Cada vez que pienso en Bolivia se me vienen muchos recuerdos a la cabeza, como el que traté de contarles hace ya varios días atrás sobre "Matula y Sandra", que si bien no eran bolivianos, constituyeron una pieza clave en ese viaje.
En este caso y por este medio voy a tratar de revivir un retazo de esa experiencia en "La ciudad de los niños" y el caso de otro héroe.
El camino cada mañana rumbo a la fundación comenzaba bien temprano, a eso de las 6 y media 7 acompañado, por supuesto, de un café calentito o chocolatada, lo que encontraramos primero.
Tomábamos por lo general el mismo Truffi << Truffi es el medio de transporte urbano predilecto en Bolivia, o al menos, en Cochabamba y que tiene el formato de "combi" >>, transitábamos las mismas calles, y aunque no veíamos a las mismas personas, la escena tendía a repetirse; la radio de fondo con algún tema de cumbia que en Argentina se escuchaba en los 90s, el silencio, las caras de sueño, el fresco, los cabeceos, el diálogo entre Guille y yo sobre cómo encarar la jornada y sobre cómo lograr que nuestro paso, realmente deje una huella, por lo menos en algunas de las mentes de los habitantes de esa ciudad italiana al estilo "Heidi" incrustada en las laderas cochabambinas.
Todo igual, aparentemente controlado, las actividades medianamente planificadas, el break, clases de computación, de inglés, de teatro, un poco de deportes, sin embargo, esta aparente normalidad no nos alcanzaba y fuimos entonces a la búsqueda de algo más, algo que tenga que ver con lo humano, es decir que más allá de esas clases de vacaciones que preparamos para que los niños "estén ocupados" fuimos al encuentro de algo que nos revele algún fragmento de su historia. Inocentes nosotros y con todas las expectativas, bajamos las defensas y dejamos que ingresen algunos mundos relatados desde el abandono, la tristeza, la pobreza, pero siempre sostenidos con una sonrisa.
A diferencia de la preparación que teníamos con nuestras clases, una siesta me sorprendió, lo que a mi prematura experiencia daría el paso hacia un nivel distinto que tiene que ver con la adultez.
Luego de aprovechar los "minutos antes", y los "minutos después" de cada actividad para indagar un poco acerca de la vida de algunos niños, niñas, y adolescentes, me encuentro con Rodolfo que lejos de llamarme a la atención por algún rasgo distintivo, mas bien significaba la última exploración del día en esos terrenos. Lo que encontré, desde luego, no fue un relato más, no fue otra historia exagerada por el lenguaje fantástico de un niño, sino que muy por lo contrario, fue el testimonio mas breve y mas desgarrador que hasta hoy me toco escuchar y sentir.
- Rodolfo, vení un ratito y pasame la pelota que ya se terminó la hora de fútbol - Le dije y sin mucha resistencia se me acercó.
- Acá está profe - Me dijo refiriéndose a la pelota.
- Vení, sentate acá un ratito. Contame Rodolfo, ¿Que hacés todos los días después que terminamos de jugar al fútbol? -
- Me voy al comedor y empezamos a preparar las cosas para cenar. -
Aproximadamente para las 7 u 8 de la tarde ya cenaban.
- Claro y preparas las cosas con tus amigos ¿No?
- Si, y después que cenamos nos vamos para la casa.
- Ah muy bien, ¿O sea que una vez que terminas de comer te vas con tu familia? - Automáticamente después de hacerle esa pregunta, una sensación adrenalínica recorrió mi cuerpo.
- Yo no tengo familia profe - Me dijo y mis ojos sin disimulo trataban de entender lo fuerte de la declaración en contraste con la sonrisa que acompañaba sus palabras.
- ¿Y tu papá y tu mamá? - Le pregunté sabiendo que ya no había retorno.
- No se, no tengo.
- ¿Y tus hermanos?
- Tampoco tengo profe.
- Pero Rodolfo, vos vivís con personas en tu casa ¿No?
- Si.
- ¿Y ellos no son tu familia?
- Bueno sí, mis amigos.
Desde lejos irrumpió el momento la voz de una de las chicas italianas que trabajaban con nosotros:
- ¡Chicos vengan que ya terminó la hora de jugar al fútbol! Los espero en el comedor.
Una última mirada entre los dos fue el punto final de la conversación, y se fue corriendo punteando las pelotas con los pies. Y mientras él se iba pude ver lo injusto que suelen ser algunas cosas, pude ver a un niño que ante cualquier problema lo soluciona con una sonrisa, pude ver un adulto recordando sus primeros años en la fundación, pude ver a un padre reclamando en algún sujeto tácito, su condición de huérfano, pude verlo a él en algún momento, llorando en algún rincón, puede verlo con bronca, con tristeza, con momentos felices que tratará de inmortalizar y pude verme a mi, tan ingenuo y mal agradecido, sobre todo, de tener una familia, de tener un padre, una madre, hermanos, amigos, de no valorarlos, pude verme recordando ese momento y tratando de generar conciencia, porque a la familia no se la elige, él no eligió no tener familia. Y me pregunto ¿Cuántos más como Rodolfo habrán, en alguna otra fundación, en la calle, en Argentina, en Resistencia, en mi barrio?¿Cuántos días del Padre y de la Madre tendrán que soportar esos chicos, a la espera de alguien que los quiera como hijos?¿Habré cumplido yo el rol de Padre, Madre y hermano para Rodolfo ese día o ese mes?
Rodolfo me dejó una gran lección ese día: ¡Sonreí y valorá!