Un monólogo en Asia Central

Pablo Eguiluz Quevedo
Mientras esperaba a Noe en el estrecho pasilllo de nuestro piso, miraba al equipaje preparado y notaba cierta galbana atornillándome más de lo habitual para no partir de viaje, pero a la vez tampoco deseaba volver. La única solución posible parecía ser quedarme tres semanas con un pie a un lado y otro al otro del quicio de la puerta. La lógica casi nunca se puede aplicar con éxito.
Todavía no había amanecido y a medida que transcurrían los minutos, las probabilidades de perder el avión aumentaban considerablemente hasta alcanzar un estado en el cual la pereza inicial se transmuta en miedo a no llegar, a que se desbaraten todos los planes. Es en ese instante y no antes cuando partimos y todo dejó de tener importancia. Todo pareció resolverse y el hogar quedó casi convertido en un recuerdo.
El día anterior dimos nuestro paseo de costumbre para despedirnos de Oviedo. Se trata de una ficción, de un ritual que nos ayuda a avivar nuestra relación con la ciudad en la que vivimos, como si cada año simulara romper con Noe solo para darme cuenta del frío que trae el abandono, y de este modo retorcido, luchase contra la comodidad de no tener problemas sentimentales importantes.

(Extracto del libro "Un monólogo en Asia Central", de Pablo Eguiluz Quevedo)
Texto libre Trabalibros

PUBLICA Envía tus textos libres aquí
subir