Hic et nunc

Mari Carmen Fernández Navarro
Acabo de salir del ensayo. Han sido dos horas de canto que, como ocurre con frecuencia, me han llenado por completo. "Libérame" de Fauré, "Lacrymosa" y "Lucy care" de Mozart… Y esta tarde noche que me recibe a la salida es espléndida. Mayo nos regala una templanza y placidez vespertina colmada de olores de primavera. Necesito caminar despacio para recibir, por todos mis sentidos, la atmósfera de este momento, como estoy cerca de casa no me retrasaré demasiado para la cena, Mario no se preocupará, sabe que puedo salir un poco más tarde, según se dé el ensayo. Para alargar el camino y disfrutar del ambiente doy una pequeña vuelta que me lleva por estas calles más estrechas y solitarias, silenciosas, con algunos jardines asomándose efusivos por la tapia que les corta el paso, parece mentira que sólo en la distancia que marca una manzana, en la calle paralela a ésta, haya un trajín casi frenético de coches y gente. Las farolas empiezan a encenderse a medida que la luz del día se hace más y más tenue. Solo escucho mis pasos y, de vez en cuando, una suave ráfaga de chasquidos de hojas verdes movidas por la brisa. Lleno mis pulmones conscientemente de olor a primavera, la placidez de este aire penetra por todos los poros de mi cuerpo.

Pero… ¿qué me pasa?. Se me diluye un poco la conciencia de mí misma, no me controlo. Y… de pronto algo me succiona poderosamente y me despega del suelo, esa es mi impresión. ¿Y esta neblina que me envuelve e impide ver todo lo que me rodea?. ¿Estaré sufriendo un desvanecimiento?. Todo gira fuera de mi control, no piso el suelo para poderme afianzar, floto, se diría que asciendo, siempre todo gira, siempre envuelta en la misma neblina que no me deja ver nada. ¿Subo a gran velocidad?, esa es mi sensación, no puedo hacer nada, ver nada. ¿Me estoy mareando?, no creo, es una percepción distinta y plena. Continúo subiendo o transportándome, eso creo, ¿durante cuánto tiempo?. No puedo hacer otra cosa que dejarme llevar, ahora plácidamente. Lentamente parece disminuir la sensación de velocidad, y entro en una dulce calma, floto, estoy ingrávida y me mantengo estable en cualquier postura, hay tanta paz… Permanezco así en plenitud, en libertad, sin noción del tiempo ni el espacio. Todo es quietud, sólo existo, indefinidamente, infinitamente, soy neblina, brisa, luz, soy, soy, soy, soy…

Oh, Dios mío, soy yo, Camelia. Pero ¿dónde estoy?, me envuelve tanta niebla, parece como si estuviera descendiendo. Un instante, un relámpago. Estoy aquí, cerca de casa, a escasos doscientos metros. Pero ¿qué ha pasado?, Habré perdido el sentido. Durante ¿cuánto tiempo?. ¡Madre mía!, era de noche cuando perdí la noción del tiempo y el espacio y ahora es pleno día. Toda la noche sin ir a casa. Mario se habrá preocupado. El pobre andará loco buscándome, éste no es mi camino habitual para volver y, por alguna razón, he pasado inconsciente toda la noche, pero no he despertado tendida en el suelo, sino de pie como estaba cuando me empecé a sentir extraña y, por suerte, no he perdido el bolso ni la carpeta con las partituras. Voy a darme prisa, no quiero prolongar la angustia de Mario. Posiblemente ha llamado a los hijos, claro, si estaba tan preocupado. Ahora estarán todos con la angustia. Voy a prisa para tranquilizarlos. Aunque no puedo explicarles qué me ha pasado, no lo sé. Cuanto más anhelo llegar, son más lentos mis pasos. Dios mío, qué desesperación. Aquí tengo la llave, la voy sacando antes de llegar ante la puerta, se me mezclan todas en el llavero, aquí está la del portal, no puedo abrir, los nervios no me dejan, sí, ahora sí. No me paro a llamar al ascensor, subo por la escalera, será más rápido, sólo son tres pisos. Por fin llego, no se oye ruido, ¿estará Mario en la calle buscándome?. Voy a abrir, la llave no entra, sigo nerviosa, me tengo que tranquilizar, ahora parece que sí, ya parece que puedo, pero no, no me deja abrir, creo que no me he equivocado de llave. Oigo pasos, ya viene Mario, me habrá oído trastear, por fin voy a poder descansar de esta pesadilla, voy a sacar la llave para que pueda abrirme. La puerta cede, le empujo levemente.

-Dios mío, ¿quién es usted? –Pregunto al desconocido que me abre.

-Eso mismo me estoy preguntando yo, ¿Quién es usted?.

-Yo soy la dueña de este piso. Seguro que me estarán buscando. ¿Usted está ayudando a Mario en la búsqueda?. Anoche tuve un desfallecimiento o algo así y no pude volver a casa, desde entonces me están buscando. Ya estoy aquí.

-No sé de qué me habla usted, señora. No conozco a ningún Mario ni estoy buscando a nadie. Yo vivo aquí.

-Me habré equivocado de piso con los nervios, yo iba al tercero B. Perdone.

-Éste es el tercero B, pero aquí vivo yo.

-Dios mío, qué locura, ¿qué está pasando?. Ayer salí de este piso, mi piso, a las siete de la tarde para ir al ensayo, por lo que le he dicho antes no volví a mi hora, como de costumbre, sólo he pasado la noche fuera.

-Señora, está usted bastante confundida, posiblemente por su desmayo. Nosotros vivimos en este piso desde hace cuatro años. Si quiere puede pasar y telefonear a su marido y él le aclarará todo.

Vacilo un poco sin saber qué contestar, me arde la frente y el corazón se me sale por la boca. De pronto recuerdo que tengo el móvil en el bolso, no lo he perdido.

-Muchas gracias, no hace falta. Tengo aquí el móvil.

-De todas formas, pase y se sienta para llamarlo más cómodamente, no se quede en el rellano de la escalera.

-Muchas gracias.

Me dejo conducir hacia el interior. Efectivamente el piso está muy diferente a como yo lo tengo. Los muebles son distintos, han desaparecido mis plantas, las fotos… Me dejo caer con desaliento en el sillón que me ofrecen, deben ser un matrimonio, de mediana edad y bastante pacientes conmigo. Posiblemente piensan que he perdido la razón y se compadecen. Trémula saco el móvil de mi bolso y trato de marcar el número de Mario. No tengo línea. Ellos me dicen que no me preocupe y me ofrecen su teléfono fijo para que llame. Marco el número de Mario, casi inmediatamente me responde una voz "este número no existe". Al borde del colapso lo intento ahora con el teléfono de mi hijo, da el sonido normal de llamada pero no lo coge "estará trabajando ahora", pienso. Sin aliento marco el número de mi hija y espero unos segundos, lo dejo sonar aterrada de no poder tampoco dar con ella. Alguien descuelga.

-Diga -¡¡Es su voz!!

-María –Al otro lado sólo oigo un silencio.

-María –Vuelvo a repetir más inquieta.

-¡¡¡MAMÁ!!! –Grita ella, oigo un estrépito y el teléfono se corta. Pierdo la línea.

-¡¡Es mi hija!! –Exclamo con lágrimas en los ojos mientras aprieto el móvil contra mi pecho. Trato de despejarme para volver a marcar su número pero no me da tiempo, antes de que lo haga suena su llamada.

-¡¡Mamá!!. No es posible. ¿Dónde estás? –Su voz es entrecortada y llorosa.

-Estoy en casa, bueno no, en lo que hasta ayer era mi casa. Un matrimonio muy amable, que está aquí, me ha dejado su teléfono para llamaros, el mío, no sé por qué, no tiene línea. María, estoy muy confundida, ¿Dónde está papá?.

-Mamá –No puede seguir hablando, sólo la oigo sollozar.

-Dime, hija –más que voz es anhelo lo que sale de mis labios.

-Mamá, vamos a ir a buscarte, espéranos ahí –su voz suena entrecortada -¿te parece bien?.

-No tenéis que venir yo iré.

-¿Cómo? –Me pregunta. Yo vacilo un instante. "es verdad, ¿cómo?, ya tampoco tendré coche". Ellos viven en la costa, una hora aproximada conduciendo.

-Es verdad, no puedo.

-No te preocupes, enseguida vamos. Dios mío, no es posible que esté hablando contigo. ¿Estás bien?.

-Sí, estoy bien. Muy confundida y bastante desolada. Espero que vosotros me contéis algo que me pueda orientar. ¿Dónde está papá?.

