disolviera esa tragedia de fondo hasta convertirla en una tragicomedia. Yo en este libro veo toques de la literatura del absurdo, del humor de Cervantes, del esperpento valleinclanesco, toques grotescos incluso.
- L.M.D.: Totalmente. Esa es mi filiación. La gran literatura de los contrastes, que tiene que ver con la gran frase que acabas de leer de “Las elegías de Duino” y con el despertar. El gran pensamiento de los contrastes no en la filosofía -si yo de eso entiendo menos-, en lo que es la narrativa, que son las fábulas que uno cuenta, que es para lo que parece que sirve uno hasta donde buenamente puede. En el personaje de “Mis delitos”, que está en el trastorno, hay muchas percepciones tremendamente pesimistas, es un enfermo y todo eso. Pero tiene como una solvencia de héroe del fracaso. Su vida es un gran fracaso pero su subsistencia es una gran heroicidad. Y eso es Cervantes.
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B.M.: Y es un personaje también visionario. Recupero otra cita del
doctor Mansarda que le dice al protagonista: “Eres un privilegiado perceptor del mundo en el que vives, de la condición a la que perteneces”. A pesar del trastorno tiene una lucidez que le permite ver con claridad su realidad y la del entorno.
- L.M.D.: Yo pienso que en esto habré construido un personaje anónimo, innominado, extraño, misterioso, curioso, divertido, trágico, estúpido, no lo sé… Todo eso puede dar el contexto suficiente para avalar esa conciencia de visionario que puede hacer que esta novela sea una interesante fábula sobre la vida en la que estamos metidos a estas alturas del Siglo XXI, que ya no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos. Algo de eso hay. Mi ambición de escritor está cumplida, ahora que ya tiene uno esta especie de solvencia absurda que le otorga el reconocimiento público de lo que hace. Es como si te dijeran: te vamos a poner una señal en la frente, eres un Premio Cervantes. Interesa mucho lo que haces, no vengas ahora con vanidades, disimulos y arrogancias. Has involucrado una parte fundamental de tu existencia, de tu capacidad creativa, de tu imaginación y de tu memoria en construir tantas cosas… Porque además soy prolífico, fíjate tú qué historia. Yo he publicado mucho, pero el día en que me vaya a ese más allá al que todos aspiramos, que es la nada beneficiosa, el rostro que va a quedar va a asustar un poco.
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B.M.: Usted pasará a los libros de Historia de la Literatura, si es que la literatura se sigue enseñando en un futuro.
- L.M.D.: ¡Bueno, bueno, bueno! No, yo cuando me preguntan, ¿y en ese futuro que dices que avasalla al presente y que no deja equilibrar el pasado, qué hay? Esta juventud que parece que ya no lee, que andan con el chirimbolo electrónico… y estos Parlamentos donde se ponen pinganillos para entenderse porque no saben que hay una lengua común en la que todos los ríos van al mar… ¿Todas esas cosas en qué acabarán? Todo eso parece que da predicciones un poco pesimistas. Pero el ser humano es lo que es. Habrá una nueva sabiduría, aunque yo no lo voy a ver.
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B.M.: Habla usted en este libro de un concepto que me ha encantado, el “
realismo excursionista”. El “realismo excursionista” de la confesión, del acta, del reportaje, de la biografía, y frente a éste usted enarbola un "realismo estrambótico o degenerado", que desemboca en una fábula que proyecta una visión metafórica o simbólica de la realidad, desdeñando interpretaciones históricas o sociológicas.
- L.M.D.: Sí. Para mí lo que no se puede es predicar. Yo nunca quiero ser invasivo en lo que digo. Yo no tengo opiniones y bien que me conduele. Yo creo que en el mundo en que vivimos los grandes opinadores serán aquellos viejos intelectuales del gran pensamiento filosófico, que daban pautas contradictorias de ejemplaridad. Me parece que ahora ya no tenemos a esos grandes intelectuales que eran más que opinadores. Yo sólo tengo ocurrencias. Yo me muevo como buenamente puedo, entre la grandeza de las obsesiones y la miseria de las manías. Soy maniático, aunque lo intento disimular. E intento dar un poco fe de mis honorables obsesiones, que serán las que derivan en unas novelas y en unos libros que se sostienen mejor o peor, de acuerdo al pulso que tuvo uno cuando los escribió.
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B.M.: Hay una frase del último capítulo de su libro a la que le he dado muchas vueltas. La frase dice: “Lo que no se inventa se arruina enseguida”. Esta frase la he relacionado con otra de
Pessoa, que voy a convertir en pregunta. ¿La literatura es la prueba de que la vida no basta?
- L.M.D.: Sí. El arte en general. El arte es la prueba de que la vida es insuficiente y de que estos bichos tan raros, tan peculiares y tan maravillosos que somos tienen la capacidad de poder vivir lo que no se puede vivir. En el arte a veces tenemos una visión un poco acomplejada o interesada. El arte está comprometido con la vida. Cualquier intento de decir que el arte es para espíritus refinados, que implica unas sensibilidades especialmente peculiares, es un engaño total. Quien tiene integrado el entretenimiento, el goce, el conocimiento y la sensibilidad que pertenece al arte está mucho más preservado para vivir una vida que no va a vivir. Y para tener una conciencia más lúcida de lo pobre que va a ser lo que vive. Para reconvertir esa pobreza en una suerte de vitalidad y convertirse en eso que quisiéramos ser todos: vividores.
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B.M.: En "
El espíritu del Páramo", primera obra de su trilogía del
Reino de Celama, el narrador comenta que los habitantes de Celama estaban obsesionados con el agua y la perforación de pozos y hace la siguiente reflexión: “Las obsesiones más profundas son las que se construyen con lo que no se tiene, con el deseo de lo que se precisa, con la urgencia de la necesidad extrema”. ¿Sigue teniendo obsesión por escribir? ¿Sigue siendo una necesidad extrema en usted, después de una larguísima y prolífica carrera?
- L.M.D.: Sin duda. Tengo la suerte de que, a pesar de haber obtenido un premio tan importante como este, soy un hombre con poco pagamiento de sí mismo y pocas arrogancias. Yo creo que esa es la suerte de poder sobrevivir a la precariedad. Y el tiempo, la edad que he ido cumpliendo, mi condición de octogenario, me ha hecho reafirmarme en esas condiciones. Yo le tengo vendida el alma al diablo hace muchísimo tiempo y creo que siempre he tenido más consistencia en la ficción que en la vida. En mi vida de lector, no sólo de escritor. Pero esa conquista de la vida que se extrema, que se hace más poderosa de lo imaginario, es fundamental.
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B.M.: Además, como dijo
Irène Némirovsky en una cita que a usted le gusta recordar, la novela es un callejón lleno de gente desconocida. Por lo tanto, leer y escribir serían también formas de conocer gente interesante.
- L.M.D.: Sí, ese territorio de la novela está lleno de gente desconocida. ¿Cómo vas a conocer a Emma Bovary? ¿Cómo vas a ir al Siglo XIX o conocer a Anna Karenina y sus vicisitudes? ¿O cómo vas a conocer a aquella señora del rojo y el negro y a aquel pájaro que la intentaba llevar al huerto y, como dice Stendhal, ella no sabía lo que le pasaba porque no leía novelas? Es que hay que leer novelas para poder tener más vida de la que podemos vivir.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Luis Mateo Díez el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas.