"El amor es lo único que vale la pena vivir, había ella oído y leído muchas veces. Pero, ¿qué amor? ¿Dónde estaba ese amor? Ella no lo conocía. Y recordaba entre avergonzada y furiosa que su luna de miel había sido una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un sarcasmo en el fondo; sí, sí ¿para qué ocultárselo a sí misma si a voces se lo estaba diciendo el recuerdo?"
Ana Ozores es la esposa de D.
Victor Quintanar, ex-regente de
Vetusta, una ciudad "dominada por el clero y la necia rutina". Allí todos la conocen por
la
Regenta y es admirada por su belleza y posición social.
Ana quedó huérfana de madre cuando era muy niña. La soledad fue una constante en su vida y la privación de sus deseos más íntimos también. Por someterse a los demás renunció a su vocación literaria, a sus deseos místicos de ser monja y accedió a casarse con el Regente. La influencia de una educación castrante y prohibitiva acabó pronto con el espíritu fresco y libre de cuando era niña. Primero su aya, luego sus tías, luego las convenciones sociales... llegó un momento en que la opinión de los demás llegó a ser tan poderosa que "ella, antes altiva, capaz de oponerse al mundo entero, se declaró vencida, siguiendo la conducta moral que se le impuso, sin discutirla, ciegamente, sin fe en ella, pero sin hacer traición nunca". Ahora, cuando la mujer en que se había convertido pensaba "en aquella niña que había sido ella, la admiraba y le parecía que su vida se había partido en dos, una era la de aquel angelito que se le antojaba muerto".
La
Regenta se refugia en la religión y adopta como padre espiritual a D.
Fermín de Pas, el
Magistral de la catedral de Vetusta. El
Magistral se convierte en su confesor, en su "hermano mayor del alma", en su consejero hacia el camino de la virtud y la perfección que Ana ansía alcanzar.
D.
Fermín de Pas, nacido en el seno de una familia pobre, había logrado convertirse en un elemento de peso en la iglesia y en su entorno. Su desmesurada ambición y sus ansias de poder, espoleadas desde bien pequeño por su madre, le habían conducido a ser
Magistral y esta situación de dominio le otorgaba un placer y un goce casi físico. En las manos de este hombre violento, déspota y materialista depositaban sus feligreses su espiritualidad y confiaban sus secretos personales, del mismo modo que hacía Ana.
Cuando la tentación carnal se presenta ante la
Regenta materializada en la figura de D.
Álvaro Mesía, un don Juan decadente que pretende así rematar su lista de conquistas con una buena pieza, a Ana le resulta especialmente difícil hacerle frente. La idea del adulterio ronda la cabeza de esta mujer que, cansada de luchar contra natura y enferma de puro ahogo de los instintos, siente la necesidad de dejarse llevar por el romanticismo y ser por una vez sincera consigo misma. Al
Magistral le sucede, a su vez, algo parecido. Metido a sacerdote sin convicción religiosa, su relación con esta hermosa mujer despierta su masculinidad anestesiada por los hábitos y se reconoce enamorado de
Ana Ozores.
Tanto la
Regenta como el
Magistral son, cada uno a su manera, víctimas de una sociedad falsa, hipócrita y represiva. El Magistral se siente incapacitado para seguir los dictados de su corazón a causa de su cargo eclesiástico, el mismo que le ha otorgado el poder que tanto deseaba. La Regenta, que durante toda su vida ha mantenido una lucha interior intentando compaginar la autenticidad de su ser con los dictados sociales sin conseguirlo, sigue siendo manipulada ahora por Fermín y por Álvaro y no es capaz de lograr el equilibrio preciso para alcanzar la felicidad.
Leopoldo Alas (Clarín) retrata crudamente la España que le tocó vivir y trata de levantar la venda sobre nuestros ojos ante las cadenas sociales que impiden ser consecuentes con nuestro interior y sinceros con nosotros mismos.