Trabalibros entrevista a Lorenzo Silva, autor de "El mal de Corcira"

lunes, 24 de agosto de 2020
"La mayoría de los etarras y de quienes los apoyaban creían en la necesidad de “liberar” esa Euskal Herria que sienten como principio y valor superior a todos los demás. Pero esa idea, en la práctica, operaba como un pretexto".
El escritor madrileño Lorenzo Silva es uno de los autores de novela negra más valorados de nuestro país. Posee en su haber un buen número de galardones entre los que se encuentran el Premio Primavera 2004, el Algaba de Ensayo, el Ojo Crítico 1998, el Nadal 2000 y el Planeta 2012. Son de su autoría obras como "Niños feroces", "Carta blanca", "La flaqueza del bolchevique", "El nombre de los nuestros" y "La marca del Meridiano" entre otras y cuenta con más de dos millones de lectores. Algunas de las novelas protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro han sido adaptadas para la pequeña y la gran pantalla.

Bruno Montano ha tenido la oportunidad de entrevistarle con motivo de la publicación de una nueva entrega de la serie Bevilacqua, titulada "El mal de Corcira", que supone el décimo caso de la pareja de guardia civiles y que, en esta ocasión, los lleva a resolver un crimen que transporta al subteniente a su pasado en la lucha antiterrorista en el País Vasco (editorial Destino).

El mal de Corcira (Lorenzo Silva)-Trabalibros- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Desde “El lejano país de los estanques”, primera entrega de la serie protagonizada por Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, sabemos que Vila estuvo destinado en el País Vasco durante los “años de plomo”. Has ido dejando pequeñas migas a lo largo de la serie que hacían referencia a su participación en la lucha antiterrorista, pero es ahora que el guardia civil ha pasado de los cincuenta cuando se decide a hablar con profundidad sobre ETA y la lucha antiterrorista. Siendo éste un tema capital en la historia reciente de España, ¿por qué has tardado veinticinco años en desarrollarlo en una de tus ficciones?

- Lorenzo Silva (L.S.): Había dos razones: la primera, la necesidad de abordar la historia con la información más completa posible, con un arsenal de detalles lo bastante rico como para hacerle justicia literaria y narrativa a la trascendencia del asunto; la segunda, la intuición de que la historia se contaría mejor conociendo su final, si podía alcanzarse, como finalmente se alcanzó, porque, como ya dijeron los griegos —sin ir más lejos, el ateniense Solón—, el final de algo o de alguien dice mucho de ese algo y ese alguien. La necesidad la pude ir satisfaciendo gracias a múltiples testimonios que, a medida que el final se acercaba, eran más francos, pormenorizados y precisos. Y la intuición la confirmó plenamente el desenlace: ese comunicado surrealista de autodisolución de ETA y la detención en Francia, pocos meses después y por una joven guardia civil, del único etarra de cierto fuste que quedaba, el mismo que había leído el comunicado en una especie de alarde arrogante y terminal.

- B.M.: Has tardado veinticinco años, pero has dedicado diez capítulos de “El mal de Corcira” a hablar del terrorismo etarra. Da la impresión de que has escrito dos libros en uno, superando de largo el número de páginas habitual de la serie. En el primero desarrollas una pesquisa policial canónica que acaba conectando con el segundo, que sería una especie de confesión catártica que protagoniza el subteniente para exorcizar los fantasmas de su pasado.

- L.S.: Una vez que uno tiene todo el material, hay que darle una forma literaria y una estructura narrativa. Llegué a la conclusión de que la mejor manera de abordar el asunto era desde el presente, desde el paisaje después de la batalla, con el esquema y el motor de una pesquisa viva que empuja al protagonista, por la condición de etarra de la víctima, al recuerdo y la evocación de sus experiencias. Estas nos presentan el relato del terrorismo y la lucha contraterrorista en forma de flashbacks (o analepsis) y, lo que es más importante, desde lo vivido en primera línea y en primera persona y la huella que eso deja. Creí que así le daría más atractivo al relato y situaría al lector donde quería, no en la especulación abstracta sobre la violencia política, sino ante sus perfiles más crudos y concretos.

- B.M.: Bevilacqua tiene ya cincuenta y cuatro años y sigue mostrando un saludable e inteligente escepticismo, siempre apesadumbrado pero nunca cínico, del que sólo se salva, como confesó en “El alquimista impaciente”, una sola certeza: “lo mucho que puede desear la gente avasallar a otra gente”. ¿La raíz última del mal etarra sería el intento por parte de un grupo de gente de avasallar-dominar a otra gente?

