Trabalibros entrevista a Ignacio Martínez de Pisón, autor de "Ropa de casa"

miércoles, 16 de octubre de 2024
 "La memoria es un caos y la literatura sabe organizarlo".
El escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón es uno de los escritores más sólidos de la narrativa española. Es autor de más de quince libros, entre los que destacan las novelas La ternura del dragón (1984); Carreteras secundarias (1996); El tiempo de las mujeres (2003); Dientes de leche (2008), galardonada con el Premio San Clemente y el Premio Giuseppe Acerbi; El día de mañana (2011), por la que recibió el Premio de la Crítica, el Premio Ciutat de Barcelona y el Premio de las Letras Aragonesas; La buena reputación (2014), Premio Nacional de Narrativa y Premio Cálamo al Libro del Año; Derecho natural (2017); Fin de temporada (2020) y Castillos de fuego (2023).

También ha publicado los ensayos Enterrar a los muertos (2005), que obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón y fue unánimemente elogiado por la crítica en varios países europeos, y Filek. El estafador que engañó a Franco (2018); el libro de relatos Aeropuerto de Funchal (2009) y sus memorias bajo el título Ropa de casa (2024). Su obra está traducida a una docena de idiomas.

Ropa de casa (Ignacio Martínez de Pisón)-TrabalibrosBruno Montano ha tenido la oportunidad de entrevistarle sobre su última obra, "Ropa de casa", "el apasionante retrato de formación de uno de los autores más sólidos de nuestra narrativa, unas memorias literarias que reflejan los profundos cambios vividos por la sociedad española, que en muy poco tiempo pasa de una rancia dictadura a una democracia consolidada que se integra en Europa" (editorial Seix Barral).

- Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Es la primera vez que hablas de ti en un libro, por lo menos directamente. Te has puesto la "ropa de andar por casa" y has escrito un libro de memorias, que no de autoficción. Eso es algo que dejas claro siempre, al igual que tu amigo Enrique Vila-Matas, odias el término autoficción. Has escrito unas memorias para contarnos aproximadamente 3 décadas, 30 años de tu vida. Yo, siempre que me enfrento a unas memorias, me planteo una serie de cosas. La primera es el cuándo, es decir, a partir de qué edad uno decide publicar sus memorias.

- Ignacio Martínez de Pisón (I.M.P.): Fíjate, uno de los poetas que que yo menciono en este libro, que es Carlos Barral, ya había publicado sus memorias, que son estupendas - "Años de penitencia" y "Años sin excusa"- antes de cumplir los 50 años. Hay gente que tiene ya cosas que contar y tiene una necesidad de reordenar sus memorias, sus recuerdos, a una edad que francamente considero temprana. Si Barral hubiera esperado a tener mis años para escribir sus memorias no las habría escrito, porque se murió con 61. Lo que me ha impulsado a escribir mis memorias es, por un lado, la edad. Creo que con 63 años y a partir de los 60 ya has llegado a una fase de tu vida en la que puedes volver la vista atrás y tratar de organizar un poquito tus vivencias y tus recuerdos. Y también el hecho que me sacudió del todo fue la muerte de mi madre en 2018. Pasé a pertenecer a esa generación que ya está en primera fila. Lo que te obliga también a recapitular, a reorganizar tus recuerdos, a buscarles un sentido, a tratar de rescatar los recuerdos que están como adormecidos. Y que están a punto de desaparecer, porque además, cuando muere alguien como tu madre, tienes la sensación de que muere mucha más gente. Gente de la que sabías solo a través de ella. Una generación y un mundo que de repente desaparece. Y en un momento de la vida también piensas que hay que intentar que eso permanezca de algún modo, convirtiéndolo en palabras. Yo nunca había pensado en escribir unas memorias. La idea de escribir unas memoria me surge tras la muerte de madre y poco a poco empiezo a desarrollar curiosidad por la figura de mi padre, tan desconocida para mí, y empezó a recopilar, a recuperar recuerdos.

- B.M.: Digamos que el disparador emocional de este libro fue la muerte de tu madre.

