Luis Landero está considerado uno de los principales narradores españoles contemporáneos. A lo largo de su trayectoria ha recibido premios como el de la Crítica y el Nacional de Literatura, ambos otorgados a la novela que le dio a conocer, "Juegos de la edad tardía". A esta novela le siguieron "Caballeros de fortuna", "El mágico aprendiz", "El guitarrista", "Hoy, Júpiter", "Retrato de un hombre inmaduro", "Absolución" y "
El balcón en invierno", obra a la que dedicamos una de nuestras tertulias literarias radiofónicas (
desde aquí se puede escuchar el audio) y que obtubo el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid y Premio Dulce Chacón.
Bruno Montano de
Trabalibros ha tenido el placer de conversar con él sobre su último libro que lleva por título "
La vida negociable",
-
Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Luis, de nuevo has vuelto a la novela tras el paréntesis autobiográfico de "El balcón en invierno". ¿Cómo ha sido tu regreso después de esa crisis que sufriste y que afectaba a tus ganas de escribir ficción?
- Luis Landero (L.L.): Las crisis son pasajeras. En aquel momento me sentí saturado de ficción y el cuerpo me pedía cambiar de registro. Entonces se me coló "El balcón en invierno", que de algún modo era una novela que ya estaba un poco hecha, mentalmente estaba muy pensada, estaba cocinándose a fuego lento desde hacía muchos años. Hace mucho tiempo que yo quería contar alguno de los episodios que cuento en ella. En ese momento me salió al paso y decidí meter en esta novela la historia de mi crisis, de mi desafección momentánea por la ficción. Tomé otro camino pero sabía que volvería otra vez a la novela, y he vuelto.
- B.M.: Antes de "
El balcón en invierno" ya habías coqueteado con lo autobiográfico. En tu libro "Entre líneas: el cuento o la vida" intercalabas una voz autobiográfica con la voz de Manuel, el profesor de literatura protagonista. Yo creo que estos breves textos autobiográficos eran el germen de "El balcón en invierno".
- L.L.: Efectivamente, eso es. Ahí hay cosas que resuenan más adelante en "El balcón en invierno". Esos capítulos son autobiográficos, por eso comentaba antes que era un libro que, si bien no estaba escrito, estaba listo para ser escrito.
- B.M.: Yo pienso que el concepto fundamental que vertebra toda tu literatura es el de
afán.
- L.L.: Así es.
- B.M.: En "
Juegos de la edad tardía" recuerdo que el tío del protagonista ya hablaba del afán; en "El balcón en invierno" hablas de tu propio afán y aseguras que te llega por vía paterna; en "La vida negociable" constantemente estás haciendo referencia a "la enfermedad del afán", a "ese viejo incansable, desaforado, sucio y querido afán". Explícame un poco qué significa para ti el
afán.
- L.L.: El hombre es una máquina de desear. Y deseamos más de lo que nuestra condición humana nos da. Nos gustaría no ser tan efímeros, trascender. Porque la vida, bien mirado, es bastante absurda, salvo que seas muy creyente. Esto de venir a la vida, a una vida breve, amenazada por la muerte, por las enfermedades, por el olvido y por muchas cosas más es algo muy cruel y muy absurdo. Es una cosa un poco tragicómica, incluso.
El hombre ha sido desde siempre una máquina de desear y hay un montón de mitos -como el de la Torre de Babel, el de Dédalo que quería llegar al sol o el de robar el fuego a los dioses- que nos vienen a hablar de ese incansable afán del hombre de desear, de trascenderse, de no resignarse a ser mortal, ni a ser gris, ni a ser nadie en la vida, porque estás destinado al olvido, a la extinción. Eso no se da en los que son felices, dichosos ellos, pero los que no somos felices estamos de algún modo enfermos de insatisfacción. Y ese desasosiego es a lo que yo llamo afán.
En mi caso particular lo heredé de mi padre, que era un hombre con un gran deseo. A él le hubiera gustado ser alguien en la vida, pero la vida no le dio ocasiones para serlo. Y ese afán me lo inoculó a mí también; en mi familia no había nadie ilustrado, nadie había estudiado, eran todos campesinos, muchos de ellos analfabetos. Y mi padre quería que yo fuera algo en la vida, por lo menos el primero de la estirpe que tuviera una carrera. Ya que él no pudo cumplir su afán, quería que al menos lo cumpliera el hijo. Y me encargó una misión muy difícil para mí, de algún modo era como ponerme una carga enorme con muy pocos años, una gran responsabilidad que de algún modo era la de redimir a la estirpe. Y ese es un demonio literario del que me impregné de pequeño y que me sale continuamente.