-Bueno, no te preocupes, será mucho mejor cuando estemos juntos. Espéranos ahí, por favor.

-Os esperaré abajo, en el portal, no quiero molestar más a esta familia.

El matrimonio, que sigue con cierto interés nuestra conversación, me insiste que los espere dentro del piso, no soy una molestia para ellos, dicen.

-No, María, te voy a esperar dentro del piso, me lo han ofrecido muy amablemente.

Después de colgar me quedo con el teléfono en la mano, he entrado en una laxitud que me tiene paralizada, en mi mente no cabe ya imaginar nada ni hacer suposiciones, nada en mi cuerpo me responde. "¿Le apetece tomar algo?" oigo como si viniera de lejos, lo rechazo amablemente, sólo me vendría bien un vaso de agua, tengo la garganta totalmente seca. Tomo varios tragos que mitigan un poco el fuego interior. Permanezco en silencio contemplando, en mi desvarío, lo que ayer era mi casa, sólo el suelo brillante de mármol rojizo con vetas blancas es el mismo, descubro y reconozco una pequeña grieta que había justo delante del sofá, verla me emociona como algo concreto y sólido que me identifica y me hace confiar en algún resto de cordura que debo conservar aún, esa contundente insignificancia me inunda los ojos de nuevo. Mis anfitriones se mantienen algo distanciados, creo que no saben qué hacer, es una situación tan irregular, tan desconcertante, tan ridícula si no fuera tan trágica. ¿Qué podrían decirme o preguntarme?. Yo sí tengo preguntas para ellos pero carezco de la fuerza necesaria para hacerlas, tengo miedo a cualquier respuesta que puedan darme, temo derrumbarme por completo, ahora me puedo mantener entera a duras penas. Fijo los ojos en mi grieta del suelo y espero.

El portero automático, con un ronquido grave, corta de pronto la larga y densa espera. Mi corazón se desboca y me pongo de pie instintivamente para contestar, ese es un sonido que acostumbro a oír y conozco muy bien, ¿lo oí ayer?, ¿quizá hace unos días?, así es como suena habitualmente. Reacciono de pronto y me retengo, dejo que ellos contesten. "Sí, sí, claro, suba, está aquí". Me acerco al vestíbulo de entrada, oigo el sonido del ascensor que renqueante llega a nuestro piso, abrir y cerrar la puerta, unos pasos, antes de que suene el timbre me dispongo a abrir. Lo he hecho tantas veces al llegar mis hijos y nietos, cuando Mario olvida la llave. Conozco de sobra el pestillo. Abro la puerta. Mi hija está delante de mí, deshecha en lágrimas.

-¡¡¡Mamá!!! -nos abrazamos fuertemente sin hablar, la oigo suspirar entrecortadamente y el fuerte latido de su corazón. Me amparo en ella.

-¡¡¡Mamá!!!. Dios mío, ¿Qué te pasó?, ¿dónde has estado todo este tiempo?.

Crece tremendamente mi confusión.

-Sólo han sido horas, doce o trece horas quizá –Mi hija me mira intensamente a los ojos con evidente inquietud, tratando quizá de calibrar mi grado de enajenación, paradójicamente yo también espero su veredicto con impaciencia, estoy en sus manos, soy un ser indefenso y perdido a expensas de que alguien me saque de la tremenda confusión en que estoy hundida.

–Está bien. Vámonos y ya hablaremos tranquilamente en casa.

Maquinal y totalmente dispersa me despido de mis perplejos anfitriones agradeciéndoles profundamente su hospitalidad. Ellos sienten deseos de ayudar en lo que presienten es un tremendo drama "Puede usted venir aquí cuando quiera, la recibiremos con mucho gusto".

-Mamá –Me dice mi hija cuando ya estamos en la calle -Vamos a sentarnos tranquilamente en una cafetería, que no esté muy concurrida, tenemos que hablar, que contarnos una a la otra todo lo que ha pasado. Después iremos a casa. ¿De acuerdo?.

-Sí, como a ti te parezca mejor. Pero primero tenemos que decir a papá que estoy bien, me imagino lo preocupado que debe estar.

-Bien. Vamos primero a acomodarnos y relajarnos un poquito, lo estamos necesitando –En la cafetería que hemos elegido encontramos una mesita en un rincón, pegada a un ventanal que da a la calle. Nos sentamos y yo dejo, en la silla que queda vacante, mi bolso y la carpeta llena de partituras. Mi hija fija su atención en ella –No me digas que aún la conservas –La coge y empieza a ojearla extrañada sin dejar de mirarme.

