"¿Necesita maestros de cordura esta tierra de vividores, de fríos y discretos bellacones? Locos necesitamos, que siembren para no cosechar. Cuerdos que talen el árbol para alcanzar el fruto, abundan, por desdicha. ¿Dónde estarán los lunáticos, los idealistas, los renunciadores, los ascetas, los románticos, que apenas se ven por ninguna parte?
(Antonio Machado)
Alonso Quijano, un hidalgo de condición pobre, culto y bondadoso, enloquece leyendo
libros de caballería. Cree en su locura haber sido ordenado caballero y se lanza a los caminos a "desfacer agravios" y a prestar ayuda a los desventurados y menesterosos. Toma como escudero a
Sancho Panza, un humilde labriego, y consciente de que "el caballero andante sin amores es árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma" decide hacer dama suya a Aldonza Lorenzo, "moza labradora de muy buen parecer", a la que llamará
Dulcinea del Toboso. Siguiendo su delirio, luchará contra molinos de viento creyéndolos gigantes, verá ejércitos donde sólo hay rebaños, confundirá una humilde venta con un castillo, trabará relación con unos duques aragoneses que, para divertirse, alimentarán su locura engañando incluso a
Sancho Panza, al que prometen el gobierno de la
Ínsula Barataria, convivirá con los bandoleros de
Roque Guinart y estará a punto de batallar contra los turcos. Al final, en las playas de Barcelona es derrotado en buena lid por su convecino el
bachiller Sansón Carrasco disfrazado de caballero, el cual le hace prometer a nuestro héroe que abandonará las armas.
Don Quijote cumple la promesa y vuelve a casa, donde recobra la cordura y muere.
El
Quijote se divide en dos
partes. En la primera de ellas, escrita en 1605, se narran las dos primeras salidas de nuestro ingenioso hidalgo en busca de la aventura. En la segunda parte, escrita en 1615, se desarrolla su tercera salida y su vuelta definitiva a casa. Según
Francisco Rico la segunda parte se proyecta sobre la primera y, retrospectivamente, le suma facetas y significados. A lo largo de ambas partes la locura de Don Quijote evoluciona. En la primera el hidalgo transforma y desfigura la realidad que ve y la adapta para que encaje en las fantasías que ha leído en los libros de caballerías. En la segunda
Don Quijote ve la realidad tal y como es, es decir vulgar y sucia, pero piensa que un "maligno encantador" le persigue y ha puesto "nubes y cataratas" en sus ojos que afean la realidad.
Cervantes escribió "
El Quijote", según él mismo afirma, "para poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los
libros de caballerías". Pretendió con ello parodiar tanto la forma y el lenguaje como los temas y las situaciones de este género literario, que a lo largo del siglo XVI fue atacado asiduamente por las mentes más preclaras de aquel entonces, que lo acusaban de estimular la sensualidad y de ser contrario a la verdad histórica. De esta manera
Cervantes se alineó con otros insignes críticos del género caballeresco como Luis Vives, Fray Antonio de Guevara, Pedro Mexía, Arias Montano o Fray Luis de Granada. Pero, sin embargo y a diferencia de ellos, no pretendió escribir una diatriba moral.
Cervantes (según el maestro Josef de Valdivieso) "mezclando las veras y las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprensión", consiguió combatir la literatura caballeresca con mejores resultados que sus doctos predecesores sin sermonear ni pontificar. Utilizó el humor y la ironía procurando, como él decía, que "el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la intención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla".
Pero, ¿es esta actitud de censura, de "invectiva contra los libros de caballerías" que
Cervantes trató de imprimir a "El
Quijote", lo que determina todos sus contenidos y lo ha hecho perdurar durante tanto tiempo? Está claro que no. A lo largo de la historia ha habido múltiples y variadas recepciones de "El Quijote", que podríamos resumir en dos grandes grupos: prerrománticas (siglo XVII y XVIII) y románticas (siglo XIX y XX), siendo las primeras cómicas y satíricas, en las que se consideraba a
Don Quijote un personaje irrisorio y objeto de burlas, y las segundas idealizantes, en las que nuestro inmortal hidalgo era más bien admirable y digno de respeto.
Las recepciones románticas del libro de
Cervantes, según
Anthony J. Close, se deben sobre todo a la influencia del romanticismo alemán. Para este movimiento Don Quijote representa la lucha heroica de lo ideal contra lo real. En el siglo XIX y XX se han sucedido una serie de interpretaciones de todo tipo: alegóricas, simbólicas, metafóricas e incluso esotéricas y cabalísticas, pero nos quedamos con la intuición de
Francisco Rico, que afirma que el éxito sin precedentes de "
El Quijote" le viene dado por la fascinación que siempre han ejercido la particular humanidad del hidalgo manchego y su escudero, así como también por la "tensión entre la simplicidad del esquema básico y la complejidad del deleite que produce su lectura". Estamos ante un libro "escorzo", según afirma
Ortega y Gasset en las "
Meditaciones del Quijote", un libro que tras su fachada material esconde en profundidad una gama infinita de matices, tanto explícitos como implícitos.
A nosotros particularmente nos gusta la visión del Quijote que tiene
Unamuno y que no deja de ser romántica. Dicha visión la desarrolla en su magnífico libro "
Vida de Don Quijote y Sancho" en el que nos muestra un Quijote capaz de hacernos cuerdos con su locura, un Quijote heroico, emblema del "valor del disentimiento y las ventajas -intelectuales, espirituales; no materiales- de la discrepancia". Un Quijote que sirve de amonestación y recuerdo al hombre común de que "sólo es hombre hecho y derecho el hombre cuando quiere ser más que hombre".
Unamuno, heredero espiritual de Don Quijote, trata con su libro de reclutar cruzados que le ayuden a liberar el sepulcro del ilustre manchego del poder de los barberos, los bachilleres, los curas o los duques, consciente de que "sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas".
Nos encontramos, pues, ante un libro que es más que un texto literario, es una institución hispánica y un mito universal. El
Quijote es el caso paradigmático de un clásico total, de un libro inagotable que nunca termina de decir lo que tiene que decir y que acaba instalándose en el inconsciente colectivo e individual, perviviendo de manera suprahistórica.
Cervantes es un verdadero clásico y, por lo tanto, como diría
Sainte-Beuve, "es un autor que ha enriquecido el espíritu humano, que ha aumentado realmente su tesoro, que le ha hecho dar un paso más, que ha descubierto alguna verdad moral no equívoca, o retomado alguna pasión eterna en ese corazón donde todo parecía conocido y explorado; que ha expresado su pensamiento, su observación o su invención en la forma que sea pero siempre amplia y grande, fina y sensata, sana y bella en sí misma; que ha hablado a todos en un estilo propio que resulta ser también el de todo el mundo, en un estilo nuevo sin neologismo, nuevo y antiguo, fácilmente contemporáneo a todas las épocas".