Alfredo Escardino se licenció en Derecho y pasó varios años completando su formación en el extranjero. Allí obtuvo sus títulos de posgrado en el Instituto de Estudios Europeos de
Bruselas y en el Colegio de Europa de Brujas, además de iniciarse en el terreno profesional realizando unas prácticas en la Comisión Europea como "
stagiaire". Una vez de nuevo en Valencia, su ciudad natal, compaginó el ejercicio de la abogacía con la docencia universitaria, colaborando además durante un tiempo con el periódico Las Provincias. Años después, en 2002, ingresó en el cuerpo superior de funcionarios de la
Comisión Europea y volvió a Bruselas para desempeñar su cargo, permaneciendo en él hasta finales de la década.
Bruno Montano de
Trabalibros ha tenido la oportunidad de conversar con
Alfredo Escardino con motivo de la publicación de su primera novela, "
Una erasmus en Bruselas" (editorial Funambulista), una historia que nos traslada a "la Bruselas optimista y cosmopolita de finales de los ochenta", una novela "magníficamente ambientada, de fácil lectura y narrada con fina ironía, en la que los que han pasado algún tiempo en el extranjero se verán reflejados".
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Bruno Montano,
Trabalibros (
B.M.): "
Una erasmus en Bruselas" es tu primera novela y, supongo que por razones de comodidad o seguridad creativa, la has situado en una ciudad, un ambiente y una época que conoces a la perfección. Imagino que la ambientación no habrá sido ningún problema importante para ti, pero puede que sí lo hayan sido la estructura y el tono. ¿Cuál de estas dos dimensiones básicas de toda narración te ha resultado más difícil de resolver?
- Alfredo Escardino (A.E.): Esta es mi primera novela, como bien has dicho, y la verdad es que me ha resultado difícil casi todo. He tenido que empezar de cero en todo, sin ninguna experiencia previa, aunque quizás la parte de escribir en sí me ha resultado menos complicada, porque a escribir sí que estoy acostumbrado. No a escribir narrativa, pero el hecho de juntar palabras llevo toda la vida haciéndolo, por mi profesión en la Universidad o por mi trabajo en la Comisión Europea. La técnica de redacción sí la tenía bastante trabajada, aunque obviamente luego hay que adaptarla al hecho de estar contando una historia y hacerlo de forma amena, para que el lector no se aburra, para que no pierda el hilo y para mantener la tensión hasta el final.
Sobre tu pregunta acerca del tono o la estructura, yo creo que he conseguido mantener el tono de una manera homogénea. Quería que el tono fuese optimista, universitario, juvenil, levemente irónico incluso. "Una erasmus en Bruselas" es una novela donde la protagonista es la razón de ser, de hecho está escrita en primera persona como si fuera ella la que narrara la historia, y el tono de la novela es el tono de ella. La protagonista crece y evoluciona con la novela a lo largo de la experiencia que vive en el extranjero. Ella tiene una forma de ser y de plantearse la vida (es prudente, reflexiva, aunque con un punto aventurero) y el tono de la novela debía reflejar esto. Incluso en los momentos en los que lo pasa peor, el tono levemente optimista y moderadamente irónico yo creo que se mantiene, al menos en las escenas en las que ella aparece.
Y en cuanto a la estructura también tiene su complicación. Es una novela de 450 páginas y la dificultad de hilvanar los distintos elementos que aparecen en la historia (se combina la vida cotidiana de los estudiantes Erasmus en el extranjero con sus fiestas, sus exámenes, sus angustias, sus preocupaciones) se incrementa con el hecho de que hay una trama histórica que vuelve sobre la protagonista (sin ella saberlo ni quererlo) y que la vincula a una familia aristocrática flamenca, convirtiéndola en la pieza de un puzzle de intriga y suspense. Entrelazar estas dos cosas sin dar más protagonismo a una parte que a otra sí me ha resultado relativamente complicado. La intriga y el misterio, que son elementos muy importantes en este libro, debían mantener la atención del lector durante todo el tiempo, pero además he utilizado esta trama como hilo conductor de la novela, de manera que los personajes y la propia protagonista puedan manifestar sus debilidades, fortalezas, deseos, inquietudes...
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B.M.: La trama principal de tu novela es una intriga que transcurre en 1988 pero que nos remite al siglo XVII, cuando en España nunca se ponía el sol, e incluso a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el tono de fondo es desenfadado e irónico y, en ocasiones, hasta esperpéntico, cosa que se ve perfectamente al final de la novela cuando el Servicio de Inteligencia Británico trata de poner a salvo a Cristina y ésta tiene un sueño auténticamente delirante. Esta escena me ha gustado en especial, me parece un buen homenaje a
Eduardo Mendoza. También me recuerdan a los personajes típicos de este autor algunos de los que aparecen en tu libro, como Aurore Lambert, con su chándal de marca con tacones y pelo oxigenado, Charlie el libidinoso con su gabardina a flores y la espía flower-power con su furgoneta tuneada.