- I.M.P.: Sí, pero yo creo que es como una reacción natural, lógica. Cuando muere una persona así, no muere sólo la anciana a la que has visto unos días antes en el sofá, sino que mueren todas las personas que ha sido antes. Todas las personas, desde la madre jovencita a la que conociste siendo niño y todas las fases intermedias. Y entonces te vuelven muchos recuerdos del pasado que necesitan encontrar su sitio, reubicarse. Y al final la literatura ayuda a eso, a poner orden en un caos. Porque la memoria es un caos y la literatura sabe organizar ese caos.

- B.M.: De hecho, lo llamas orden retrospectivo. Dices que los novelistas tendéis a percibir algún tipo de orden interno en realidades que son caóticas y azarosas. Me gusta el concepto: "orden retrospectivo". Afirmas que sólo cuando la historia ha concluido se revela una lógica interna que venía operando silenciosamente desde un principio.

- I.M.P.: Dependiendo de lo que ocurra después, encuentras algo que parece que te da una clave. La revela, o tú rescatas unas claves del pasado que a lo mejor te habían pasado inadvertidas. Es decir, que de repente, das importancia a unos acontecimientos del pasado que explican las cosas que vienen después.

- B.M.: Claro, y necesitas ordenarlo para buscarle un sentido, que es otra de las grandes necesidades del ser humano.

- I.M.P.: Buscar un sentido a mi pasado y a mi vida en general. Yo creo que el ser escritor te ayuda, te lo hace más fácil, porque estamos acostumbrados a contar historias, estamos acostumbrados a escribir. En mi caso estoy acostumbrado a escribir historias de familia. Es decir, para mí no ha habido tanta diferencia entre escribir este libro, escribir algunas de mis novelas que están protagonizadas por familias y que cuentan conflictos familiares. Pero creo que todas las personas en un momento de su vida piensan que tienen que retener ese mundo que está empezando a desaparecer, ese pasado que consiste en una serie de recuerdos, que poco a poco también se van desvaneciendo. Esa pulsión de todos los ciudadanos, en mi caso, es más fácil de llevar a a la práctica, sencillamente porque es mi profesión.

01. Bruno Montano entrevista a Martínez de Pisón
- B.M.: Otra de las preguntas es el cómo contar las memorias, la forma literaria que eliges para hacerlo. Yo creo que, en tu caso, formalmente te sientes deudor de "Léxico familiar" de la gran Natalia Ginzburg.

- I.M.P.: Para mí, es mi modelo. Esa manera de contar la historia de Italia de unos años decisivos, como son los años del ascenso del fascismo, teniendo en cuenta que era una familia judía... contar eso, pero de manera que eso esté detrás. Y lo que te está contando de verdad es la historia de su familia, la historia de la relación con sus padres, la historia de las claves secretas que utilizan los miembros de esa familia, un poco para reconocerse como tales, como miembros de esa familia. Y al mismo tiempo, ser consciente de que lo que estás haciendo es literatura. O sea, no estás haciendo un informe, no estás haciendo un currículum, lo que estás haciendo es literatura con ese material. Y "Léxico familiar" me parece literatura de primerísimo orden. De hecho, para mí es el modelo.

- B.M.: Es literatura de la cotidianidad, de puertas para adentro, pero al mismo tiempo es como un gran fresco de su tiempo.

- I.M.P.: Sí, de lo pequeño. En realidad podría haber contado cosas grandes. Porque claro, en el libro no llega a contar cómo muere Leone Ginzburg, que muere cuando ha terminado el periodo que cuenta ella en el libro. Leone Ginzburg muere a finales de la Segunda Guerra Mundial, torturado en la cárcel de Regina Coeli de Roma. Y ella ha adoptado el apellido de su marido, es decir, que realmente el acontecimiento verdaderamente importante de su vida, que va a ser la muerte de su primer marido, queda fuera. Y cuenta todas las otras cosas pequeñas. Y eso es un poco el encanto del libro, entre otras cosas porque también sabes el final. Lo sabes porque conoces la vida de esta mujer, pero da lo mismo, que nos lo cuente. Y lo que nos cuenta son esas historias pequeñas de esa familia que no se llama Ginzburg todavía y eso es lo que realmente me interesa, esas complicidades, esas alianzas, esas relaciones secretas, esos conflictos menores, que son para mí el modelo de lo que es una novela familiar, que es lo que llevo haciendo prácticamente desde que empecé.

- B.M.: Las relaciones familiares y en concreto las paternofiliales tienen una presencia casi omnipresente en tus obras.

