Estar

Irene Muñoz Serrulla
—Tengo ganas de tener ganas. Porque llevo una temporada larga que no sé si voy, si vengo o si estoy. Y si he perdido mi ser gallego lo he perdido todo. Porque si no sé si voy, podría estar viniendo, pero no lo sé, o podría estar, pero no lo veo… Y si no vengo será porque estoy pero y si estoy yendo y no lo sé… Y así día tras día, sumido en la profunda congoja de no saber o de saber demasiado y no poder o no querer o no saber. ¿Cómo saberlo?
—Y ¿qué te dijo el médico?
—Que no hay caso, ser gallego es de nacimiento, y yo no nací allí. Que me olvide.
—No, hombre no, lo de tu apatía.
—¿Tengo apatía? Si hubiera sabido que tú lo sabías no hubiera ido al médico habría venido a ti. Pero, claro, no sé si fui al médico o estuve o estoy yendo… yo no puedo vivir así, no sé dónde estoy ni dónde voy ni si llegaré… porque si no sé dónde voy ¿cómo sabré si he llegado? Y entonces ¿qué?, tengo que estar yendo toda la vida, ¿cuándo volveré? ¿No es mejor quedarse? No sé, estoy que no estoy.
—No sé si tienes apatía, pero algo te pasa.
—Pero eso es bueno.
—¿Que te pase algo es bueno?
—Claro, porque si tu dices que me pasa algo es que debe ser cierto, porque yo no lo sé, pero tú pareces una persona sabedora, y si eres sabedor… sabrás lo que dices… yo no, yo no sé.
—Si sabes que no eres estables ya sabes algo. No está todo perdido.
—¿Es que perdí algo? No me digas eso, porque no lo sabía, y ¿qué tengo qué buscar?, ¿dónde? ¿He de ir o ya volverá? Pero ¿cómo era lo que perdí?
—Creo que deberías ir al médico y contarle todo esto.
—Pero ¿él sabe dónde está lo que perdí? Y ¿cómo le digo, si no sé lo que perdí? Pensé que podrías ayudarme, pero me has descubierto un problema nuevo. Yo no sabía, pero ahora sé que perdí. Y yo no quiero ser un perdedor. ¿Merece la pena ser algo si se trata de ser un perdedor? Casi prefiero no ser.
—No digas eso, hombre. En la vida hay que ser algo. Ser perdedor no es tan malo.
—¿Tú eres perdedor? ¿Por eso sabes que no es malo?
—No, yo no soy ningún perdedor. Yo tengo una vida de éxito.
—¿Cómo sabes que es de éxito? ¿Tuviste otra de fracaso para comparar?
—No, nunca fracasé.
—Entonces ¿cómo puedes saber que tu vida es de éxito? A lo mejor es un fracaso y no sabes que lo es porque solo has tenido una vida.
—Que no, hombre que no. Mi vida no es ningún fracaso.
—No sé. Si tú lo dices. Yo sé que una vez supe, por eso sé que ahora no sé. Yo tuve ganas una vez, por eso sé que ahora no tengo ganas, pero quiero tenerlas…
—Ganas ¿de qué?
—Ganas de tener ganas.
—Pero ¿de qué?
—Pues eso, ganas de tener ganas, lo demás ya vendrá.
—Estás loco.
—¿Cómo lo sabes?
—Es evidente.
—¿Tú estuviste loco y por eso lo sabes?
—No. Yo no estuve loco ni lo estoy.
—Entonces ¿cómo lo sabes? No puedes decir que lo estás o no lo estás si no lo has estado o no lo estás. No te entiendo, crees que lo sabes todo pero, en realidad, no sabes nada. Dices que tengo apatía, pero no lo sabes. Dices que no es malo ser perdedor, pero no lo sabes. dices que estoy loco, pero no lo sabes. Creo que eres un mal médico.
—Pero yo no soy médico.
—Entonces ¿qué haces diagnosticando mi problema? Me has dicho que soy un loco perdedor apático y resulta que no eres médico. ¿Por qué me quieres engañar?
—Yo nunca dije que fuera médico.
—Pero… la plaquita de la puerta dice «médico».
—Creo que ha habido un malentendido. Dice «me dedico».
—No me lo puedo creer. Y ¿a qué se dedica?
—A diagnosticar problemas ajenos.
—Entonces… ¿Es verdad que soy un loco perdedor apático?
—Yo ya dije lo que dije...
—Y ¿cómo puedo evitarlo?
—Deja de serlo. Si crees que es mejor no serlo, deja de serlo.
—Claro, es obvio. Si dejo de serlo, ya no lo seré.
—Exacto.
—Has sido de gran ayuda, voy a dejar de serlo… Aunque, tal vez, ya he dejado de serlo o puede que venga de haberlo dejado. ¿Cómo puedo saber si ya he dejado de serlo? En realidad no sabía que lo era… ¿Cómo sabré que ya no lo soy?
—En eso tienes razón. Tal vez es mejor que sigas siendo.
—Y ¿eso es lo mejor?
—Ya lo veremos.
—¿Cuándo?
—Vente en veinte días y volvemos a hablar.
—Y si vienes tú, es que como yo no sé si voy o si vengo o si estoy, creo que no sabré…
—Pues no te vayas. quédate aquí y vamos viendo si es mejor o no es mejor.
—Me puedo quedar aquí.
—Claro, es tu casa, quédate en ella.
—Pero la plaquita de fuera…
—Ah, no te preocupes, ahora la quito al salir. Yo solo vine por ver si venía alguien.
—Y ¿vino alguien?
—En realidad no, porque tú ya estabas.
—Entonces está claro, ni voy ni vengo. Estoy.
Texto libre Trabalibros

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