Alfredo Escardino se licenció en Derecho y pasó varios años completando su formación en el extranjero. Allí obtuvo sus títulos de posgrado en el Instituto de Estudios Europeos de Bruselas y en el Colegio de Europa de Brujas, además de iniciarse en el terreno profesional realizando unas prácticas en la Comisión Europea como "stagiaire". Una vez de nuevo en Valencia, su ciudad natal, compaginó el ejercicio de la abogacía con la docencia universitaria, colaborando además durante un tiempo con el periódico Las Provincias. Años después, en 2002, ingresó en el cuerpo superior de funcionarios de la Comisión Europea y volvió a Bruselas para desempeñar su cargo, permaneciendo en él hasta finales de la década.
Bruno Montano de
Trabalibros tuvo la oportunidad de conversar con
Alfredo Escardino sobre su primera novela, "
Una erasmus en Bruselas" (
aquí la entrevista) y ahora lo hace con motivo de la publicación de su nueva obra "
Onofre Superstar", "una parodia tragicómica de la sociedad actual, repleta de embaucadores y farsantes, que este autor traslada al mundo de las letras, hoy presidido por el mercantilismo que exige al novelista ser un fabricante de best sellers" (
Editorial Funambulista).
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Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): En tu segunda novela no has caído en la tentación comercial de convertir tu primer libro en un molde sobre el que fabricar sucesivas entregas, cosa que le ocurre a uno de tus personajes, Bernardino Apascal, autor de “Una erasmus en Berlín” -guiño evidente a tu primer libro- y que convierte su primer éxito literario en una operación editorial para fabricar superventas en serie. Con “
Onofre Superstar” exploras nuevos territorios literarios, ¿verdad?
- Alfredo Escardino (A.E.): Sí, es cierto. Para un novelista, limitar tu obra a un género determinado tiene ventajas. Entre otras, estar ya familiarizado con una serie de aspectos que te permiten escribir más novelas en menos tiempo. Otra ventaja es que rentabilizas mejor el esfuerzo promocional, pues los seguidores del género ya te conocen de anteriores novelas. Pero también tiene algunos inconvenientes, pues puedes acabar encasillándote y resultarte difícil ser solvente cuando escribes novelas de otro tipo. Visto el éxito que tuvo mi primera novela, “Una erasmus en Bruselas”, yo también valoré seguir escribiendo sobre los erasmus. Pero al final, por una serie de motivos, lo desestimé. Así que, en mi segunda novela, “Onofre Superstar”, decidí ceder el testigo a uno de los personajes, para que él hiciese en la ficción lo que yo había optado por no hacer.
- B.M.: Me ha dado la impresión de que, tras haber publicado “Una erasmus en Bruselas”, te diste un baño de realidad y descubriste los entresijos del mundo editorial y el negocio del libro en general y seguramente esto estimuló la escritura de este segundo libro tuyo, en el que haces una disección paródica del lado oscuro y en extremo comercial del mundo del libro.
- A.E.: Es cierto que la inspiración para escribir “Onofre Superstar” me llegó durante la promoción de mi primera novela. Hasta entonces, yo tenía un desconocimiento absoluto del mundo del libro. Pensaba que para alcanzar el éxito como novelista era suficiente escribir una buena novela. Y nada más lejos de la realidad. Hay muchos otros factores que tienen tanto o más peso que la calidad de tu prosa y la originalidad de la trama. Ahora bien, quiero subrayar que “Onofre Superstar” es una caricatura de la sociedad en que vivimos. Y podría haberse ambientado sin gran dificultad en otros entornos, como el de la música, el futbol, las altas finanzas... Al fin y al cabo, los farsantes, los pícaros y los individuos sin escrúpulos no son monopolio de la industria del libro.
- B.M.: “Una erasmus en Bruselas” era una mezcla de thriller y costumbrismo de corte universitario y ha quedado claro que es una fórmula que no usas en “Onofre Superstar”. Pero lo que sí es una constante en ambas novelas es el uso de la ironía, la caricatura e incluso el esperpento. ¿Vas a convertir esta característica en tu seña de identidad literaria?