- L.S.: La inspiración ideológica de ETA tenía mucho que ver con el proyecto de desplazar del poder a quien lo ostenta para ocuparlo en su lugar, y ejercerlo además de forma tan incontestable que sea imposible la disidencia o la tibieza. El terrorismo político, por la vía del amedrentamiento, persigue la aniquilación de la voluntad ajena, y puede llegar a conseguir (ETA lo consiguió, en más de un lugar) la sumisión y la comunión “espontáneas”: el autoconvencimiento de la justicia de la causa promovida desde la violencia para no convertirse en objetivo y que no sea tu cadáver el próximo que pase por la plaza. De hecho, ETA llegó desplazar al Estado en algunos territorios, y quienes allí mandaban en su nombre y por su cuenta, como suele pasar en estos casos, le cogieron el gustillo. Hubo literalmente que “reconquistarlos”, para hacer efectivos los derechos y libertades que las leyes españolas reconocen a todos los ciudadanos y que ETA negaba a quienes discrepaban de sus postulados o se oponían a ellos, empezando por el derecho a la vida.

- B.M.: “Un vehículo político-militar, todo-terreno, que junto a una carrocería patriótica emplea un motor revolucionario”. Así define Vila a ETA, citando directamente un libro que acaba de leer sobre el Movimiento de Liberación Nacional Vasco. ¿La motivación nacionalista-patriótica era una excusa etarra que ocultaba su verdadero proyecto revolucionario de corte leninista-maoísta?

- L.S.: Tengo la convicción de que la mayoría de los etarras y de quienes los apoyaban creían en la necesidad de “liberar” esa Euskal Herria que sienten como principio y valor superior a todos los demás, incluido el derecho a vivir en paz de los seres humanos suprimidos, arrollados o desterrados por ETA. Pero esa idea, en la práctica, operaba como un pretexto, una especie de McGuffin para una lucha que estaba concebida como un movimiento revolucionario, con todo su aparato argumental, conceptual y táctico, y que al final definía sus estrategias por el fin supremo de abolir el orden dado y sustituirlo por otro en el que los revolucionarios fueran la nueva clase dominante que prescribiera sin oposición lo que debía hacer el resto, por su bien. Un bien que incluía la “restauración” de esa entidad patriótica mítica y que no estaba sujeto a objeción ni debate de ninguna especie.

- B.M.: Bevilacqua, en sus tres años de estancia en el País Vasco, observó cómo la inconsciencia, la ignorancia y el aturdimiento llegaron a envilecer al ser humano y a convertirlo en el instrumento “de una energía oscura y profunda que iba mucho más allá de él”, energía criminal que es desencadenada por el orgullo, el miedo o el interés. ¿Entender lo que los pueblos temen, les interesa o les hiere el orgullo es entender sus guerras y sus crímenes?

- L.S.: Esa tríada fatídica (miedo, orgullo, interés) la toma prestada Bevilacqua del griego Tucídides, como reconoce en el propio texto. Para el historiador ateniense, esas tres son las causas reales de las guerras, que son la expresión de la violencia colectiva, y al final también lo son de los crímenes, que son la expresión de la violencia individual. El orgullo y el miedo operan de forma perentoria, a menudo inapelable, y explican muchas guerras y muchos crímenes (desde el marido que mata a la mujer que va a dejarlo hasta el violador que asesina a la chica que si vive podría reconocerlo y mandarlo a la cárcel). El interés es menos acuciante, pero quizá a largo plazo explica más violencias. Los narcos no odian ni temen a muchos de los que mandan matar, y más de un apóstol de la violencia política y de las guerras acaba sus días disfrutando de servicio en una vivienda amplia y confortable.

Lorenzo Silva (c) Aniol Resclosa
- B.M.: Alguno de los pensadores franceses de los que bebían los ideólogos etarras (Lacan, Badiou, Althusser) llegaron a simpatizar con ETA, pues consideraron que esta organización representaba “la mayor experiencia antisistema exitosa de Europa occidental”. ¿Cómo se explican estos coqueteos entre la inteligencia y la barbarie?

- L.S.: Siempre me ha llamado la atención esa extraña sociedad. De Althusser y de Lacan no me constan pronunciamientos expresos en ese sentido, aunque están entre las referencias utilizadas por los “think tanks” de ETA, por ejemplo el Colectivo J. Agirre, que llegó a preconizar el abandono de la ética kantiana —humanista— a favor de una ética de las verdades o prometeica —manifiestamente deshumanizada respecto del oponente— que vinculaba a ideas en su día expresadas por Lacan. El nexo, la simbiosis, está ahí e invita a reflexionar sobre los caminos por los que la inteligencia deja de serlo, porque conduce a la inmoralidad y ya dejó dicho Wittgenstein que una conducta inmoral es también irracional. En cuanto a Badiou, sólo señalaré un hecho: acaba de firmar en Libération un manifiesto a favor de Josu Ternera, un hombre al que se imputa (y no sin indicios, aunque habrá que esperar a que se sustancie el procedimiento judicial que su fuga lleva años retrasando) haber intervenido en la aprobación del asesinato de media docena de niños.