- I.M.P.: Sí, sólo varía en el penúltimo libro, "Castillos de fuego". Que además lo hice por hacerle caso a Rosa Montero, porque me dijo que le gustaba mucho como escribía, pero que siempre escribía sobre la familia. Me propuso escribir sobre algo distinto y le hice caso. Pero, hasta ese libro, realmente todas las historias que yo he escrito son novelas con el núcleo familiar como centro.

- B.M.: Otra pregunta que yo me planteo siempre que le leo unas memorias es cómo gestiona el escritor el pudor que supone contar la vida íntima. ¿Cómo manejáis ese sentimiento?

- I.M.P.:  Bueno, el pudor con respecto a este libro es diferente con respecto a los otros, porque si yo escribo una novela y a ti no te gusta, pues no te gusta mi novela, pero si yo escribo esto y no te gusta, es que no te gusto yo. O sea, en este libro te estoy diciendo que este soy yo. Si me dijeras que no te ha gustado, pues te diría que lo siento mucho, que entonces es que no te gusto yo como persona. Ese es el riesgo que incurre. Estás contando cosas que nadie te ha pedido que cuentes y estás exponiéndote un poco, aunque sea un libro de celebración como es este y un libro lleno de felicidad, pero es verdad que estás contando cosas que escapan un poco al decoro, porque estás contando cosas que ya forman parte del ámbito familiar.

- B.M.: De la intimidad.

- I.M.P.: Claro, es como contar las anécdotas de cena de Nochebuena mientras solemos estar entre hermanos, pero delante de extraños. De hecho, lo que estoy contando en este libro es como si lo estuviera contando a mis amigos y a mis hermanos. Es como si no quisiera salir de un círculo muy estricto de gente muy cercana, pero en el fondo yo sé que esto lo va a leer mucha gente. Lo va a leer gente que no me conoce, que no sabe nada de mí. Es como contar pequeñas intimidades.12. Bruno Montano entrevista a Martínez de Pisón

- B.M.: Y también lo va a leer gente que aparece retratada en él. ¿Cómo te enfrentas a eso, a las opiniones de gente que participa o aparece?

- I.M.P.: Habrá quien se sienta decepcionado, porque a lo mejor piensa que podría haber hecho algún texto más laudatorio, pero lo cierto es que yo no hablo mal de nadie. De todas las personas de las que cuento historias, son historias en las que nadie queda mal. Seguramente se enfadará más gente que no aparece, que gente que aparece. Tengo algún amigo que ya me ha protestado [Risas].

- B.M.: Por no aparecer.

- I.M.P.: Claro, pero es que a veces no se trata tanto de que tú seas amigo mío para salir aquí, sino de que tenga cosas que contar. Porque esto no es un libro para mí, es un libro para los lectores. Y entonces hay gente que, sin ser muy amiga mía, tiene muchas páginas y gente que es muy amiga, pero no ha tenido una historia interesante que contar. Hay personajes como ese loco de Sevilla, ese catalán...

- B.M.: ¿Miguelito?

- I.M.P.: Claro, a ese hombre yo no lo vi tantas veces en mi vida, no era amigo mío. Pero como pasaban tantas cosas a su alrededor, cuando empiezo a contar el viaje a a Sevilla, no puedo dejar de contar cosas sobre este personaje tan estrafalario. O sobre Javier Tomeo. Nos conocemos desde siempre, pero no era tan amigo mío. Pero hay tantas anécdotas sobre él que no podía dejar de contarlas. Y en cambio, hay otros que han sido más amigos míos y, sin embargo, de ellos no tenía historias que pudieran interesarle al lector.


- B.M.: Otra pregunta que me surge a mí cada vez que que leo unas memorias es, ¿hasta dónde se cuenta? Cronológicamente, tú has narrado tres décadas, ¿por qué has dejado 30 años por contar?