-Claro, no hace tanto tiempo que la tengo. Éstas son las últimas cosas que estamos ensayando.

-Mamá, concéntrate y cuéntame todo lo que te ha pasado.

Yo le relato todo lo ocurrido, no me cuesta trabajo, lo tengo muy reciente. Sólo hace unas horas que he recuperado el sentido después de mi llamémosle "ausencia". Sólo necesito saber qué ocurría durante ese trance, en principio pensé que me había desvanecido pero empecé a dudarlo al comprobar que en mi vuelta en mí estaba de pie, no me había caído ni dejado caer en ningún sitio. María me escucha con una expresión indescriptible, incrédula, maravillada, no sé. Su semblante me produce más y más inquietud ¿he perdido la razón?. Ella está cambiada, ahora que estoy escrutando su rostro con ansiedad me doy cuenta, quizá el disgusto ha ajado un poco sus rasgos y marcado alguna arruga, también tenía el pelo más largo cuando la vi hace unos quince días, no me dijo que pensara cortárselo. Cuando termino de hablar ella permanece en silencio y mirándome perpleja. Calculo que le cuesta trabajo expresar, en su total dimensión, el disgusto que les ha supuesto mi inexplicable ausencia.

-Mamá, escúchame –me habla con extrema cautela mientras me coge, sobre la mesa, las dos manos que yo tenía rodeando mi taza –Has estado ausente más de las horas que crees –Yo la miro a los ojos con los míos abiertos de par en par y llena de impaciencia.

-¿Cuánto tiempo más?.

-Mucho más.

-Pero ¿cuánto?, por el amor de Dios, ¿cuánto?.

-Ha sido mucho tiempo. Años –Me habla con miedo. Sabe que puedo descomponerme de un momento a otro, por eso, mientras libera las frases calmadamente aprieta más mis manos.

-¡¡¡Años!!!. No es posible, no es posible –He soltado mis manos de las suyas y me las llevo a la cabeza como queriendo retener dentro la poca cordura que aún conservo. Ella deja la silla frente a mí y se sienta justo a mi lado, me rodea con su brazo y me atrae hacia sí.

-Mamá cálmate. Vamos a analizar serenamente todo lo que ha pasado –Yo asiento con un gesto de cabeza, sumisa, mientras seco las lágrimas que me atraviesan las mejillas.

-Después de ese último ensayo tuyo no volviste a casa. Papá se empezó a preocupar porque siempre que te ibas a retrasar lo llamabas y no recibió ninguna llamada tuya. Dejó pasar un tiempo hasta que pensó que ya no era normal tanto retraso, se cambió de ropa y salió a buscarte, anduvo por las calles que tú solías volver –Yo la interrumpo deseosa de aportar alguna nueva información que pueda aclarar algo.

-Esa noche precisamente volví por otras calles, hacía muy buen tiempo y me apetecía volver despacio por callejones solitarios y silenciosos. Quizá por eso no me vio.

-Después de ir, por tus calles habituales, hasta el centro donde ensayabais y no encontrarte, se estuvo recorriendo el barrio entero, mirando también en bares por si estabais celebrando algo y habías olvidado avisarle. Nada, no estabas en ningún sitio. Entonces fue cuando dio parte a la policía y empezó una búsqueda intensiva. A nosotros, a mi hermano y a mí no nos dijo nada hasta el día siguiente, esa primera noche solamente él vivió con la angustia y la esperanza de encontrarte –Se le quiebra la voz y para de hablar. Yo estoy horrorizada y apesadumbrada por todo el dolor que les produje ¿dónde me encontraba en realidad en esos momentos?.

-Siguió la búsqueda mucho tiempo hasta que perdimos por completo la esperanza de dar contigo. No había ningún rastro que seguir. Te habíamos perdido. Y lo peor es que desconocíamos por completo dónde te encontrabas y si estarías sufriendo. No hemos encontrado el sosiego desde entonces. Me parece mentira que estés aquí, poderte abrazar.

-¿Dónde está papá?

-Él ya no volvió a ser el mismo después de tu desaparición. Estaba perdido. Quiso seguir viviendo solo en vuestra casa. Fue imposible conseguir que se viniera a vivir con nosotros ni a casa del niño. Nosotros teníamos nuestras familias y trabajos que nos lograban distraer a ratos. No quiero pensar todo lo que rondaría por su cabeza día y noche.