- B.M.: “El mal de Corcira” viene a suplir una laguna que dejó “Patria” de Aramburu al hablar escasamente del papel de la Guardia Civil en la lucha antiterrorista. Tu libro homenajea a la Guardia Civil como verdadero artífice policial de la derrota de ETA. ¿Este cuerpo armado –“el rizoma verde contra el que se ha estrellado el sueño del gudari”- obtiene su fuerza, como opina el teniente general Pereira, de su estructura “rizomática” y no estrictamente jerárquica?

- L.S.: Hace un cuarto de siglo que escribo novelas protagonizadas por guardias civiles. Antes de empezar ya conocía a alguno (las ideas no se le ocurren a uno en el vacío), pero después he conocido a cientos, con muchos he hablado en profundidad y con más de uno he llegado a tener amistad. Como en cualquier colectivo de 80.000 personas, hay de todo, pero siempre me ha impresionado el código que la mayoría tiene interiorizado, un prontuario que se creen, orientado al servicio público, desde la dignidad y el rigor y sin regatear sacrificios. He pensado más de una vez que con más servidores públicos provistos de ese manual de instrucciones estaría mucho mejor abastecida la defensa de los intereses de la comunidad, que son los de todos sus miembros, pero sobre todo los de los más vulnerables, los que no pueden comprarse un amparo privado alternativo. Y ese carácter, que en última instancia proviene de la concepción de la función del cuerpo que hace 176 años desarrolló su fundador, un liberal ilustrado y humanista consciente del atraso de la España decimonónica y caciquil, hace que las órdenes de un jefe no pesen tanto, incluso que puedan no hacer falta. Donde está uno, está todo. Como en el rizoma.

- B.M.: Leí hace muchos años “Mil mesetas” de Deleuze y Guattari y me impresionó sobre todo su prólogo, “Rizoma”. Pero jamás pensé que me podría servir para entender a ETA. Bevilacqua, en tu libro, conecta el concepto deleuziano “máquina de guerra” con el funcionamiento de ETA y dice que esta organización frente a la mesura prefería el furor, frente a lo público lo secreto, y que acababa creando una nueva justicia a veces muy cruel. ¿De verdad los etarras se inspiraban estratégicamente en Deleuze?

- L.S.: El pistolero concreto, no necesariamente. A veces, de hecho, ayudaba que apenas supiera leer y no fuera por tanto muy consciente de lo que hacía o de lo que arriesgaba. Pero entre los ideólogos y responsables de ETA estuvieron personas como Txelis o Mikel Antza, que pasaron por La Sorbona y puede estar seguro de que conocen a Deleuze. Que luego haya una coincidencia tan exacta entre conceptos deleuzianos y perfiles que de hecho tuvo la organización y dinámicas que se preocupó de seguir (como la de la “máquina” militar contra el “aparato” estatal) puede ser una casualidad. Pero yo en casualidades creo poco.

- B.M.: “La audacia irreflexiva pasaba por ser valiente lealtad al partido; la moderación, disfraz de cobardía; […] la precipitación impulsiva se contaba como cualidad viril; la circunspección al deliberar como un pretexto para sustraerse a la acción. Los descontentos siempre eran considerados dignos de crédito, y quienes se les oponían aparecían como sospechosos […] En suma, quien tomaba la iniciativa en llevar a cabo cualquier fechoría era elogiado, así como quien incitaba al mal a alguien que no pensaba en ello”. (“Historia de la guerra del Peloponeso”, Libro III, párrafo 82. Tucídides). El mal de Corcira, la confrontación encarnizada y mortal entre compatriotas y vecinos, aunque identificado hace 2.400 años por Tucídides, ¿sigue sin tener cura?

- L.S.: Por lo menos entre nosotros, aunque hayamos conseguido reducir sensible y felizmente su nivel de violencia y mortalidad. Fíjese: estamos amenazados por un virus que se ha llevado cuarenta o cincuenta mil vidas y la quinta parte de nuestra riqueza (que es la quinta parte de las esperanzas de futuro de la gente) y lo que inunda a diario el debate público son los improperios gruesos y cruzados de líderes que se arrojan cadáveres y pérdidas a la cara sin que nadie sepa, quiera o pueda promover un consenso en defensa de la comunidad. El mal de Corcira es como el coronavirus: incluso cuando crees haberte curado, puede seguir ahí, agazapado en los rincones del organismo social, siempre dispuesto al rebrote. 
 
Desde Trabalibros agradecemos a Lorenzo Silva el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Destino el haber hecho posible este encuentro.
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