- A.E.: Lo has interpretado exactamente según la intención que yo tenía al escribirlo. Ese capítulo pretendía ser eso exactamente. Y no vas desencaminado cuando consideras que es un homenaje a Eduardo Mendoza, porque es uno de mis escritores favoritos. La primera novela que leí de él, "La ciudad de los prodigios", fue un libro que me fascinó, lo he releído varias veces y yo diría que él es uno de mis cinco escritores favoritos.
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B.M.: A lo largo de la novela confirmas una serie de tópicos sobre
Bruselas y los belgas en general, pero al final del libro te llevas la impresión de que Bruselas no es tan gris y aburrida como todo el mundo cree. ¿Estamos equivocados respecto a Bruselas o es la sociedad cosmopolita creada alrededor de las instituciones europeas la que anima la ciudad?
- A.E.: Yo creo que fundamentalmente es a causa de la existencia de esa comunidad cosmopolita. De todas formas, es una ciudad a la que le tengo mucho cariño, así que los comentarios ácidos o críticos que puedan haber hacia la ciudad son meramente irónicos, los hago desde el cariño. He vivido en Bruselas muchos años, le tengo mucho cariño y he sido muy feliz allí. Pero sí es verdad que, cuando llegas, pasa un poco lo de estas películas que están de moda ahora, como "Ocho apellidos vascos", "Bienvenidos al sur" o "Bienvenidos al norte". Se produce un contraste entre la forma de ser de dos culturas que, en teoría, son tan similares, aunque también tan distintas.
Para un español, sobre todo los que provienen de zonas tan luminosas como Valencia, el clima le llama la atención y le condiciona mucho. Allí el problema no es la lluvia, es la falta de luz. Quizás si eres de otras partes de España menos luminosas te choque menos, pero a mí era una de las cosas que más me chocaba y a la protagonista, que también es de Valencia, le pasa lo mismo. También llama mucho la atención el tema de los horarios, que en España es surrealista. Es el único país del mundo que mantiene estos horarios, aunque aquí la gente parece que lo lleva bien y chocaría mucho que a las seis de la tarde, como pasa allí, cerraran todas las tiendas y grandes superficies. Y, por otra parte, en el libro hablo por ejemplo de la lentitud con que los belgas hacen algunas cosas, todo esto es en realidad una serie de estereotipos novelados, hechos desde el cariño.
Pero lo cierto es que Bruselas no es una ciudad en absoluto aburrida y en ello tiene mucho que ver que hay una población cosmopolita, en muchos casos de paso, que tiene un cierto nivel económico y cultural y que hace que esta ciudad sea única en Europa. Es similar a lo que ocurre en Washington. Bruselas, por ser centro neurálgico de la Unión Europea y sede de la OTAN, aglutina a una población formada por mucha gente de paso vinculada al poder administrativo (diplomáticos, gente que trabaja en organizaciones internacionales, abogados de grandes bufetes, directivos de multinacionales, lobistas...) que no existe en ninguna otra ciudad del mundo. Hay un grupo de gente muy preparada y con cierta capacidad económica que, cuando no trabajan, cultivan sus inquietudes, sus gustos, y por eso hay tanto restaurante, cafeterías, museos... Hay una vida social muy intensa, paralela a una vida laboral intensísima.
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B.M.: Durante toda la novela juegas con la idea de que
Bruselas es una ciudad de paso, una ciudad para vivir unos meses pero no para echar raíces. Cristina llega a pensar “que la propia interinidad de la vida en la capital belga hacía que las relaciones humanas fuesen demasiado “superficiales”. En la novela hay personajes que no se quedan, aunque también hay otros que sí. ¿Si le das una oportunidad Bruselas puede ser un verdadero hogar?
- A.E.: Hay un momento de la novela en el que se comenta que Bruselas crea adicción, y es cierto. Es una ciudad muy particular. La primera reacción de los extranjeros que llegamos allí, sobre todo de los que venimos del sur, es quejarnos del clima horroroso y de todo lo que nos parece peor que en el lugar del que venimos, pero yo creo que es una reacción normal cuando vas a otro país, siempre hay cosas que te llaman la atención y cosas que te fastidian. Pero lo cierto es que te va creando adicción. El caso de gente que dice estar de paso, pero que con el paso de los años siguen allí e incluso pasan allí el resto de su vida, es bastante común. Hay miles de ciudadanos de distintos países que se quedan allí, aunque probablemente sigan renegando de la comida belga y del clima, añorando a su país, pero allí siguen y esto será por algo, sus razones habrá. El final de la novela es un homenaje a la ciudad de Bruselas.