- B.M.: Es uno de tus fantasmas literarios, ¿verdad?.
- L.L.: Es uno de mis fantasmas que aparecen en todo lo que escribo. El hombre es como un arco en tensión, siempre proyectando, siempre anhelando... A veces no sabe qué anhela, pero algo anhela... No se conforma con lo que tiene, sino que le pide más a la vida de lo que la vida puede dar. Aunque esto del afán es algo muy viejo, aparece ya en el Quijote, sin ir más lejos.
- B.M.: Es más antiguo aún, aparece también en un versículo de la Biblia, en concreto en el evangelio de San Mateo: "cada día tiene su afán".
- L.L.: Sí, cada día, o incluso cada hora, tiene su afán.
- B.M.: Sería algo así como el ansia por estrechar el espacio existente entre lo que sueñas y lo que tienes.
- L.L.: Claro, es que hay un desnivel tremendo entre ambas cosas. El hombre es el único animal que porta la semilla de querer ser inmortal, de pervivir, de querer ser algo, de dejar huella, de no resignarse a desaparecer así sin más. Cuando se habla de escribir un libro, plantar un árbol o tener un hijo en el fondo también se encuentra ese afán de pervivir. Y esta es la tortura del hombre, ser consciente de la muerte. Y la enorme capacidad de soñar que tiene. Cuando somos jóvenes negociamos a la alta, imaginamos que llegaremos a hacer grandes cosas; pero conforme nos hacemos mayores vamos negociando a la baja. Aunque hay de todo, porque Don Quijote con cincuenta años negoció a la alta, que es como hay que negociar [risas]. Hay que seguir soñando hasta el final y dejarse la piel en el intento. Pero, en todo caso, al final ya conocemos cuál es el argumento de la obra, como decía el poema de Gil de Biedma.
- B.M.: Esta es una novela, como otras tuyas, de iniciación. El protagonista madura abruptamente al descubrir un secreto. Descubre, al mismo tiempo, el poder que le otorga conocer los secretos de otras personas y, a partir de ese momento, aunque habría podido elegir el camino del bien, escoge el del mal. ¿Tan seductor es el mal?
- L.L.: Es que si elige el camino del bien me quedo sin novela [risas]. En el mal es donde está el conflicto y si no hay conflicto no hay novela. Elige el mal porque, efectivamente, es más atractivo. El mal es muy seductor. Y la posibilidad de tener un secreto te hace de algún modo poderoso. Y un chaval de 14 ó 15 años, en el momento que vivimos en el que todo se quiere de inmediato, tiene la posibilidad de no ir al colegio y de conseguir dinero para comprarse todas esas cosas que seducen a los jóvenes ahora, elige naturalmente el secreto. Cuando yo era joven con muy poco dinero te bastaba, pero ahora hemos perdido la capacidad de vivir sin gastar casi dinero. Ahora, desde que somos jovencitos, ya está todo programado para que si quieres pasar una buena tarde de domingo necesites bastante dinero. Ese afán consumista que viene de los años 70-80 sigue aquí y ha llegado a esclavizar un poco las consciencias y a hacer depender demasiado la felicidad del dinero, lo cual es una locura.
- B.M.: "
La vida negociable" es también una historia de amor. Rarísima, pero historia de amor en el fondo. Una historia que parece que no vaya a tener futuro, pero que transcurre durante toda la novela, con sus altibajos. Es una extraña forma de quererse la que tienen
Leo y
Hugo, nada convencional.
- L.L.: Es rara, sí. Es uno de esos amores tormentosos que a veces hemos visto en películas de Hollywood, que no pueden vivir ni juntos ni separados, "ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio". Es de esos amores un poco fatales. Pero yo no soy psicólogo y no sé explicarlo, al fin y al cabo yo soy narrador. Se me ocurrió de pronto y lo conté. Una de las cosas buenas de ser un narrador es que de pronto te surge un personaje como Leo, que es un poco andrógino y que de ningún modo quiere aceptar la servidumbre frente al hombre y quiere ser un poco ella la que mande. En muchas parejas hay una relación de poder que se negocia hasta llegar a una armonía, pero en el caso de ellos no se consigue y los dos mantienen un pulso para ver quién es el que manda. Leo quiere llevar los pantalones tanto como Hugo, es una relación de pareja totalmente descompensada donde luchan por el poder. Hay historias de amor que son así, un tira y afloja constante, y si eso lo exageras un poco y lo llevas más allá te sale una historia como la de Hugo y Leo.
