El escritor madrileño
Antonio Gómez Rufo es autor de medio centenar de obras literarias y ensayísticas. Su creación ha sido traducida a diez idiomas y entre otros premios posee el Fernando Lara de Novela 2005 y el Valencia de Novela Negra 2015. Fue vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE). Forma parte del comité editorial de la revista Galerna (Montclair State University, Nueva Jersey, EE. UU.) y es Caballero de la Orden Literaria Francisco de Quevedo.
Ha trabajado como guionista para
Luis García Berlanga en la serie "Blasco Ibáñez, la novela de su vida" y en la película "París-Tombuctú". Licenciado en Derecho, fue asesor de la Filmoteca Española y director del Teatro Fernán-Gómez Centro Cultural de la Villa.
Bruno Montano ha tenido la oportunidad de entrevistarle para Trabalibros con motivo de la publicación por la editorial
Olé Libros de "
Viaje a La Duda", "un poderoso relato en el que se conjugan la intriga y la tensión propias del género con la precisión y la inteligencia narrativa del autor" que recibió el III Premio de Novela Negra de la Institución Alfons el Magnànim.
-
Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): La preocupación por las cuestiones sociales es una constante en tu obra y en tu vida. El pequeño pueblo en el que sitúas “
Viaje a La Duda” es, según el narrador, “un Finisterre anclado en un pasado inmóvil” donde reina el atraso, la miseria y la ignorancia, siendo la miseria “la peor enfermedad del ser racional” y “la falta de cultura la peor de las miserias que atenazan la libertad del ser humano”. ¿Pobreza e incultura siguen siendo los dos grandes males de cualquier sociedad?
- Antonio Gómez Rufo (A.G.R.): Sí, aunque ahora habría que añadir el cinismo, la hipocresía, el portón por donde se cuelan la perversión y la corrupción. Males constantes a los largo de la historia que ya describió muy bien Blasco Ibáñez en "Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis" y que no forman parte de la Naturaleza, sino de la condición humana.
- B.M.: Excepto el inspector Salcedo, los demás personajes de la novela son habitantes de
La Duda, un enclave extremeño situado justo en la “raya” con Portugal, y por esa circunstancia son “hijos de la frontera/hijos de nadie…” ¿Esta condición de seres fronterizos y extraños agrava aún más su miseria existencial, su desamparo y aislamiento?
- A.G.R.: No creo que sea la causa del agravamiento; en todo caso lo es el abandono, el olvido, su marginación con referencia al desarrollo intelectual y económico de los grandes grupos sociales. La ciudad es siempre un organismo más vivo y evolucionado que la aldea, y si esta carece de dueño, vive en la duda de decidir si es de soberanía española o portuguesa, el agravamiento es notorio. Ahí está una de las claves de la novela.
- B.M.: La pesquisa policial que realiza
Salcedo se desarrolla en un marco de tensión política entre dos países vecinos: la España de la Segunda República y el Estado Novo portugués de 1935 del dictador Salazar. Por lo tanto, el inspector madrileño no sólo debe resolver un asesinato, sino también evitar un conflicto diplomático, y esto requiere tanto el olfato de un buen sabueso como el savoir faire de una diplomacia exquisita.
- A.G.R.: Debiera ser así, pero la realidad es que el policía es obligado a ir y no le apetece nada, o sea que hasta que no establece la complicidad con uno de los habitantes del pueblo, un niño en este caso, no pone en marcha sus dotes policiales. Y me parece que sin esa complicidad, sin esa amistad creada entre los dos, todo hubiera quedado en nada. Es el valor inmenso de la amistad: ahí está otra de las claves de la novela.
- B.M.: Ninguna ley dictada a ciegas puede “romper los vínculos grabados en los árboles genealógicos arraigados desde mucho antes de que nacieran las ideas que procreaban esas leyes”. Esta es otra de las tensiones que aparece en la novela, la que se da entre leyes circunstanciales, interesadas, cortoplacistas e innecesarias, y los vínculos sociales reguladores de carácter ancestral, que son de una justicia profunda y contrastada.
- A.G.R.: La tensión surge porque el pueblo, La Duda, ha sido roto artificialmente por una frontera política, no natural. Y las consecuencias las pagan sus habitantes sin ser culpables de los enredos políticos de las capitales, de Madrid y Lisboa. La ruptura crea tensiones en los humanos; ni las aves ni las reses las sufren, que vuelan o pastan sin saber de fronteras. Así debería suceder también con las personas, pero ya se sabe...
- B.M.: “La amistad es la ciencia de los hombres libres”. Así reza la cita de
Camus que introduce “
Viaje a La Duda”, cita que adelanta uno de los temas principales de tu novela: la amistad entre el pequeño Lucio y el inspector Salcedo. Una amistad paternofilial entre dos personas que provienen de dos mundos completamente distintos y a los que separa además una generación.
- A.G.R.: Y les separa además una concepción del mundo. El policía está instalado en su mundo, es su presente; el niño es el futuro, el deseo de crecer y conocer. Les separa algo más que una generación. Cuando se complementan el hoy y el mañana surge el inconformismo y el progreso. Ese niño de la novela es el hombre que años después hizo la transición del 76 que todavía hoy disfrutamos y defiendo.
- B.M.: El calor sofocante, el sol de justicia, la luz cegadora, el bochorno insoportable, el sudor (al que hace referencia el desafortunado primer título de esta novela) son elementos omnipresentes en esta historia. ¿Qué añade esta circunstancia física a la atmósfera de tu relato?
- A.G.R.: Muestra la debilidad del ser humano cosmopolita al encontrarse con las condiciones de la Naturaleza. Estamos preparados para adaptarnos a las nuevas tecnologías y a la alta velocidad de los trenes, pero no para soportar una ola de calor o una nevada como la reciente Filomena. A la novela le añade una súplica de reencuentro con lo que de verdad debería importarnos.
- B.M.: “Conocer no es siempre aprender, muchas veces es apenarse”, dice el narrador. Salcedo llega a La Duda, conoce, aprende y se apena. Sin embargo, se limita a dejar que “resbale sobre su conciencia” el mundo antiguo y miserable de la España profunda. No se permite a sí mismo “abrir un hueco en su lástima” donde cupiera esta realidad. Quizá sea el problema emocional y familiar que tortura a Salcedo durante toda la novela, su presión, lo que impide al inspector una implicación emocional más profunda.
- A.G.R.: En realidad es lo que nos impide a todos conmovernos con las tragedias cotidianas. Ya no duelen las colas del hambre, la búsqueda de restos en la basura, la ablación, las vallas contra los inmigrantes… En el mundo del confort no cabe la lástima, y si se conoce, resbala.
- B.M.: El inesperado final propone también una reflexión acerca de la naturaleza del verdadero poder y de las diferencias entre los poderes lejanos e inaccesibles y los poderes cercanos y exentos de cualquier fantasía de grandeza.
- A.G.R.: En todo caso, el poder que se vislumbra en la novela es justo. Porque se trata de una novela, de pura ficción. El poder es injusto en el mundo real porque se confunde con autoridad, y la autoridad si no es moral es arbitraria. Lo estamos viendo de cerca a diario.
- B.M.: En el prólogo de “
Viaje a La Duda” afirmas que mantienes con esta novela un “idilio literario especial”. ¿Podrías confesarnos cuál es?
- A.G.R.: Porque en el conjunto de mi obra narrativa no recibió lo que creía que se merecía. Olé Libros le está dando una segunda oportunidad como se la doy yo, que me parece la hermana pobre de mis novelas. La quiero porque, sin ser frágil, no fue invitada al baile del príncipe. Y eso que sus zapatos de cristal eran una preciosidad.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Antonio Gómez Rufo el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Olé Libros el haber hecho posible este encuentro.
Nota: Fotografía (C) Josefina Blanco.