Todos hemos oído alguna vez que la historia la escriben los vencedores, pero ¿nos hemos parado a pensar que no cualquiera de ellos? ¿Que dentro del bando ganador hay voces que se alzan y enmudecen a otras? Esto es lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial: a pesar de la documentación gráfica y audiovisual existente, en las crónicas se obvió mencionar que casi un millón de mujeres luchó en las tropas soviéticas. Estuvieron presentes en todas las líneas: desde lavanderas o cocineras, hasta zapadoras o conductoras de tanques, pasando por enfermeras, francotiradoras, mecánicas…
Influenciada por Alés Adamóvich, Svetlana Alexiévich concibió la manera de relatar, tres décadas después, la Segunda Guerra Mundial desde otro punto de vista: el de esas mujeres que adoptaron un rol que socialmente no les correspondía y se alistaron en el ejército para combatir junto con los hombres. Para ello, les realizó innumerables entrevistas en las que ellas, con mayor o menor facilidad, superaban la costumbre, los prejuicios y el miedo a hablar sobre una guerra diferente a la versión oficial. Dejaban aparte los aspectos técnicos y se sumergían en los emocionales, porque aunque se convirtieran en combatientes, nunca dejaron de ser personas. Muchas de esas revelaciones llevaron a la autora a ser blanco de la censura.
Periodismo, historia y sentimientos se entremezclan en esta obra. Alexiévich ejerce de narradora en contadas ocasiones, ya que la mayor parte del texto es un mosaico de testimonios en primera persona, ordenados por temática, en los que las mujeres narran sus recuerdos. Ellas son las protagonistas y nos muestran una visión de la guerra a la que no estamos acostumbrados: motivaciones, sentimientos, miedos, ilusiones, detalles que se les grabaron a cincel en la memoria —un problema con el uniforme, una conversación, una mirada, una escena…—; también algo tan trascendental como su vida después de la guerra, en qué medida las heridas físicas o emocionales les permitieron seguir adelante. Y mucho más que ha permanecido encubierto durante décadas, actos que deslucían la imagen del pueblo: el odio no reprimido, las venganzas ciegas, el horror aun después de la victoria.
No es un libro fácil de digerir. Si la guerra vista desde fuera es espantosa, leída desde dentro es aterradora. Cada testimonio nos abre los ojos y se nos clava en lo más profundo. No hay nada natural en inculcar odio y obligar a jóvenes y adultos a matarse entre ellos, a destruir poblaciones, cometer salvajadas y dejar que los niños se mueran de hambre. La guerra no tiene rostro de mujer. Ni de hombre. La guerra es inhumana.
Pienso que no se hace justicia a esta obra en una reseña. Es preciso leer de primera mano las palabras de quienes vivieron esos años oscuros para percibir toda la esencia de sus testimonios. Tal vez por eso Aleksiévich eligió este formato, porque previó que ninguna reproducción no literal transmitiría el alma de la brutalidad de la guerra en los detalles de aquellas que tomaron parte.
Es esta una lectura dolorosa, pero necesaria.