- B.M.: Al final se trata, como dice el título de tu novela, de negociar. Todo es negociable en la vida, como afirma el padre de Hugo. ¿Con quien más difícil resulta negociar es con tu propia conciencia? Hugo lo hace durante toda la novela.
- L.L.: Sí. Contigo mismo tienes que negociar de muchas maneras. En el caso de Hugo, el joven que ha sido, rebelde, soñador, romántico y que aspiraba a grandes cosas, tiene que negociar con el hombre que luego llegará a ser, que es el hombre maduro y gris. Ambos negocian porque los sueños no se han conseguido y de algún modo se tiene que gestionar el fracaso. Pero ahí puedes negociar a la alta o a la baja. Si negocias a la baja te resignas, te convences de que no está mal, de que aunque no has conseguido todo lo que aspirabas han logrado algunas cosas; si negocias a la alta puedes seguir soñando, hasta que llegue el final. Yo he conocido a gente así, personas que querían ser escritores, que nunca escribieron nada pero con sesenta años seguían manteniendo que ellos iban a escribir una gran novela. Y siguieron creyéndolo hasta el final, algunos se murieron con la convicción de que dentro de ellos había un gran libro que acabaría por salir a la luz. Eso es negociar a la alta, y hay gente que lo hace porque a veces en ese gran proyecto está la felicidad, que es una cosa rarísima.
- B.M.: En tu libro hay dos secundarios importantes para Hugo que negocian a la baja: el
brigada Ferrer y
Baltasar. Esto es precisamente lo que Hugo no quiere hacer.
- L.L.: Hugo aspira a mucho. Por eso entre otras cosas es peluquero; un hombre que sueña con ser actor de cine, multimillonario y acabe de peluquero resulta un poco ridículo. En eso se quedan todos sus aires de grandeza. La idea que yo tenía en la cabeza al escribir el libro es que trataba de huir de lo único para lo que sirve, porque en realidad es un hombre bastante inútil, de hecho la novela podría haberse titulado "Memorias de un hombre inútil" o algo así. Él intenta escapar del oficio de peluquero para conseguir sus metas inalcanzables, ¿pero hacia dónde va a huir? Él cree que tiene grandes cualidades, ¿pero cómo van a salir a la luz? Y se topa continuamente con la peluquería. Y esa es una especie de fatalidad para él. Es para lo único que sirve. Y un poco supone una metáfora o un símbolo de ese desear en vano tan propio del hombre, ese desear grandes cosas sin saber exactamente el qué, cosas vagas. Pero al final lo que hay es lo que la vida te da. Tú le pides a los Reyes Magos una bicicleta pero a veces te trae una naranja o un paquete de caramelos y con eso te tienes que apañar, eso es lo que hay.
- B.M.: Hugo negocia, pero lo hace justificándose todo el tiempo.
- L.L.: Sí, la novela también se podría haber titulado "La vida justificable". Todos nos justificamos, unos más y otros menos. Por ejemplo, ponte en el caso de quien atropella a alguien, lo mata, huye y la policía no lo encuentra. Ese negocia con la culpa que tiene y todos sabemos que pagar el precio de la culpa puede doler mucho. Pero, si persiste, va doliendo cada vez menos hasta hacerse casi imperceptible. Ese es el gran tema de Woody Allen; en alguna de sus películas sale alguien que vive muy confortablemente, con una familia estupenda, pero tiene una amante a la que le ha hecho promesas temerarias de que iba a dejar a su familia para irse con ella. La amante se agarra a esta mentira y le obliga a cumplirla, con lo que el hombre no ve más opción que matar o mandar matar a la amante. Al principio la culpa duele de forma tremenda, pero según va pasando el tiempo el dolor se va extinguiendo. Por eso dicen que tragedia mas tiempo es igual a comedia.
- B.M.: Antes comentabas que Hugo tenía grandes aspiraciones pero al final se queda en peluquero. Pero este es en realidad un gran oficio y sé que para ti las
peluquerías son unos espacios muy interesantes desde el punto de vista de la comunicación.
- L.L.: Sí, los peluqueros tenían una autoridad en otros tiempos... Mi padre me llevaba a veces con él a las barbería de mi pueblo y allí era donde te enterabas de las cosas. Entonces la gente no tenía radio ni televisión y las barberías eran los lugares donde informarse. Y no solamente te enterabas de las noticias: se comentaban (estaba la sección de opinión), se hacían chistes sobre ellas (sección de entretenimiento), se montaban tertulias... Eran lugares donde resultaba muy agradable estar, yo de niño las tenía un poco mitificadas. Y el peluquero era el maestro de ceremonias de todo aquello.
