"El que pertenece realmente a la hermandad no viaja en busca de lo pintoresco, sino de ciertos humores joviales: de la esperanza y energía con que se inicia la marcha por la mañana, y la paz y la saciedad espiritual del descanso vespertino. No puede decir qué le da más placer, si ponerse la mochila a la espalda o descargarse de ella".
Para
Stevenson viajar a pie no es simplemente hacer una excursión en busca de bonitos paisajes, es un ejercicio de libertad que sólo puede disfrutarse viajando en solitario. La compañía humana en el camino convierte la travesía en algo más parecido a un picnic que a un auténtico viaje a pie. Caminar y hablar al mismo tiempo impiden la concentración necesaria para conseguir que los pensamientos vayan adquiriendo el color de lo que se ve. Como decía
Hazlitt, cuando se está en el campo hay que "vegetar como el campo", intoxicarse con el movimiento al aire libre. Según
Stevenson, de todos los estados de ánimo posibles el mejor es el de un hombre que se pone a caminar y termina la jornada "con una paz que está más allá de lo comprensible. Una especie de ebriedad de los espacios abiertos acompaña al viajero que camina, el cual, tras una larga caminata se siente purgado "de toda estrechez y todo orgullo", recuperando incluso la curiosidad infantil y la felicidad de pensar.
Estamos en 1878 y en
Francia resulta muy extraño y poco frecuente encontrarse con gente que viaja a pie por el puro placer de viajar, por la necesidad de "salirse de ese colchón de plumas que es la civilización y encontrar bajo los pies el granito del globo".
Stevenson es uno de estos viajeros. Dispone de la libertad necesaria para andar sin rumbo fijo, se considera un "hedonista circunstancial" que ansía disfrutar el momento presente y, al igual que los primeros heroicos viajeros, "ha estado toda la vida detrás de una aventura, una aventura objetivamente pura". El escritor escocés ha decidido recorrer los
montes de Cévennes, una región muy montañosa del sur de Francia, y lo hace acompañado por
Modestina, una pequeña y elegante
burra de carga.
Durante doce días el viajero y su burra recorren 120 millas, impulsados por sus seis extremidades y sin ninguna prisa. En el camino se encontrarán con todo tipo de adversidades, pero para
Stevenson "la verdadera adversidad consiste en ser un estúpido obtuso que se permite desperdiciar la vida a su obtusa y estúpida manera", aunque también con excelentes e interesantes personas y paisajes magníficos. Pero, sobre todo, gozará en este
viaje de una posesión más serena de sí mismo, de una independencia casi total de auxilios materiales, de mucho tiempo libre para pensar serenamente y del descubrimiento de una de esas "verdades que le son reveladas a los salvajes y ocultadas a los economistas políticos, a saber: que el mundo exterior, la naturaleza de la cual nos protegen nuestras casas, puede ser un lugar acogedor y agradable, una casa que Dios mantiene siempre abierta".