El escritor y poeta valenciano
Rafael Soler reside en Madrid, donde ha trabajado como profesor titular en la Universidad Politécnica. Es autor de una intensa producción literaria, que ha sido recibida como una de las más interesantes de la nueva
literatura española.
Su obra ha sido publicada en Hungría, Japón, Italia, Estados Unidos, Ecuador, Paraguay, Bolivia, Honduras y Perú. Suyas son las novelas "El grito", "El corazón del lobo", "Barranco", "El último gin-tonic" y "Necesito una isla grande", así como los libros de relatos "Cuentos de ahora mismo" y "El mirador" y cinco libros de poesía: "Los sitios interiores" , "Maneras de volver", "Las
cartas que debía", "Ácido almíbar" y "No eres nadie hasta que te disparan". En 2019 vio la luz su antología poética "Leer después de quemar" (Olé Libros).
Bruno Montano ha tenido el placer de entrevistarle para Trabalibros sobre "
El sueño de Torba", una novela reeditada por
Olé Libros cuarenta años tras su primera publicación, protagonizada por el profesor y taxidermista de un mundo de objetos y recuerdos Jaime Sarduy, que narra una serie de historias cruzadas que tratan de la incomunicación y la precariedad de las relaciones humanas, con personajes que se mueven en el cotidiano espacio cerrado de una ciudad marítima.
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Bruno Montano, B.M.: “
El sueño de Torba” es una novela de gran ambición literaria, escrita desde una voluntad experimental evidente: arquitectura interior compleja, gran trabajo con el lenguaje (neologismos por contracción -tudebeser, mirusté- y por castellanización de términos ingleses -namberguán, jelou-), cambios de ritmo, entreveramiento de géneros, riqueza poética, diálogos fecundos que sustituyen a largas descripciones… De todo esto se deduce una gran libertad narrativa. ¿La clave de la buena literatura es la soberanía a la hora de escribir, la no sumisión a los dictados del mercado literario?
- Rafael Soler, R.S.: Absolutamente. Soberanía, libertad a cuchillo y sin concesiones. Mal asunto si escribes pendiente del retrovisor donde vivaquean lectores en expectativa de destino, y editores con su destino cumplido. Mal asunto si escribes al dictado del canon, de aquello que consideran correcto los correctos, una línea con otra para no defraudar a quien no te espera. Escribir, si de eso hablamos, es tirarse a la piscina en cada folio, uno con otro y sin llevar las cuentas, escucharte, jugártela, indagar, equivocarte. Luego vendrán los lectores, si vienen, porque, muchas veces, lo tan gozosamente escrito no merece ser publicado. Y no por ello se detienen los semáforos en ámbar.
- B.M.: Este complejo trabajo con la forma no le resta protagonismo a la trama, a la pura historia, ya que de alguna manera está a su servicio. ¿Fondo y forma deben retroalimentarse y potenciarse?
- R.S.: La aspiración de un narrador, de un poeta, es ser reconocible por su voz, por esa manera contar y dar un verso que le hace distinto a los demás, legítima aspiración que puede llevarnos una vida, y tres si las tuviéramos. Personajes fuertes y creíbles, y una historia que merezca ese nombre. La forma, entonces, al servicio siempre de lo que quieras contar. Y sin alardes vanos, ni fuegos de artificio.
- B.M.: “
El sueño de Torba” no se lo pone fácil al lector, le provoca “cierta incomodidad”. El primer tercio casi invita a desistir, obliga a estar muy atento y atareado rellenando los “huecos” que de forma deliberada va dejando el autor. Me da la impresión de que eres un autor que “brujulea sin mapa” y que busca, más que lectores pasivos, compañeros animosos de travesía. ¿Esto es así?
- R.S.: Hay novelas, espléndidas, que permiten una lectura sosegada y donde todo fluye por sus pasos. Y hay otras que exigen una participación activa del lector, invitándole a compartir viaje para completar con su imaginación lo apenas sugerido. Y todas, quiero pensar, tienen su público.
- B.M.: El núcleo temático de este libro hace referencia a esa pequeña cotidianidad burguesa urbana, con su carga añadida de incomunicación, de sueños truncados (“el jodido momento de los sueños al garete”), vidas fallidas, tedio (“tedio cancerígeno de hastío canceroso”), tristeza (“llevo dentro una noche redonda que muerde como un dogo”) y problemas edípicos no resueltos. Realidad pura y dura, ¿no?
- R.S.: La vida es dura, vaquero. Y áspera, y maravillosa a la vez. Necesitamos sueños aunque no se cumplan, el tedio en la relación amorosa es siempre un peligroso final de viaje, la tristeza un don malentendido aunque pese los domingos la mitad, y Edipo un pelma que sigue abarrotando las consultas. Con un panorama así, escribir es un acto de legítima defensa.
- B.M.:
Jaime Sarduy, el personaje principal, recoge piezas sentimentales que tengan historia y vida y las diseca para coleccionarlas, encuadernarlas, numerarlas y guardarlas en una balda, “historias de la vida que se va y vida de la historia posible, la pequeña, la posible”. Parece que en Jaime pesa más la vida posible, la vida que hubiera sido posible, que la vida real y realizada.
- R.S.: Somos la suma de lo que quisimos ser, lo que creemos ser, y lo que somos en la mirada de los otros. Y lo importante es salir al día con lo puesto sin esperar nada. La vida te atropella antes o después: una enfermedad, una traición, un éxito que no mereces y te vuelve tontaina. Jaime hace lo que puede, y no es de buen conformar. Así que deambula entre su pasado con sombras y un presente a media luz, como acontece cuando vas cumpliendo años sin pedirlo.