- I.M.P.: Porque en realidad, en cuanto me puse a escribir me di cuenta de que lo que estaba escribiendo era una novela de formación, o sea, una historia de la formación de una persona, la formación de un escritor. Y la terminé cuando yo consideré que la persona había accedido a la edad adulta, porque tuve un hijo, porque nos compramos un piso, porque ya estaba más o menos asentado en la industria editorial... Es decir, cuando yo ya podía prever que mi futuro iba a ser el de ser un escritor siempre. Entonces, ya no había mucho más que contar, porque a partir de ahí todo es repetitivo ya, todas las cosas que me han pasado a partir de ese momento ya no iban a influir tanto en mí. Ya la formación se había completado. Y pensé, ¿qué es lo que puedo contar de las otras tres décadas siguientes? ¿Que he conocido a gente importante? Pero es que eso me parece muy poco relevante, porque son gente importante, pero a lo mejor no lo fueron para mí. Por ejemplo, cuando nadie conocía a Saramago yo desayuné con él. ¿Y? No me cambió la vida. No saqué nada de esa conversación con Saramago y, para contar simplemente que desayuné con él, mejor no contarlo. De todas maneras, cuando puse el título de "Ropa de casa" lo puse pensando que quizás algún día escribiría un libro que se llamaría "Ropa de calle", es decir, que a lo mejor dentro de 10 o 5 años, en una segunda parte, incluyo este tipo de cosas. Pero no le encuentro mucho sentido de momento, porque para contar que he conocido a muchos escritores interesantes e importantes, para eso no vale la pena. Sólo si son importantes para mí, si fueron determinantes, si me influyeron, si aprendí de ellos... Sólo entonces creo que vale la pena contarlo.

- B.M.: En "Ropa de casa" cuentas tres décadas de tu vida: la del niño en el Logroño de los 60, la del joven en la Zaragoza de los 70 y la del aprendiz de escritor en la Barcelona de los 80. Ahí se acaba tu "juventud", cuando adquieres la condición de padre y propietario por primera vez.

- I.M.P.: Así es. Mi pobre segundo hijo no sale, prácticamente. Cuando me preguntó le dije: pues haber nacido antes [Risas].

- B.M.: Una última pregunta en relación a este género literario. ¿Por qué has elegido las memorias y no un diario, una autobiografía o una confesión, que son géneros todos que trabajan con materiales autobiográficos?

- I.M.P.: Ya, es curioso que el género de las memorias siga siendo bastante poco popular entre los escritores y, en cambio, el género del dietario esté tan en boga. Es decir, que tantos escritores publican cada 3 o 4 años su dietario de los últimos años, donde cuentan su vida, cuentan sus reflexiones, cuentan las cosas que le pasan. En cambio yo, por ejemplo, nunca había llevado un diario, ni he hecho anotaciones. Es decir, algunas veces he tomado notas, pero luego las he perdido, no las he podido consultar. En cambio, a mí el genero que me gusta, mucho más que el del dietario, es precisamente el de las memorias. He sido un lector de libros de memorias siempre y además con gran pasión. Me gustan mucho las memorias de la gente importante, pero también de la gente que no lo fue. O sea, que me gusta tanto la las memorias de Carlos Barral, que es un poeta que fue muy importante para mí, pero también las memorias del fundador del periódico El caso, porque me gusta hurgar ahí y encontrar anécdotas, historias que luego aprovecho yo en mis novelas. Porque también son esas memorias de personas no muy importantes las que cuentan anécdotas que luego nadie conoce. Entonces, de esas anécdotas vas tirando y de repente tienes material para tus novelas. Pero vamos, que yo soy un lector de memorias bastante voraz.

- B.M.: Por eso es posible que escribas una segunda parte.

- I.M.P.: Bueno, eso te lo diré dentro de cinco años.
03. Bruno Montano entrevista a Martínez de Pisón
- B.M.: Lees el libro y te das cuenta de la ligereza y del sentido del humor que desprende. Pese a la sobriedad que se te achaca siempre como escritor, aquí el el tono es ligero.

- I.M.P.: Yo creo que en mis novelas hay siempre sentido del humor, lo que pasa es que en este libro ha habido quien me ha llamado para decirme: oye, no he parado de reírme. Qué bien, porque yo creo que el tono es ligero, como en muchas de mis novelas, sólo que efectivamente, en algún caso, hago un poco de humor, cuento algunas anécdotas un poco disparatadas, como cuando descubro la noche de pasión de Elvira Lindo con Muñoz Molina

- B.M.: ¿Pero es verdad que mirasteis Enrique Vila-Matas y tú por el agujerito de la cerradura?

