Me toco la barbilla y hay de cierto
algún hueso debajo en la barbilla,
y en la mano que escribe y la rodilla...
está claro que yo voy para muerto.
¿Y qué? No está tan mal ser calavera;
algo seré por fin que no varía,
cuando antes o después me llegue el día:
¡identidad al fin, aunque postrera!
¿Quién soy mientras no soy ese esqueleto
que usurpará un rincón del cementerio
y llorarán algunos unos días?
No lo sé: un constructor de naderías,
un dilettante escribidor muy serio,
un nadie que no sabe parar quieto...
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