"Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté".
No pude evitar estremecerme cuando leí esta terrible confesión que salía de los labios de Juan Pablo Castel. El protagonista de "El túnel", sublime novela psicológica de Ernesto Sábato, captó poderosamente mi atención. Con sólo un puñado de palabras había despertado en mí de forma inmediata una mezcla agridulce de curiosidad, lástima, horror y rechazo.
Me pareció imposible comprender a Juan Pablo Castel cuando declaraba abatido: "me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA". Sinceramente, no creí que pudiera entenderle.
María Iribarne tuvo mala suerte el día que se cruzó con él. Se fijó en un detalle de un cuadro pintado por Castel, una ventana con una mujer frente al mar, y se enamoró del artista. Él, por su parte, vió en ella a la única persona capaz de comprenderle y se decidió a perseguirla hasta las últimas consecuencias.
A pesar de las dificultades, la pareja mantiene durante un tiempo una relación amorosa aunque malsana, contaminada por las obsesiones del pintor. Su pesimismo natural, su desesperanza y su eterna búsqueda imposible de la felicidad en el pasado son los pilares sobre los que descansa un espíritu angustiado y destructivo.
Oficialmente los celos acaban con la vida de María Iribarne a manos de Castel. Al menos así lo explica la narración de Ernesto Sábato en "El túnel". Más que los celos, creo que el auténtico homicida de María es la angustia vital, la insoportable idea de dejarla escapar y perder la única oportunidad que encuentra Castel para ser feliz. Aunque seguramente exagero porque este hombre ni siquiera aspira a ser feliz, se conforma con ser entendido.
Al final me sorprendió encontrarme a mí misma sintiendo compasión por un asesino. Ni siquiera sé si es del todo adecuado calificar de este modo a un hombre que afirma: "en todo caso había un sólo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida".
Para algunas personas como Castel "con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante". La muerte ajena y hasta la propia muerte. Porque, aunque parezca paradójico, ciertas personas creen que sólo la muerte puede salvarles del oscuro túnel de su alma, en el que no han sido capaces de encontrar la luz. Un túnel peligrosísimo, en forma de espiral, capaz de llevarse todo lo que está a su alcance y hasta a ellos mismos.