-Pero ahora ¿dónde está? –Hago la pregunta aterrada por lo que me puede contestar. Para mí el día antes habíamos estado juntos.

Cuando me iba a ensayar salió a despedirme hasta la puerta, como solía hacer, él estaba desocupado, navegando con su portátil, y le gustaba levantarse para decirme adiós y así estirar las piernas. "Ven tranquila" me dijo "da igual cenar quince minutos antes o después, siempre vienes demasiado acelerada, ten calma, no tenemos prisa para nada".

-Mamá, siento mucho tener que darte esta noticia. Todo está siendo tan triste en nuestras vidas. Excepto hoy, hoy es un día grande porque has vuelto, te tenemos de nuevo. Te hemos echado tanto de menos, nos hacías tanta falta aún.

-¿Ya no está? –Pregunto con un hilo de voz, queriendo que nadie me oiga y tenga que responderme.

-No mamá, ya no está –Es lo que temía tanto oír. Me derrumbo. Ella sigue hablando, explicándome, no sé lo que dice, su voz se me ha convertido sólo en un murmullo. ¿Cómo puedo haber perdido toda mi vida en unas horas?. Mi mente se resiste a asimilar todo lo que está pasando, es insoportable. Mi hija, consciente de que ya no la escucho, deja de hablar y me abraza hasta que siente que estoy más calmada.

-Seis años después de tu desaparición, papá nos dejó. Sufrió un infarto mientras dormía. Se fue pacíficamente, dulcemente, sin tener que soportar los rigores de una enfermedad.

La nueva revelación de mi hija me golpea cruelmente y destroza mi ahora precaria existencia. Él me despidió ayer en la puerta. Yo sabía que cenaríamos juntos, como cada día de ensayo, él me esperaba.

-Dios mío, me voy a volver loca, ¿cómo puede ser todo esto posible?. ¡¡Seis años!!. ¿Cuánto tiempo entonces he estado ausente?.

-Va a hacer diez años –Me dice limitando al máximo el tono de su voz para no herirme. No deja de mirarme atentamente, temiendo, tal vez, que incapaz de soportar nada más, me desplome -Ahora estamos en mayo, el mes que desapareciste.

-Efectivamente, mayo, aún tengo reciente el olor a la celinda que colgaba a través de la pequeña tapia de un jardín, por el callejón solitario que elegí para volver a casa, todo esto fue ayer. Tengo la misma ropa que me puse y se conserva limpia y sin ningún desgarro. No he estado tirada en el suelo ni he podido estar vagando durante diez años con ella. ¿Qué ha pasado en realidad?.

-No sé qué pensar –Me dice fascinada –No soy capaz de imaginar nada coherente que pueda dar una explicación a lo que me has contado. Es verdad, yo recuerdo perfectamente esta ropa, parece que te estoy viendo vestida así hace diez años y, sorprendentemente, tampoco tú has cambiado nada, tu pelo igual, incluso diría que estás más joven –Se fija en mis manos ocupadas en redoblar nerviosamente una servilleta de papel sobre la mesa –Tenías unas pequeñas deformaciones, por la artrosis, en algunos dedos, ¿lo recuerdas?. Ahora están perfectos.

Efectivamente me doy cuenta de que es así. Ayer tenía algunos dedos dañados por la artrosis, mi hija me hace comprobar que ahora están perfectos, sería una buena noticia si mi perturbación y mi angustia no me impidieran celebrarla. Ya no sé qué pensar, de todas formas ahora tampoco tengo ninguna capacidad de raciocinio, lo haré en otro momento. Mi resistencia física y mi cerebro hoy no dan para más. Quiero ver a mi hijo. Necesito abrazarlo también después de todo lo que ha sufrido. Quiero ver a mis nietos y a mi yerno. Después decidiré qué hacer con mi vida. Tengo 69 años. Bueno, en realidad ya no sé qué edad tengo. Quién o qué me ha separado del devenir del tiempo y el espacio. Empiezo a tomar conciencia de que, para todos los efectos, en realidad no existo, después de diez años me han dado por muerta y me han eliminado de todos los registros vitales. Caigo en la cuenta de que ya no tengo nada, aparte de la ropa que llevo puesta, el bolso y una carpeta llena de partituras.
Texto libre Trabalibros

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