- B.M.: He leído un artículo que escribiste en el 95 para El País en el que elogiabas a las peluquerías y hablabas de una especie de orden dentro de ellas en las que la voz principal era la del peluquero, la segunda en importancia era la del señor que estaba sentado en el sillón de barbero y la tercera la de los "pelucandos" que esperaban su turno.
- L.L.: Efectivamente, hay una jerarquía [risas]. Es muy gracioso esto de las peluquerías, o lo era. Aunque yo creo que todavía en la actualidad las peluquerías son un poco de esta manera.
- B.M.: Y el sillón del peluquero es un poco como el diván del psicoanalista.
- L.L.: Sí, porque muchas veces circulan los secretos y al peluquero le confiesas cosas que a lo mejor no le dirías a otros. Porque además estás en sus manos y va armado [risas]. Y muchas veces el peluquero es una persona elocuente.
- B.M.: Incluso titulaste un libro tuyo, que por cierto me ha sido imposible conseguir, "¿Cómo le corto el pelo, caballero?"
- L.L.: Sí, es una recopilación de artículos y es difícil de encontrar porque está descatalogado. Yo si quieres, si me das tu dirección por Whatsapp, te puedo mandar un ejemplar.
- B.M.: Estupendo, pues te lo agradezco mucho. Pero te la tendré que mandar por otro conducto, porque no tengo Whatsapp.
- L.L.: No te creas, yo hace muy poco que lo tengo y porque insistió mucho mi hijo. Es una plaga esto de las redes sociales, es tremenda la cantidad de tiempo que la gente pierde en estas cosas. Se está perdiendo el ritmo de la lentitud, que es fundamental para leer y para otras muchas cosas, sencillamente para pasear y para mirar. Si no fijas tu mirada en las cosas no descubres su esencia. El mundo está lleno de belleza y de cosas estupendas, pero necesitas un poco de lentitud para apreciarlas. Vivimos en un mundo dominado por la inmediatez, vivimos en un mundo compulsivo. Saltamos de una cosa a otra continuamente. Y el precio que hay que pagar por la lucidez es la lentitud. Desde la lentitud puedes pensar, puedes leer, puedes observar... en fin, todas estas cosas buenas que hay en la vida.
- B.M.: "El mundo es prodigioso", como dicen continuamente algunos personajes de tu libro.
- L.L.: Sí, y es verdad que lo es.
- B.M.: Pero si no levantas la mirada de la pantalla de tu móvil no lo ves.
- L.L.: No lo ves, efectivamente. Fíjate lo bellos que son los girasoles y parece que nadie se había dado cuenta hasta que Van Gogh fijó la mirada en ellos. Desde la lentitud, la soledad y el recogimiento es desde donde se han conseguido las grandes cosas en la historia de la humanidad: en la ciencia, en la literatura, en el arte, en la filosofía... en todo. Los frutos del conocimiento nacen de ahí.
- B.M.: Y no de la dispersión, que es lo que fomenta el mal uso de estas tecnologías.
- L.L.: Esa es la palabra. Se produce una dispersión continua del pensamiento, donde además nadie tiene un criterio propio. Porque si al menos sirviera para tener un criterio propio, vivir tu vida y pensarla de primera mano, saber quién eres tú y qué piensas tú del mundo... Para eso hace falta un poco de lentitud, de esfuerzo, de soledad. Espero que en las escuelas a los chavales los eduquen en esto y les enseñen lo maravillosa que es la lentitud, el cuidado artesanal haciendo las cosas, la satisfacción de tomarte tiempo en hacer las cosas bien hechas, sin prisas, pensar, leer, el trabajo gustoso... Esas cosas que ahora, con la novedad de las redes sociales, se están perdiendo y a mí eso me parece muy grave.
- B.M.: Antes de terminar, no me resisto a comentarte una cosa. Hay una escena memorable que no olvidaré nunca de tu libro y es la escena erótica de Hugo con "la Coronela". Esa escena de "sexo axilar" es memorable [risas].
- L.L.: Axilar y pubilar [risas]. Yo me lo pasé muy bien escribiéndola.
- B.M.: Es muy divertida, muy rara y muy bizarra.
- L.L.: Sí, es extraña. Y no deja de ser perturbadora [risas].
Desde
Trabalibros agradecemos a
Luis Landero su amabilidad y el tiempo que nos ha dedicado al responder a nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial Tusquets el haber hecho posible el encuentro con este autor.