- A.E.: Es posible que sí. Cuando escribo me considero un cronista de la sociedad en la que vivimos. Mi primera novela era una crónica de una experiencia Erasmus, con sus lados más y menos gratos. La segunda, del ascenso al estrellato de un falso escritor y del precio que paga por conseguirlo. Pero esa crónica me gusta hacerla desde el humor, incluso desde la caricatura. Para así hacer más llevaderos al lector los aspectos menos amables de nuestra sociedad. Sí, creo que, en mis novelas, sea cual sea la trama, siempre habrá un elemento de crítica social barnizado de ironía, de sarcasmo. Quizás en línea con novelas de escritores anglosajones ya fallecidos, como Tom Wolfe, John Kennedy Toole o Tom Sharpe.
- B.M.: Un ejemplo muy divertido del uso del humor en “Onofre Superstar” son las voces de ultratumba que el protagonista recibe en forma de consejos y amonestaciones por parte de su padre difunto y de los consejos de tipo erótico-literario que le hace llegar desde el más allá su venerado
Ernst Hemingway.
- A.E.: Lo de incorporar al texto esas conversaciones virtuales me pareció un recurso surrealista muy apropiado para una novela como esta. La relación que mantuvo en vida Julio -Onofre Cox- con su padre estaba muy descompensada. El hijo lo reverenciaba, pero el padre aprovechaba cualquier ocasión para recordarle su mediocridad. Por eso, a lo largo de la novela, Julio recuerda frases lapidarias de su padre y con ellas justifica las decisiones que toma. Hemingway, por su parte, representa para Julio el paradigma del novelista de éxito. Pero no olvidemos que el protagonista de mi novela es un falso escritor. Es más, su experiencia como lector es limitadísima. Y, desde su ignorancia, cree que el éxito literario de Hemingway proviene de su lado vividor y mujeriego, más que de la calidad de sus novelas. De ahí las esperpénticas conversaciones virtuales entre ambos.
- B.M.: Los tres protagonistas principales de la novela y autores intelectuales de la gran operación literaria que sustenta la trama principal -
Pepe Néstor,
Cosme Salcedo y
Julio García- provienen del mundo de la banca corrupta que aplica el “todo vale” en los negocios bancarios, diseñando productos financieros tóxicos de dudosa legalidad, pero de altos beneficios para los gestores. ¿Hay en esto un intento por tu parte de denunciar a este tipo de entidades financieras?
- A.E.: Como novelista creo que mi papel no es denunciar, sino contar una historia del modo más ameno y dejar al lector que saque sus propias conclusiones. Dicho esto, es público y notorio que durante la primera década de este siglo los bancos y las cajas de ahorros aprovecharon para enriquecerse o para agradar a los políticos de turno mediante operaciones que rozaban la ilegalidad, cuando no la infringían claramente. En perjuicio de la sociedad en su conjunto, pero sobre todo de los más ingenuos y vulnerables. Sin embargo, prácticas de ese tipo no son recriminables solo a las entidades financieras. Como he dicho antes, embaucadores, caraduras e individuos sin escrúpulos los hay en todas las profesiones. De todos modos, quiero insistir en que la crítica que hay en mis novelas está revestida de humor, de ironía. No pretendo que el lector se enfade con el sistema aún más de lo que ya está. Me gusta que mis libros le hagan reflexionar sobre ciertos aspectos francamente mejorables de nuestra sociedad, pero me gusta más que esa reflexión vaya acompañada de una carcajada de autocrítica.
