Cuando Adam Rigau, periodista neoyorquino, encuentra una carta escrita por una mujer y dirigida a su tío bisabuelo, un emocionante proyecto toma forma en su mente: encontrar a aquel familiar lejano y conocer por él la historia de esa rama de la familia. Incluso, publicar un libro con las memorias, que según sus cálculos abarcarían el siglo XX. Contra todo pronóstico, logra el primer paso para ello: localizarlo y que aún esté vivo; en concreto, en Badalona. Caín Rigau tiene noventa y nueve años y decir que tiene un carácter difícil es ser generoso. Y no, no es que la edad le haya curtido la personalidad y endurecido el alma. Trajo de serie ser una persona con aversión por la vida y un deseo constante de salir de ella.
Aun y todo, algo mueve a Caín a aceptar la propuesta de su sobrino bisnieto de grabar sus memorias e ir enviándoselas a medida que termina las cintas. En ellas, deja que Adam descubra a un hombre solitario, egoísta y falto de empatía (dos cualidades, estas últimas, que acostumbran a ir de la mano), a quien no le importa en absoluto lo que piensen de él. Alguien incapaz de amar a otra persona, que ha vivido cada momento de su extensa vida deseando que acabe. Esto, paradójicamente, lo ha llevado a encadenar viajes y experiencias que serían la envidia de muchas almas aventureras.
Curiosa es la relación que, carta a carta, va surgiendo entre Caín y Adam; y posible solo gracias al entusiasmo y buen temperamento del más joven. Aunque las apariciones de Adam se van haciendo más largas y profundas a medida que avanza la novela, el protagonista indiscutible es Caín. No es habitual que lo sea un personaje así (huraño y desagradable por convicción, con arrestos para hacer apología del suicidio y desafiar al refranero español y a Sabina) y también el autor demuestra un valor que, por suerte para él y para los lectores, va acompañado de destreza. El caso es que Caín despierta el interés y nos sumerge en esa amalgama de recuerdos, de episodios de su vida ordenados por las cintas que va completando. Lo hace con un lenguaje tan descortés como espontáneo. Tal vez sea la franqueza que subyace tras cada relato lo que hace conectar en cierto modo con él. Quizá sean las reflexiones que van salpicando cada relato: sobre el amor, las relaciones, la vida; la injusticia casi poética que marca la de Caín. O la de todos.
Y la carta escrita por la mujer, no nos olvidemos de ella, que es el detonante de esta historia. ¿La leerá? En realidad, ¿tiene importancia si lo hace o no? ¿Puede a alguien cómo Caín Rigau afectarle lo que una persona de su pasado le hubiera querido decir hace tanto tiempo? No queda otra que leer esta novela para saber eso y si a nuestro protagonista le habrá afectado echar la vista atrás y ver su vida desde otra perspectiva, así como si habrá sido capaz de darle algo a Adam, más allá de unas cintas grabadas.