"¡Sí, es la claridad la que nos hace la vida actual completamente vulgar! Suprimir los problemas es muy cómodo; pero luego no queda nada [...] Creo que hay que afirmar el conjunto de mentiras y verdades que son de uno hasta convertirlo en una cosa viva. Creo que hay que vivir con las locuras que uno tenga, cuidándolas y hasta aprovechándose de ellas".
No puede decirse que la España de finales de 1800, un país estancado en ideas fosilizadas, fuera un buen lugar para hombres extremadamente sensibles e íntegros. El joven estudiante de medicina
Andrés Hurtado era uno de esos raros casos, más preocupado por defender la dignidad y rechazar las injusticias que por sí mismo. Sus inquietudes vitales están cimentadas en la búsqueda de una filosofía que consiga plantear "una hipótesis racional de la formación del mundo" y a su vez ofrecer "una explicación biológica del origen de la vida y del hombre".
Hurtado anhela con todas sus fuerzas encontrar un sistema compacto y sin fisuras que logre ofrecer "una explicación del Universo físico y moral". En este sentido, la
Ciencia -que está basada en la razón y en la experiencia- se le presenta como el único sistema válido, siendo para él la
verdad científica, del mismo modo, la única verdad aceptable.
El primer desengaño de
Andrés con la Ciencia le sobrevino pronto, en sus años de estudiante en la facultad de
Medicina. Allí, profesores endiosados que se creían poseedores de la razón absoluta eran ridiculizados por las burlas de los alumnos en clase. La preparación que ofrecía la universidad no se correspondía con el espíritu de la Ciencia, que Andrés catalogaba como "la única construcción fuerte de la humanidad".
La
Medicina y toda su Ciencia tampoco pudo evitar la muerte de su hermano pequeño
Luisito, trasladado al clima del Mediterráneo por consejo de Andrés, vigilado en todo momento por éste y cuidado celosamente por su hermana
Margarita. Tiempo después, convertido en un doctor cuyo proyecto vital era el de "vivir con el máximum de independencia", tuvo que sufrir los enfrentamientos con otros médicos rurales por posturas diferentes ante situaciones que requerían de actuación médica. La Ciencia no fue capaz de evitar la tragedia de
Lulú, la mayor de todas las que vivió. El desempeño de la
Medicina, que a Andrés se le antojaba en la práctica de sus funciones cada vez más alejada de la moral, de la justicia vital y de las respuestas filosóficas, no ayudaba a mantener viva la ilusión que este doctor sentía en su juventud ante el porvenir de la Ciencia.
Iturrioz, el tío de Andrés, "una de las pocas personas con quien se podía conversar acerca de puntos trascendentales", le recordó en una ocasión uno de los mitos que se relatan en la Biblia. Se trata del mito del Paraíso, en cuyo centro existían dos árboles: el
árbol de la Ciencia del bien y del mal y el árbol de la Vida. Dios advirtió a Adán y Eva que no comieran del
árbol de la Ciencia, ya que corrían peligro de muerte. De algún modo, pretendía avisar de que "el estado de conciencia podía comprometer la vida".
Los hombres siempre han tenido inquietud por encontrar la Verdad. Algunos de ellos, como Kant, dedicaron sus esfuerzos a apartar "las ramas del árbol de la Vida que ahogaban al
árbol de la Ciencia", dejando tan sólo "un camino estrecho y penoso: la Ciencia". Después otros, como Schopenhauer, han apartado la única única rama que quedaba y "la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa sin justicia, sin bondad, sin fin". Este es el gran peligro de la Ciencia, capaz de aclarar cualquier duda y desvelar cualquier temor, aunque capaz también de "arrollar" al hombre.
El fruto del
árbol de la Ciencia fue envenenando durante toda su vida a
Andrés Hurtado, impidiéndole gozar del árbol de la Vida y minando día tras día su fuerza para vivir. Cerrando la puerta de la fe y "no dejando más norma que la verdad, la vida languidece, se hace pálida, anémica, triste [...] La razón y la ciencia nos apabullan". A un lado está el
árbol de la ciencia, al otro el árbol de la vida, y el de la ciencia "mata a quien se acoge a su sombra".