El abuelo que saltó por la ventana y se largó

A veces tengo ganas de saltar por la ventana y largarme. Dejar atrás todos los convencionalismos, las obligaciones sociales, la hipocresía, lo que los demás te dicen que se debe hacer. Hoy por hoy no me atrevo, soy demasiado responsable. Quizás cuando cumpla cien años me atreva a saltar.

Sí, creo que lo haré. Me fugaré de la residencia de ancianos como hizo Allan Karlsson, vistiendo el mejor de mis trajes y calzando mis confortables pantuflas. Como él, tampoco me veo capaz de soportar una ceremoniosa fiesta en mi honor, soplando velas que recordarán el estúpido mérito de haber cumplido un siglo de vida. Plantaré a todos, al director, al alcalde, a la prensa, saltaré por la ventana y me sentiré libre como el viento.

Me convertiré en "El abuelo que saltó por la ventana y se largó". ¿A dónde iré? Da igual, tomaré el primer autobús que salga. Si alguien me pide que le cuide la maleta lo haré, no quiero parecer desconsiderado, pero eso no me impedirá seguir con mi plan y, si el propietario de la maleta todavía no ha vuelto, no tendré más opción que llevarla conmigo. Tengo curiosidad, ¿Qué habrá dentro de esta maleta?

Desde luego, no me pararé ante nada, ¡ahora que he saltado nadie podrá detenerme! Si hay acción, bienvenida sea. A diferencia de Allan Karlsson yo no tengo un pasado interesante, nunca fui agente de la CIA, tampoco traté en persona a Stalin ni a Franco ni tuve un affaire con la esposa de Mao, pero supongo que a partir de cierta edad estás de vuelta de todo y pocas cosas te importan ya. Una cosa tengo clara: si a estas alturas de la vida me encuentro con sorpresas y emociones, me dejaré llevar.

Eso sí, para hacerlo esperaré a que llegue el día en que cumpla los cien años. Sospecho que sólo entonces conseguiría ser tan encantadoramente despreocupado como Allan Karlsson. Y así podré vivir algo parecido a lo que cuenta Jonas Jonasson en "El abuelo que saltó por la ventana y se largó", este thriller cómico con un antihéroe centenario como protagonista.