- I.M.P.: Y Bernardo Atxaga. No mirábamos por el agujerito, pero estábamos ahí los tres encorvados para mirar la tarjetita del desayuno que ponía ahí, en la habitación del hotel de Antonio. No era por afán de cotillear, sino simplemente creo que son anécdotas divertidas. Además, esto ya lo había contado la propia Elvira Lindo en un libro. Y además, le pedí permiso para contarlo. Me pareció que era una de esas anécdotas graciosas en la que además coincide ese momento en que se juntan dos escritores de los grandes, como son Elvira Lindo y Antonio. Y de repente digo: es que yo fui testigo, sin saberlo, del momento en que esos dos ligaron. Y la anécdota, encima, tiene la gracia de que estamos ahí los tres mirando la tarjetita en la puerta de su habitación de hotel. Son anécdotas de las que yo he contado muchas veces con los amigos, es decir, que esa anécdota la hemos recordado Bernardo, Enrique y yo varias veces y escribirla, para mí, es como volverla a rememorar delante de ellos.

- B.M.: Y la anécdota de la tertulia en la taberna de Carlos Barral, intentando acercarte a un grupo de escritores para ver si pillabas la conversación, cuando te das cuenta de que lo que en realidad estaban hablando era de...

- I.M.P.: ¿Hasta dónde alcanza la meada de un tigre? [Risas] Ahí estaba también, por cierto, el cineasta valenciano Muñoz Suay, discutiendo sobre hasta dónde ha alcanzaba la meada de un tigre.

- B.M.: Hay algunas memorias que no están equilibradas, las tuyas sí. En este sentido, has encontrado primero un equilibrio entre idealización y dramatización: no idealizas, tampoco dramatizas. Y otro equilibrio entre intelectualización y sentimentalización: no intelectualizas, no sentimentalizas. Bueno, excepto cuando hablas de tu novia María José, ahí sí sentimentalizas un poquito [Risas].

- I.M.P.: No, pero hay una parte que para mí fue muy emocionante escribir: tratar de imaginar cómo fuer el noviazgo de mis padres antes de que nosotros naciéramos. Hay cosas que intento transmitir con suavidad, pero que para mí son importantes. Yo me sentía bastante emocionado, de repente, al recordar a mi padre y a mi madre, a través de las fotos que había escaneado mi hermano. Notaba un nudo en la garganta. Pero claro, cuando escribo sobre eso no puedo dejar que la emoción me embargue. Si alguien tiene que emocionarse podrá ser el lector, pero no el escritor. Y cuando hablo del nacimiento de mi hijo Eduardo en el año 90 también, la sensación de ser un chico joven al que de repente toda la vida le cambia. Tienes un niño en brazos y tienes unas responsabilidades... A partir de ese momento, vas a ser otra persona. Y para mí hay muchos momentos de emoción que he intentado transmitir con sobriedad, pero que todavía a algunas personas creo que les puede emocionar.

- B.M.: Pero están tratadas desde la distancia, con tiempo e inteligencia, y haces que no sea una emoción efervescente buscando la lágrima. Cuando hablas de tu orfandad, por ejemplo, no buscas la lágrima y la compasión.

- I.M.P.: No, más bien el foco de la historia está puesto en mi madre, no en mi padre. En cómo, a partir de ese momento, mi madre se convierte en otra persona. Desde el momento en que, de repente, mi padre se desploma en el cuarto de baño y, a partir de entonces, el destino de mi madre está alterado de forma definitiva, drástica.

04. Bruno Montano entrevista a Martínez de Pisón
- B.M.: La semana pasada hablé con Juan Trejo de su libro "Nela, 1979". La última frase de su libro es una frase muy tostoiana que dice: "Las familias no sólo se crean y se destruyen, también se transforman". La tuya, al morir tu padre, se transforma completamente. Sobre todo cambia la vida de tu madre.

- I.M.P.: De golpe cambió todo. La muerte de mi padre, a nosotros en su momento no nos pareció que nos afectara. Aunque también, porque realmente en el Colegio los huérfanos éramos nosotros. Todos los niños tenían padre y madre y mi hermano y yo, que íbamos al mismo curso, éramos en ese momento los únicos huérfanos. Pero también era un mundo muy lleno de viudas, era un mundo donde, de repente, de pronto empezaban a morirse los padres de otros y se reunían las viudas entre ellas.

- B.M.: Las viudas intrínsecas, creo que las llamas.

- I.M.P.: Pero esa es la generación anterior, mujeres que habían nacido para la viudez, que parecía que su destino se cumplía con la muerte del marido y por fin eran las personas que estaban llamadas a ser. Pero en el caso de mi madre, pertenecía a una generación en la que ya no era normal ser viuda. España ya no era un país de viudas en esa generación y sin embargo, mi madre se queda viuda y toda la relación que tiene son siempre con viudas. Que, por cierto, empezaron a salir viudas por todas partes: una prima suya, una vecina o una amiga... de repente nos juntábamos siempre con hijos de viudas.

- B.M.: Hemos dicho que, claramente, este libro pertenece al género literario de las memorias, pero a la vez es un relato de la formación de un escritor. Hablas de cómo descubres la literatura como arte, escarbando en la biblioteca de textos carlistas de tu abuelo. Descubres unas novelas de Valle Inclán carlistas y te das cuenta de que con la palabra se puede hacer belleza. Y ahí empieza todo.

- I.M.P.: Sí. Eso fue como la revelación. Yo era un niño que leía mucho, era un niño que disfrutaba mucho leyendo, abstrayéndose en la lectura. Pero no tenía ningún criterio Y un buen día, no sé si tenía 13 o 14 años, me pongo a leer esos libritos de Valle Inclán que estaban en los restos de una biblioteca carlista que tenía mi abuelo y, de repente, descubro que la palabra sirve para algo más que designar, que sirve para crear arte. Y me quedé un poco desconcertado al principio, como diciendo: cómo escribe este hombre. Fue un poco el descubrimiento del estilo. O sea, se puede escribir sin estilo, o se puede escribir con estilo. Y ahí vi que Valle Inclán tenía eso, tenía estilo. Y las novelas que yo leía de Enid Blyton, pues no tenían estilo porque el autor no se preocupaba por tenerlo. Y entonces vi que había algo más. Y supongo que en ese momento empecé a dividir ya los libros entre los buenos, los muy buenos, los aún mejores que los muy buenos... Y Valle Inclán ni siquiera ha sido un escritor por el que haya sentido mucha simpatía, ni un escritor cuya obra me atraiga demasiado. Sin embargo, esos tres libritos, que son tres libros de aventuras, marcaron para siempre mi manera de entender la narrativa.

- B.M.: Y a partir de ahí, dices en sucesivos capítulos, que tuviste claro que la literatura iba a ser tu modus vivendi, que te ibas a dedicar a la literatura, que ibas a estudiar Filología. Al principio, después de licenciarte, diste clase en enseñanzas medias, pero pronto abandonaste la docencia para formarte en la verdadera escuela de escritura, que es la traducción, las reseñas, las colaboraciones periodísticas, los guiones y, como no, las tertulias de los cafés literarios, donde alternar con grandes escritores.

- I.M.P.: Y la lectura. ¿En aquel momento cómo se aprende? Claro, en aquella época no existían los talleres literarios, si tú querías ser escritor, tú tenías que inventarte tu propio taller literario, tenías que inventarte tu propio tutorial. Nadie te iba a enseñar y lo único que se podía hacer era leer y aprender de los clásicos y de los escritores buenos. Y luego fui descubriendo que, efectivamente, de todas esas otras actividades que llevaba aparejada la propia condición de escritor -articulista, traductor, más tarde guionista- aprendía. Y sobre todo, yo era un chico ávido de aprender. Yo de repente había conseguido publicar un par de libritos o tres y ya quería ser escritor toda mi vida, pero del mismo modo que un saltador con pértiga se entrena y se entrena para batir su propio récord, yo sabía que tenía que prepararme para hacer libros cada vez mejores.

Una de las cosas que me hizo pensar que tenía que superarme con cada libro fue, precisamente, una de las cartas de Javier Marías que hablaba de eso, donde decía que hay que superarse con cada libro. Me comentaba uno de mis libros y decía que no había dado un paso adelante con ese libro. Es decir, lo que a mí me estaba diciendo es: cada libro tiene que ser mejor que el anterior. Tienes que esforzarte por mostrarte más talentoso en el siguiente libro, y así siempre. No puedes escribir un libro igual o un poquito peor que el anterior, tiene que ser al menos un poquito mejor. Y esa autoexigencia, que era lo que me quería reclamar Marías en esa carta, es lo que a partir de los años 90 me impuse yo, intentar que cada libro fuera un poquito mejor que el anterior.


- B.M.: En estas memorias, que son ante todo un relato de formación de un escritor, hay también un retrato generacional de lo que ahora llaman boomers. Llegas a Barcelona en los años 80 y comentas en el libro que creías que ibas a encontrarte con ciertas cosas, pero ya habían pasado: la contracultura de los 70, la gauche divine, el boom...Tú llegas un poco después.

- I.M.P.: Sí, yo llego ya cuando el nacionalismo ha empezado a desactivar la Barcelona dinámica de los años 70. Y sin embargo, en comparación con la Zaragoza de aquellos años, pues Barcelona sigue siendo una ciudad mucho más interesante. Pero es verdad que la capitalidad cultural empezaba a trasladarse ya a Madrid, el Madrid de los años 80 es un Madrid, la verdad, muy espectacular. Y en cambio, Barcelona se estaba quedando atrás. Y a pesar de eso, yo lo recuerdo con muchísimo cariño, como los mejores años de mi vida, pero también porque fue la época en la que yo era joven.

- B.M.: Dices algo muy interesante un par de veces a lo largo del libro y es que, en aquel momento, a ti el pasado no te interesaba. En aquel momento a ti, el tardofranquismo, el franquismo, la guerra civil, no te interesaban demasiado, pero luego te sorprendes a ti mismo dedicando varios libros al tema.

- I.M.P.: Sí, porque era un tema que en aquella época, en los años 80, a los que empezábamos a escribir y a publicar, realmente no nos interesaba, porque era como si formara parte de una etapa anterior. Es decir, nosotros llegamos en un momento en que había necesidad de que unas voces nuevas hablaran de una realidad nueva. Nosotros teníamos que cumplir nuestro papel, no podíamos seguir escribiendo sobre las mismas cosas que habían escrito las generaciones anteriores a las que, al fin y al cabo, estábamos intentando desbancar. Y ocurrió que con el tiempo yo me fui convirtiendo en un escritor diferente del que yo tenía previsto ser y que precisamente el pasado, la historia, lo que ocurría antes de que yo naciera, se convirtió en uno de los temas de mis libros y, probablemente, si el Pisón que yo era en el año 86 viera en que me he convertido, pues se avergonzaría de mí.

- B.M.: Estas memorias son un relato de formación del escritor, un retrato generacional y, por último, también un homenaje a las personas más importantes de tu vida y un testimonio de gratitud hacia ellas. La escena final me ha encantado, ese cerrar los ojos y fundirse vivos y muertos en un diálogo, en una conversación, en unas miradas, en una complicidad.

- I.M.P.: ¿Sí? Quería acabar el libro con la palabra "gracias". Ahí, en ese contexto, no se sabe si son los personajes los que salen de allá a agradecer a los lectores en el escenario cuando baja el telón, o yo. De hecho, ese "gracias" es el que yo emito para agradecer que mi vida ha sido la de un privilegiado y que siempre he tenido afecto a mi alrededor, gente que me ha ayudado, que no tengo nada que reprochar. Que me siento de esas personas afortunadas a las que las cosas le han ido bien, por mi esfuerzo y mi talento, pero también porque los que me tenían que ayudar en su momento me ayudaron, y que sin ellos no habría podido vivir esta vida que estoy viviendo, que es la vida de alguien que se dedica a su hobby de manera profesional, que es lo mejor que uno puede soñar con hacer.

- B.M.: Como has dicho, Natalia Ginzburg es una escritora fundamental para ti. Yo recordaba un capítulo titulado "Mi oficio", de su libro "Las pequeñas virtudes", en el que habla de lo que significa la escritura para ella, lo que significa contar historias. Yo creo en él refleja su poética, que creo que tú compartes completamente. No sé si lo recordarás, seguro que lo has leído.

- I.M.P.: Si, pero no me acuerdo.

- B.M.: Tengo aquí el libro.

- I.M.P.: Y lo tienes subrayado: "Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo en mi vida. Cosas en las que no tiene nada que ver la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía. Este es mi oficio y lo haré hasta mi muerte". Pues sí, yo que soy autónomo, no me pienso jubilar nunca.

Desde Trabalibros agradecemos a Ignacio Martínez de Pisón el tiempo que nos ha dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Del mismo modo, agradecemos a la editorial Seix Barral el haber hecho posible este encuentro.
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