- B.M.: Entre otras cosas, Jaime curiosamente colecciona pistolas y las bautiza con nombre de mujer. ¿Por qué pistolas? ¿Por qué las bautiza? ¿Podrías aventurarnos una explicación freudiana para esta extraña afición de un profesor de instituto?
- R.S.: Ay, ya quisiera saber yo el origen de ese afán recolector del buen Jaime Sarduy. Pero muy poco me contó en los dos años que pasamos juntos, y se fue de rositas, dejándome en ascuas. Soy muy respetuoso con los silencios de los míos, y Jaime no era de dar muchas explicaciones. Así que me limité a dejar constancia de ese raro hábito, sin pasar a mayores porque bastante trajín tenía el pobre de capítulo en capítulo y tiro porque me toca.
- B.M.: Conocemos la vida de Jaime a través del narrador, pero la complementamos con fragmentos del libro que está escribiendo sobre él otro de los personajes principales,
José Redeck, el librero y “farero al acecho”, el cual se plantea interesantes cuestiones metaliterarias que yo paso a convertir en dos preguntas para ti. ¿Todo escritor que se precie debe tener voz y úlcera propia? El olor y el dolor son grandes recursos literarios, ¿escribir oliendo y doliendo es la forma más sincera de hacerlo?
- R.S.: Me gusta esa expresión de “farero al acecho”, muy propia de un poeta metáforas aparte. Primera respuesta: las úlceras llegan sin pedirlo, la voz se adquiere tras muchos tanteos y préstamos. Mi admiración para aquellos escritores que encontraron su voz y así la ofrecen, sin trampa ni cartón, nítida y propia. Y bienvenidas sean todas las úlceras que el destino le asigne, por torpe, por marisabidillo, por noble animal literario, por su condición humilde de transeúnte entre un libro bien leído y otro mal escrito. Voy con la segunda: escribir es lo que importa, y el dolor es un buen aliado siempre que no te recrees en él (“pobretearse” llaman a esa figura en Centroamérica). ¿Escribir oliendo? Pues también, si se trata de olores de buena calidad, olores cinco tenedores por decirlo así. En mi caso, el noble olor de las higueras, el olor a tierra mojada en Jávea y septiembre, el siempre bienvenido olor Chanel número cinco, tan amparador y estimulante.
- B.M.: Un personaje fundamental de la novela es un
Rolls Silver Wright, el “coche amuleto” y “coche vudú” de Jaime, un automóvil que desmontó en su juventud y que en su madurez monta al mismo tiempo que monta también la historia de su primer y único amor (“estoy guisando un Rolls y guisándome con él”). Un amor que asocia a este fundamental objeto de su colección, metáfora mecánica de una relación “frágil y hermosa” a la vez que imposible.
- R.S.: El amor mueve los muebles, el amor signa nuestra vida, el amor nos salva y nos condena. Todos guardamos en nuestra memoria el recuerdo de aquel banco en el parque donde todo empezó, la blusa de ella apoyada en el respaldo de una silla, los siete peldaños que subíamos despacio para llegar al mirador. Y Jaime Sarduy tiene un Rolls, mudo notario de sus andanzas con Berta cuando todo estaba por venir. El coche aquí confidente de lo vivido y lo anhelado, porque la vida nos atropella siempre, y nada es como parece.
- B.M.:
Torba, según el narrador, era una yegua de carreras hermosa y blanca, que siempre llegaba segunda en el hipódromo. Su sueño, que da título al libro, quizá era el de no correr con dolor o quizá el de llegar la primera. En todo caso, este sueño era siempre “exclusivo, precintado, suyo”. ¿No conoces a alguien hasta que no conoces sus sueños?
- R.S.: Los sueños nos delatan. Sueños de primera mano y última necesidad, sueños siempre a punto de cumplirse pero no. Torba es una yegua perdedora por vocación, y todos llevamos dentro una sana condición de perdedores, aunque la vida, a veces, nos premie y despiste con éxitos efímeros para aturdirnos y sacarnos del barro, donde acontece todo. “Perder es la manera de adquirir en soledad una certeza”, tiene dicho el poeta que ahora contesta a estas preguntas. Pues eso.
- B.M.: En un momento dado, el narrador habla de la “enfermedad de los libreros”, pero no precisa cuál es ésta. A mí, como librero, me gustaría saber de qué se trata este trastorno por si lo puedo identificar en mí. ¿Podrías aclararme las características de este mal?
- R.S.: Bienaventurados los libreros, porque ellos atesoran el testimonio de los libres, los indigentes, los ricos pobres que dieron lo mejor en unas páginas destinadas a pocos. De más joven quise ser librero, bien acompañado por algún cercano loco. Hasta teníamos el nombre: “Librería Sagrarito”, y de dónde saldría un nombre así, tan disparatado, Librería Sagrarito. ¿El mal de los libreros? Es una enfermedad hermosa, y poco conocida, pero con síntomas fácilmente reconocibles. Dícese librero aquel que indaga, se recrea, goza, comparte con los suyos el pasmo de un hallazgo, persevera en su entusiasmo recomendando al oído de los suyos títulos imbatibles, “tienes que leer “La niña que amaba las cerillas”, Gaétan Soucy, ya estás tardando”. El noble mal de los libreros: salir cada día a la caza de aquello que merece perdurar, y pocas veces encontrarlo. Os alimentáis de nosotros, escritores que ingenuos deseamos perdurar, y somos demasiados.
Desde Trabalibros agradecemos a
Rafael Soler el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Olé Libros el haber hecho posible este encuentro.