- B.M.: Aunque el tema principal del libro sea el desvelamiento en clave de humor y parodia de la “realidad” de la “industria” editorial, aparecen a lo largo de la novela otros subtemas que da la impresión de que también te preocupan: el papel perverso y cruel que pueden llegar a tener las redes sociales en la actualidad, el carácter tóxico de algunas relaciones, las adicciones y los excesos de todo tipo, la mentira y el engaño sofisticado como forma de prosperar en la vida…
- A.E.: Ya he dicho que me considero un cronista de la sociedad en la que vivimos. Y en este mundo nuestro hay muchos aspectos criticables, como todos los que acabas de mencionar y que, en mayor o menor medida, se tratan en “Onofre Superstar”. Sin embargo, también he dicho que, como novelista, mi papel no es denunciar o sentar cátedra sobre determinados temas, convencer al lector para que comulgue con mi forma de ver las cosas. Para eso ya están los políticos o los tertulianos. Mis novelas se limitan a presentar la realidad, y a veces muestran algunos de sus aspectos menos amables, pero dejan que el lector saque sus conclusiones y forme su propia opinión.
- B.M.: El publicista canario que lleva el marketing de la trama editorial y que quiere transformar a un tipo insulso en un escritor fascinante no sólo quiere hacerlo por la gran cuantía del premio literario a recibir, sino también para “infligir un severo correctivo al mundillo literario”, al que tacha de presuntuoso. Tú, que vienes de otro ámbito laboral -las organizaciones internacionales y la docencia universitaria-, ¿crees que el exceso de vanidad sería uno de los “pecados” que caracterizaría al colectivo de escritores?
- A.E.: Sinceramente, no creo que sea el caso hoy en día. Con el boom de la autoedición, ahora hay más novelistas que lectores de novelas. De hecho, cualquiera puede escribir una novela y publicarla. Incluso puede publicar como suya una novela que no ha escrito. Por si eso fuera poco, en estos tiempos la novela tiene poderosos competidores: cine, televisión, internet, multitud de plataformas... Es cierto que, en el pasado, cuando se leía más novela y eran muchos menos los autores que publicaban, a estos solía achacárseles un exceso de vanidad y de narcisismo. En la actualidad, salvo raras excepciones, la cruda realidad ya no permite esos egos desmesurados.
- B.M.: Se critica también en la novela las puestas en escena y los números que montan los escritores en las Ferias del Libro y otros actos afines, “más propias de un predicador captando adeptos o de un curandero ambulante despachando crecepelo”. ¿Crees que en ocasiones los autores de libros confunden la legítima promoción de sus obras con la indigna exhibición de sí mismos?
- A.E.: En general, creo que no. Es cierto que el autor ha de ocuparse ahora de promocionar sus novelas como probablemente no se hacía en el pasado, involucrándose más en labores comerciales. Hoy en día, el oficio de novelista tiene dos facetas muy diferentes: durante la fase de concepción de la novela te dedicas a escribir, y tu día a día es muy solitario; pero una vez publicada la novela pasas a ser un vendedor, con lo que gran parte de tu tiempo estás rodeado de potenciales lectores a los que intentas convencer de que escojan tu novela entre los miles que pueblan las librerías y las casetas feriales. La inmensa mayoría de autores nos empleamos en esa labor comercial respetando los códigos deontológicos de esta profesión e intentando no dañar su prestigio. Ahora bien, siempre hay excepciones.
- B.M.: Bea es el único protagonista honesto de toda la trama; gran lectora, nieta de un auténtico escritor y aspirante a novelista. En un giro sorprendente de la trama veremos cómo esta protagonista aprovecha la gran farsa creada por sus compañeros en bien de la literatura. ¿Necesitabas crear un personaje así para mantener la esperanza de que en la literatura no todo está perdido?
- A.E.: Sin duda. No quería mostrar un panorama tan desalentador del mundo de las letras sin dejar un resquicio de esperanza. Me consta que muchos lectores están cansados de que les bombardeen con novedades editoriales que son casi un “copia y pega” las unas de las otras. Comprendo que la industria del libro es un negocio como tantos otros. Pero todo tiene un límite. Dicho esto, insisto en que mi labor como novelista no es denunciar. Yo me invento una historia, la cuento por escrito lo mejor que sé, y dejo al lector que forme su propia opinión. Es lo que he hecho con “Onofre Superstar”. Si consigo que quien lea la novela pase un buen rato y le arranco alguna carcajada, perfecto. Si además le hago reflexionar, todavía mejor.
Desde Trabalibros agradecemos a
Alfredo Escardino el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas.