La escritora y periodista
Julia Navarro es una autora española de gran éxito a nivel internacional. Con la publicación de su primera novela, "La Hermandad de la Sábana Santa", logró llegar a un gran número de lectores y situarse durante meses en los primeros puestos de las listas de ventas, tanto nacionales como extranjeras. Millones de ejemplares de sus obras posteriores, "La Biblia de barro", "La sangre de los inocentes" y "Dime quién soy", fueron distribuidos a más de treinta países y sirvieron para consolidar su prestigio entre crítica y público.
Bruno Montano de
Trabalibros ha tenido la oportunidad de entrevistar a
Julia Navarro sobre su última novela, que desde su llegada a las librerías ha encabezado la lista de libros más vendidos. Se trata de "
Dispara, yo ya estoy muerto" y, tal y como asegura la editorial Plaza & Janés, es "una intensa y emocionada crónica de una saga familiar que ahonda en el vértigo de la condición humana al tiempo que propone una conmovedora reivindicación de que por encima de las patrias están las personas".
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Bruno Montano,
Trabalibros (
B.M.): Con “Dime quién soy” y “
Dispara, yo ya estoy muerto” das un giro importante a tu obra: decides explorar nuevos territorios literarios. ¿Esto forma parte de la lógica evolución de todo escritor hacia una mayor complejidad o es más bien una huida del encasillamiento?
- Julia Navarro (J.N.): Las dos cosas. En primer lugar, no quería encasillarme. En segundo lugar, creo que lo lógico era ir avanzando, de una forma natural, ir cambiando. Era algo que necesitaba hacer. La editorial me advirtió de que era un riesgo, que a veces los lectores esperan de un escritor lo que les ha gustado anteriormente. La verdad es que no sabían lo que les iba a entregar con "Dime quién soy", yo nunca les digo sobre qué voy a escribir. Les sorprendió y dijeron: esto tiene un riesgo, vamos a ver cómo reaccionan los lectores y la verdad es que tuve la suerte de ampliar mi número de lectores con "Dime quien soy". Era un riesgo, pero yo creo que debes asumir riesgos y que no te puedes quedar quieta y no avanzar.
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B.M.: “
Dispara, yo ya estoy muerto” es una novela muy bien contextualizada históricamente, pero no es una novela histórica. Tiene como telón de fondo el
conflicto palestino-israelí pero no es una novela política. Es una novela en la que subyace el viejo problema de la libertad frente al determinismo, pero no es una novela filosófica. Pero, al mismo tiempo, es las tres cosas a la vez. ¿Cómo has logrado el equilibrio, impidiendo que el texto se inclinara más hacia una de estas opciones literarias?
- J.N.: Efectivamente. Es verdad, yo no quería hacer una novela histórica, no quería hacer una novela política, no quería hacer una novela filosófica y al final es una novela que tiene un poco de las tres cosas. Para mí ha sido la novela más difícil de las que he escrito, ha sido la novela más compleja, la que más he corregido, la que más he pensado, la que más me ha costado para, precisamente, buscar ese equilibrio. Si te desviabas un milímetro terminaba siendo una novela histórica, si te desviabas un milímetro por otro lado terminaba siendo una novela política, o una novela de un amplio contenido filosófico. Por eso ha sido la novela que más me ha costado escribir, para mí no ha sido fácil.
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B.M.: Defines a tu novela como “orteguiana” en el sentido de que intentas mostrar cómo las “circunstancias” (“las cosas mudas que están en nuestro próximo derredor”) no elegidas por el ser humano acaban determinando su vida, se convierten en su destino.
- J.N.: Me interesaba escribir una novela sobre la lucha de los personajes contra las circunstancias, sobre cómo nos encontramos todos en el mundo con unos condicionantes que no hemos elegido: dónde nacemos, en qué momento histórico, la situación socioeconómica en función de la familia en la que nacemos (por lo menos durante los primeros años de nuestra vida), la religión que nos toca en suerte en función de las tres premisas anteriores. Todo eso nos lo encontramos sin que nadie nos haya preguntado y a partir de eso tenemos que construir una vida. Por ejemplo, hay uno de los personajes, Samuel Zucker, que pasa su existencia huyendo de su condición de judío, que es algo que le marca y que no ha elegido; y lo vive como un peso, como una losa, como algo de lo que se quiere desprender. Yo creo que en la vida nos encontramos a veces con esas premisas y a veces nos pesan como una losa, a veces no sabemos cómo sacárnoslas de encima, o no podemos, o no nos dejan y surge una lucha angustiosa del hombre contra alguna de sus circunstancias. Eso está presente en la novela.
- B.M.: Mi pregunta iba en ese sentido, ¿qué papel reservas a la libertad y al libre albedrío en la vida de todo ser humano?
Yo creo que es muy importante, yo creo que la última palabra la tenemos los seres humanos. Pero a veces es muy dificultoso decir esa última palabra. Por ejemplo, ahora que ha habido ese drama terrible en Lampedusa en el que han muerto cientos de personas (digo Lampedusa, pero esa tragedia llevamos años viviéndola en distintos sitios). Yo admiro profundamente a esa gente del África subsahariana que es capaz de atravesarse todo el continente andando, llegar a un puerto del norte de África, meterse en una patera y tirarse al mar porque han decidido que no se conforman con su vida, que quieren cambiarla, que quieren un mundo mejor, una vida mejor para ellos, que no aceptan lo que les ha tocado en suerte y, en ejercicio de su libertad, deciden jugarse el todo por el todo, incluida la vida, por poder cambiar y poder ser dueños de su propia vida.
A mí me produce una admiración sin límites porque a veces nosotros, en nuestro pequeño mundo, somos incapaces de cambiar nada porque no nos atrevemos y, sin embargo, gente que tiene absolutamente todo que perder se juega todo por cambiar sus circunstancias. Me produce una admiración y un respeto profundo; de manera que todos podemos cambiar y todos tenemos la última palabra, lo que hay que tener es la fuerza para hacerlo. Y no todos tienen la fuerza para hacerlo, pero te pongo el ejemplo de la gente que menos tiene en el mundo, que parte de las circunstancias más adversas, que la mayoría de ellos ni siquiera tiene bagaje cultural importante y tienen una fuerza para luchar contra el destino que les ha tocado en suerte que a mí me parece absolutamente admirable. O sea, que la última palabra la tenemos nosotros y gente como esta nos lo demuestra.
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B.M.: Esta es la prueba de que las circunstancias no tienen por qué marcar el destino, tú estás ahí para evitar que eso ocurra.
- J.N.: Las circunstancias influyen. Ellos no han elegido nacer en el África subsahariana, ni nacer en una situación de miseria y eso son unas circunstancias que les marcan. Es decir, las circunstancias te marcan, lo que pasa es que tú puedes cambiar las circunstancias. No es lo mismo nacer en Nueva York que nacer en Etiopía; no es lo mismo nacer en Valencia en una familia de clase media que nacer en Somalia. Claro que las circunstancias te marcan, pero luego está el libre albedrío. Tú puedes decir: voy a cambiar mis circunstancias porque me niego a que éstas determinen mi vida. Esa lucha es la que a mí me interesaba y, sobre todo, me interesaba cómo esas circunstancias que tú no has elegido te colocan en un lugar o en otro. Es decir, tú naces en un territorio que llamamos Palestina, naces en un sitio y eres judío pero si naces en la acera de enfrente eres musulmán y tú no has elegido ni lo uno ni lo otro, te lo encuentras. Y eso es un peso, porque con esa mochila tienes que empezar a caminar y empezar a luchar para cambiar las cosas, pero ese origen te marca. Ninguno partimos de cero.
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B.M.: Además del problema filosófico
libertad-determinismo yo creo que hay otro gran tema en tu novela que es la
amistad. Eso me ha recordado a un libro de
Aristóteles, la "
Ética a Nicómaco". Yo diría que tu novela además de "orteguiana" es "aristotélica" en el sentido de que Aristóteles, en los capítulos 8 y 9 de este libro, habla de la amistad. Él hace una diferencia entre amistad personal y "amistad civil" o concordia, refiriéndose a la amistad entre los pueblos. El
Huerto de la Esperanza de tu libro a mí me parece una metáfora perfecta de lo que podría ser la concordia entre los pueblos: dos familias entre las que se da una amistad interpersonal comparten un huerto, a modo de metáfora de la "amistad civil" entre comunidades.
- J.N.: Qué bonito. Me encanta cómo lo has visto, no se me había ocurrido, pero me encanta.
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B.M.: En estos capítulos
Aristóteles habla de la amistad como la única manera de erradicar "la pestilencia de las disensiones". ¿Es la
concordia, la amistad, la solución a los problemas interpersonales y a los problemas entre pueblos, entre naciones, etnias, razas o religiones?
- J.N.: Yo creo que los seres humanos tenemos más cosas en común que diferencias. El valor que tiene la amistad entre Samuel Zucker y Ahmed Ziad es que son dos hombres que no tienen nada en común: uno es un ruso culto, el otro es un campesino; uno ha viajado, el otro nunca ha salido de su entorno; uno tiene un bagaje personal de conocimiento importante, el otro apenas ha estudiado; uno es judío, el otro es musulmán. No tienen absolutamente nada en común y sin embargo los dos son capaces de encontrarse y, desde el respeto, sin grandes palabras, sin grandes discursiones filosóficas, sin nada, son capaces de ir entretejiendo una relación que está basada en el respeto a la dignidad del otro. A mí me parece interesante poner en valor ese concepto de la amistad. Además no es una amistad almibarada, es una amistad que también tiene tensiones, desencuentros e incomprensiones, es una relación que tiene el valor de ser una relación auténtica.
Yo parto de que todos los seres humanos tenemos más cosas en común que diferencias, lo que pasa es que no nos sentamos a mirarlo. Al final, cuando tú te levantas por la mañana, hay otro hombre que se levanta en el otro extremo del mundo que seguramente tiene problemas parecidos a los tuyos, con la familia, con los hijos, con su trabajo. La gran mayoría de nosotros tenemos problemas comunes (hay otros que no, hay lugares como el África subsahariana, el sudeste asiático o algunos lugares de América Latina donde los problemas son de pura supervivencia). Pero, dejando esto aparte, hay una mayoría de personas que tiene problemas comunes. Entonces, a mí me cuesta mucho entender a esos hombres que se sienten diferentes a otros hombres, a los que se creen que tienen derechos diferentes a otros hombres y que realmente creen que el ser humano que tiene en frente es diferente a él; me cuesta muchísimo asumirlo. Por eso yo creo que esa amistad cívica debería de ser algo que surgiera de forma natural.
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B.M.: El problema no es tanto que veamos al otro como diferente, sino que en un giro perverso lo veamos como inferior por el hecho de no ser como nosotros.
- J.N.: Sí, cuando crees que tienes unos derechos que él no tiene por qué tener. Esto es algo que a mí me deja siempre muda, cuando pienso: ¿por qué cree usted que tiene derechos que no tiene la persona de al lado? ¿En nombre de qué? ¿Porque usted ha nacido aquí y el otro ha nacido allí? Pero si son ustedes exactamente igual: tienen dos ojos, dos piernas, dos brazos, un hígado, un corazón, un estómago... Es que usted no es diferente a ese otro ser humano. Puedes tener una cultura diferente en función de su origen o una forma de enfocar la vida de forma diferente en función del lugar en el que te ha tocado vivir, pero si tú empiezas a rascar al final los seres humanos somos muy parecidos, en lo bueno y en lo malo, y estamos todos llenos de claroscuros.
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B.M.: Sobre este tema del que hablas, el tema del "otro", hay un libro fantástico de un intelectual francés que me parece muy lúcido y que me gustaría recomendarte,
Tzvetan Todorov. Tiene un libro que se llama "
La conquista de América, la cuestión del otro" en el que está la mejor reflexión que creo que he leído sobre "la otredad", sobre el otro.
- J.N.: Me encanta Todorov, pero este libro no lo conocía. Tomo nota, lo leeré.
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B.M.: Casi al final de la novela Paula le dice a Ezequiel una frase estupenda intertextualizando a
Rilke, que es una de mis frases favoritas: “La verdadera patria de los hombres es su
infancia”. ¿La verdadera amistad, como la de Ezequiel y Wädi, se fragua en la infancia? ¿Crees, como decía Nietzsche, que "la vida es simplemente un intento de volver a la infancia"?
- J.N.: Creo que la infancia es lo que nos marca a todos. Para la gente de esta parte del mundo en la que nos ha tocado vivir (porque hay otra parte para quien la infancia se convierte en una pesadilla, volvemos a hablar de los lugares en los que la gente lo pasa mal), para la mayoría de los habitantes de esta parte del mundo que nos ha tocado en suerte yo creo que la infancia es ese lugar confortable.
La infancia es la única patria que yo acepto. La única. A mí no me gustan las patrias, no me gustan las banderas, no me gustan las fronteras, no me gusta absolutamente nada lo que pueda dividir a las personas, de manera que ni patrias, ni banderas, ni fronteras, pero sí la patria de la infancia. Yo creo que el momento germinal de nuestra vida, de nuestros primeros pasos en la vida, es lo que nos marca y, al final, lo mejor de nosotros mismos se ha quedado allí. Si tenemos que rescatar algo bueno dentro de nosotros, tenemos que rescatarlo de aquella infancia perdida.
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B.M.: En palabras de
Miguel Morey, "poder volver para volver a poder".
- J.N.: Sí.
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B.M.: En el último capítulo
Wädi acusa a Israel de no ser ya David, de haber perdido el alma. ¿Un pueblo sin alma, al igual que una persona sin alma, puede acabar confundiendo su verdadero propósito y desviarse de la búsqueda de sí mismo y de su lugar en el mundo?
- J.N.: Yo creo que un pueblo sin alma se pierde a sí mismo. Israel puede ganar todas las guerras, sin duda, tiene medios para hacerlo, pero moralmente su situación es absolutamente insostenible, porque tú no puedes vivir si los hijos de tu vecino no tienen futuro, tu no puedes vivir si tus vecinos y sus hijos no tienen ninguna esperanza. Desde el punto de vista moral, yo creo que Israel está en una situación que, imagino yo, les debería de resultar insoportable. A mí me resultaría insoportable.
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B.M.: Insistes en afirmar que el
conflicto palestino-israelí en tu novela es sólo el telón de fondo, pero no hay literatura inocente. Toda la literatura contiene siempre ideología, toda historia se cuenta siempre desde una perspectiva ideológica. La literatura, como el hombre, también está determinada. ¿Desde qué posición ideológica has tratado de contar el eterno conflicto judío-israelí?
- J.N.: Creo que no tienen más remedio, los unos y los otros, de llegar a un acuerdo. En primer lugar, Israel es un hecho irreversible. Es inútil intentar enfrentarse a lo que es un hecho irreversible y los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía y son puertas sin salida.
Israel es un hecho irreversible y ahora falta la segunda parte, que Palestina también sea un hecho irreversible, porque Palestina tiene que existir y tiene que ser un estado tan irreversible como lo es Israel. Qué le vamos a hacer, las cosas se hicieron como se hicieron: el imperio turco se fue al garete con la Primera Guerra Mundial, los ingleses hicieron lo que hicieron... las cosas han sido como han sido, ya no tenemos poder sobre el pasado, pero sí tenemos poder sobre el futuro. Entonces, están allí, tienen que compartir esa tierra, ya da lo mismo de dónde vienen, lo importante es que están allí y tienen que llegar a un acuerdo y que, desgraciadamente, tendrán que ceder ambas partes, incluso los que más han perdido, por injusto que parezca.
Tienen tres problemas principales: uno, la capitalidad (Jerusalén); otro, el regreso de los refugiados (la gente que se marchó en las distintas guerras) y el tercero, las fronteras. Para llegar a un acuerdo sobre esos tres problemas ambas partes tendrán que ceder, a ambas les dolerá y ambas pensarán que es mucho más lo que ceden ellos que lo que cede el otro, pero es que no tienen otra solución.
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B.M.: Están condenados a entenderse o a desaparecer.
- J.N.: Sí, entre otras cosas porque, en contra de lo que cree la gente, el problema de Oriente Medio o el problema entre judíos y palestinos no es un problema religioso, es un problema exclusivamente político. Ellos nunca se ha pegado por diferencias entre a quién reza cada uno. Ellos tienen un problema político y yo pienso que los problemas políticos se pueden resolver. Es mucho más difícil resolver problemas emocionales, filosóficos o religiosos que un problema político. Aquí el problema es de fronteras, de territorios y de capitalidad.
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B.M.: De hecho, la
Ciudad Santa se ha compartido siempre por las tres religiones y problema religioso no ha habido.
- J.N.: Nunca. Los únicos que les hemos perseguido a los unos y a los otros hemos sido los cristianos, que hemos hecho escabechinas. Y a lo largo de la historia, desde que Tito llega a Jerusalén y no deja piedra sobre piedra y los judíos empiezan su verdadera diáspora, en Europa los judíos siempre han sido perseguidos por los cristianos; acuérdate que Juan Pablo II pidió perdón por el comportamiento de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos. El antisemitismo no es algo que surgió en la Segunda Guerra Mundial de repente, el antisemitismo ha sido una constante en la historia de Europa. Europa es muy antisemita y las grandes persecuciones contra los judíos las han hecho los europeos y donde los judíos han encontrado refugio a lo largo de la historia era en países musulmanes. Las comunidades judías de El Cairo, de Bagdad o de Damasco han sido comunidades muy importantes. Los judíos en el imperio otomano tenían que pagar un impuesto, pero por lo demás estaban perfectamente integrados en la vida de las distintas ciudades del imperio, no tenían ningún problema. Los europeos, antes de dar lecciones y decirles a los demás lo que tienen que hacer, más vale que nos lo pensemos tres veces.
Yo realmente creo que el conflicto puede tener solución. Los problemas religiosos son complicadísimos porque entras en el terreno de lo irracional y en ese terreno no hay manera de ponerse de acuerdo, pero en el terreno racional, que es el terreno de la política, sí que puedes encontrar una vía para arreglar las cosas, por difíciles que sean. Lo que pasa es que yo creo que los palestinos han sido los grandes abandonados por sus propios hermanos árabes, que se han portado siempre fatal con ellos, los han utilizado, pero no les han ayudado. Y los distintos regímenes absolutamente dictatoriales que han tenido los países árabes en el último siglo han sido la bandera de los palestinos, pero nunca les han ayudado.
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B.M.: Sin embargo a
Israel sí que le ha ayudado Estados Unidos, ha tenido su apoyo constante desde los últimos cincuenta años. Les han respaldado siempre. A lo mejor no se ha solucionado precisamente por eso, porque ha habido un desequilibrio en los apoyos,
Palestina no ha sido apoyada.
- J.N.: Sí, pero sin embargo el dinero que tienen los países árabes para haber ayudado a los palestinos es superior al que tiene Estados Unidos. La hipocresía en ese sentido del mundo árabe es algo de lo que todo el mundo hace abstracción pero que también habría que señalar.
Yo he viajado mucho por la zona y creo que el Estado de Israel debe de existir. Con respecto a los judíos, creo que no se hicieron las cosas bien pero ya es un hecho irreversible e intentar cambiarlo a mí me parece que no tiene ningún sentido y que lo único que va a llevar es a producir más sufrimiento y más dolor. Y creo que se equivoca la gente que azuza a los palestinos en la dirección de que hay que destruir Israel, lo único que van a hacer es alargar un conflicto en el que los palestinos son los perdedores. A mí me parece que hay muchas ONGs allí sobre el terreno que están trabajando para que haya un encuentro entre las dos sociedades y que esa es la buena dirección. Tienen que volver a poder vivir juntos, tienen que perdonarse (aunque eso costará generaciones) y azuzarles en sentido contrario me parece un error.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Julia Navarro su amabilidad y el tiempo que nos ha dedicado al responder a nuestras preguntas. Agradecemos también a la Dirección del
Hotel Westin de Valencia el habernos cedido un espacio ideal para hacer posible esta entrevista.