La violencia del olvido
Jorge Sagastume
Todos han muerto, sentenció el poeta César Vallejo.
Todos, digo yo.
Todos han muerto en mi barrio
han muerto en mi alma
en el minutero del reloj uno a uno caen
han muerto en la brújula de la vida
en su círculo interior ya no rosa los vientos.
Murió "Pilo Chulo", de ojos asustados de azules,
de inocente rostro como inocente sus palabras.
Murió "Melón", de risa y palabra folclórica.
diminuto como silencio, era el puro duende del barrio.
Murió "Pancho Velásquez, metafísico,
decente y humanitario, murió de aburrimiento.
Murió "Camilín", nada tienes nada vales,
lo repetía cada que pasado de copas estaba.
Murió el gato barcino que tanto incomodó mi adolescencia y
se prolongó hasta la nostalgia de los años perdidos.
Murió "Pirri", duró 14 años mi perrita pequinesa,
murió de soledad, en el más cruel abandono
un día de una pedrada le sacaron un ojo, lo hizo un amigo,
nunca se lo perdono.
Murió la vieja cascarrabias que un día me dijo comunista,
su lengua trapeaba la envidia,
el terror era tan grande que hacía estallar las piedras.
Murieron mis abuelos, mis tías y tíos
Entonces algo murió de mí. Nada es igual, ni parecido ni semejante.
A veces me pregunto quién soy a partir de mis muertos.
Murió aquella calle empedrada inclinada hacia mis recuerdos.
Murió "Papa Félix", vago y aventurero de oficio, mecánico por imprudencia,
alcohólico de profesión, esposo y padre hasta la muerte.
También murió de aburrimiento.
Murió Marlon Pérez, amigo fraterno, sincero, bohemio de ideas, muy lúcido como un cielo con estrellas.
Se está muriendo el barrio y sé que estoy adentro.
Santa Rosa de Copán, Honduras.
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