«Todo lo que no está escrito desaparece, salvo por ciertos momentos que perduran, ciertas personas, días concretos».
Sucede de vez en cuando, cada lector atesora lecturas que le han calado hasta la médula. Y de entre ellas, todavía unas pocas que refulgen con nitidez en su memoria. Es algo difícil de medir, porque tiene tanto que ver con la obra en cuestión como con nosotros mismos: quiénes éramos y lo que allí encontramos. En mi caso, sucedió con
James Salter, por partida doble. La deconstrucción del matrimonio de Nedra y Viri en "
Años luz": una tortuga impasible, legada del pasado, como metáfora viviente del tiempo perdido. El final del laberinto personal de Philip Bowman en "
Todo lo que hay": las piernas de un hombre viejo que asoman por debajo del pantalón. Para quien no las haya leído, poco más que añadir; la vida fotografiada en palabras.
Así que me acerco con especial interés a este breve ensayo, compuesto por tres conferencias que el autor dictó pocos meses antes de morir, allá por 2015. Una lectura ligera, donde las palabras de
Salter fluyen claras y sinceras, alejadas de cualquier afán de pontificar. Diría que son las reflexiones de un hombre que, a punto de cumplir los noventa, aún miraba la vida (y por extensión, la literatura) con el asombro, la curiosidad y el entusiasmo de un recién llegado.
Son textos que no aspiran a la profundidad ni a la amplitud, que ni siquiera se concibieron con la intención de ser publicados. Transcurren como un diálogo de tono íntimo, relajado, más parecido al ambiente de una velada entre amigos que a la lección de un maestro. En sus páginas se rememoran libros y anécdotas, se desgranan los motivos y los desafíos a los que se enfrenta cualquier aspirante a escritor, y se repasan algunos de sus autores predilectos:
Faulkner,
Wolfe,
Nabokov,
Bábel,
Below,
Flaubert,
Balzac,
Céline...
Si en algo se insiste en "
El arte de la ficción" es en la importancia del estilo, o, según las propias palabras de su autor, en la búsqueda de una voz propia: esa forma de estar presente en la narración sin que apenas se note. La aspiración que guiaba a
Flaubert: «que en una página de prosa, igual que en un poema, no haya una sola palabra que pueda ser sustituida por otra».
No fue Salter un escritor prolífico, ni gozó del favor del público hasta bien entrada la madurez; su reputación se cimentó con el tiempo. Venerado por algunos de sus contemporáneos (
Richard Ford llegó a decir que las mejores frases de la prosa americana las había escrito
James Salter), reconocido varias veces por la crítica, no sería hasta la publicación de "
Todo lo que hay", con ochenta y siete años de edad y tras varias décadas sin publicar novelas, cuando le alcanzaría una fama efímera y tardía.
Sirva así este libro como pretexto para acercarse a su obra, si es que aún no se ha tenido la oportunidad, o para reivindicar su goce a los que ya hemos disfrutado de ella. Un placer frugal, deslumbrante a la vez que sigiloso, perfecto para dedicarle por entero cualquier tarde de confinamiento.
Quisiera finalizar citando a
Antonio Muñoz Molina, cuyas palabras sirven de prólogo a la presente edición y a quien muchos le debemos el descubrimiento de
James Salter, gracias a un
artículo publicado en el diario El País hace ya algunos años.
«Se distingue a un verdadero maestro en que carece de arrogancia. Muestra la incertidumbre y el deleite de ir aprendiendo, no la soberbia de saber. En las breves páginas de estas charlas sobre el arte de la ficción se aprende tanto que uno tiene la sensación de escuchar la voz de James Salter».