Al brigada Rubén Bevilacqua (Vila para sus conocidos) le faltan menos de dos años para cumplir los cincuenta y ya lleva veinte a sus espaldas investigando homicidios. A estas alturas podría decirse que ha traspasado el ecuador de su vida y disfruta de la paz interior que suele otorgar la madurez bien entendida. Atrás quedaron muchos momentos difíciles, su divorcio y sus dudas con respecto a seguir desempeñando su trabajo en el cuerpo de la Guardia Civil. Con la crisis azotando a una España cada vez más empobrecida y vapuleada, Vila es consciente de su suerte y "ha aprendido a ser agradecido con lo que tiene, y a no llorar por lo que pudo haber sido y no fue".
Llegado a este punto de su vida, cualquier cosa que rompa la monotonía se agradece y las circunstancias así parecían presentarse. Por lo menos el caso que el coronel Pereira ponía en sus manos, aunque no era agradable, se salía de lo habitual. Había aparecido muerto un subteniente del cuerpo en la reserva, en Logroño, y esta vez la organización terrorista ETA no parecía tener nada que ver con el asesinato. Se trataba de un benemérito jubilado que había estado en activo durante cuarenta años, que poseía una hoja de servicios brillante y que seguramente tenía a sus espaldas un buen puñado de mala gente deseando deshacerse de él.
El fallecido no era ajeno a Bevilacqua: se trataba de Robles, el hombre que le enseñó el oficio de investigador criminal y que fue su jefe durante unos tres años, al que le unía una amistad más allá del plano laboral. A pesar de estar involucrado sentimentalmente con la víctima, Vila aceptó el caso. "A veces, uno necesita afrontar justo ese desafío que no le conviene ni le corresponde, porque lo que le pide el cuerpo es enfrascarse en algo que ayude a descolocar la vida, sacudirla y ponerla un poco al revés".
Para enfrentarse al caso, Bevilacqua solicita la colaboración del joven agente casi novato Juan Arnau, que ya le ayudó en la última ocasión. Como no podía ser de otra manera, escogió también a su inseparable compañera veterana la sargento Virginia Chamorro, con la que se compenetra perfectamente tras haber trabajando juntos más de 15 años. La chica pronto intuye la existencia de un secreto que Vila ha guardado celosamente hasta ahora. "Un hombre siempre oculta algo, siempre lleva a cuestas algo que preferiría no haber hecho o dicho o sido, y una mujer siempre tiene un sexto sentido que le permite olérselo, y el descaro o la temeridad o lo que quiera que haga falta para exigirle que lo confiese."
La investigación del homicidio de Robles tendrá más repercusiones de las que en un principio se podrían esperar. Bevilacqua tendrá que atravesar la delicada línea imaginaria entre su presente bajo control y su oscuro pasado sentimental. La doble vida secreta del fallecido irá dejando al descubierto una trama de delincuencia y corrupción policial construida por agentes que han traspasado sin remordimientos la línea imaginaria de la moral, mientras el grupo de guardia civiles se embarca en un viaje que les conducirá de Madrid a Barcelona, cruzando la línea imaginaria metafórica que marca el meridiano de Greenwich y divide España en dos.