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B.M.: La protagonista,
Cristina Vilanova, llega con una beca
Erasmus a Bruselas en un momento confuso y poco satisfactorio de su vida, con un futuro inmediato poco alentador. Su vida en Bélgica se anima personal y profesionalmente y además se ve envuelta en una trama apasionante. En el fondo de tu libro subyacería una invitación a cambiar de vida cambiando de aires. ¿Viajar está sobrevalorado o en realidad puede transformar tu vida?
- A.E.: En esto, obviamente, cada uno hace su propia opción vital. Yo lo aconsejo. Yo lo hice y a mí me completó como persona. No me refiero a viajar, hablo de vivir una temporada fuera de tu país, fuera de casa, conocer otras cosas. Conocer no sólo como turista, sino la experiencia de vivir en el extranjero. Yo creo que es muy importante. Yo tengo alumnos que tiene muy claro el camino inmediato que quieren seguir y esta puede ser una opción vital muy válida, pero hay otros que no lo tienen tan claro y yo a ellos les recomendaría que consideraran completar su formación académica, profesional y personal, con una estancia en el extranjero, mediante una beca Erasmus o un master. Es positivo porque te permite conocer otras cosas, te hace más tolerante. De todo se aprende y yo es una experiencia que recomiendo abiertamente.
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B.M.: Para Cristina sí tiene ese efecto.
- A.E.: Sin duda. Ella crece como persona en un año lo que, quizá, habría tardado mucho más tiempo en hacer si no hubiese pasado por una experiencia similar. Ella vive lo que para mí sería la experiencia Erasmus, que combina la parte académica con la profesional (en su caso consigue una beca Erasmus en la Universidad para estudiar durante unos meses y después vive también una experiencia profesional trabajando como "stagiaire" en una organización internacional). En su caso, además se ve envuelta en una intriga de detectives y de misterio nada convencional, se convierte en protagonista de una trama que sólo podía imaginar en las novelas que había leído, lo que le hace evolucionar todavía más como persona y potencia su vivencia en el extranjero.
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B.M.: Hablando de los "
stagiaires" tengo una curiosidad, ¿es verdad, como apuntas en tu libro, que organizan una fiesta cada semana?
- A.E.: Sí, esto era así y todavía se sigue haciendo. Las instituciones europeas ofrecen, probablamente dos veces al año, un contrato en prácticas de cinco meses a unos 500 recién licenciados de toda Europa. A los seleccionados se les llama "stagiaires" y lo de la fiesta semanal es una tradición, siempre se ha hecho así. Del mismo modo que en el Colegio de Europa, que se encuentra en Brujas y también sale en la novela, organizan las Fiestas de las Nacionalidades. Allí, aparte de las fiestas que puedan hacer, es una tradición que cada país organice su fiesta nacional, de hecho la protagonista asiste a una fiesta española en Brujas.
La experiencia Erasmus es muy completa, porque tienes que estudiar mucho, asistir a clase y examinarte en otros idiomas, adaptarte a costumbres diferentes, asumir el reto que supone enfrentarte a situaciones complicadas por primera vez en tu vida y sin el apoyo de tu familia, incluso a lo mejor sufrir por estar lejos de tu pareja; pero también es verdad que sueles hacer grandes amistades (porque el entorno lo permite, tienes que sustituir a tus familiares de alguna manera, con lo que haces amigos más rápido) y tienes una intensa vida social, porque estás solo en tu apartamento y, cuando llegas a tu residencia después de haber ido a clase o a estudiar, no te vas a quedar todos los días encerrado llorando la ausencia de tu familia, de tu novio o de tu novia. El instinto de supervivencia prima y sales, te reúnes con tus amigos, sales a tomar unas cervezas, conoces gente nueva, te enamoras otra vez... Hay tiempo para todo y es una experiencia muy completa.
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B.M.: Hablas en la novela de los esfuerzos en aquel momento de
Jacques Delors para “convertir Europa en un espacio donde mercancías, capitales, trabajadores y servicios circularan libremente sin importar su país de origen”, de una Europa en la que “los intereses colectivos prevalecieran sobre los nacionales”, de una
Europa con moneda única que convirtiera la CEE en una unión económica y monetaria. Después de veinticinco años, ¿qué queda de aquella euforia paneuropeísta? ¿Con la crisis económica ha ganado terreno el euroescepticismo?
- A.E.: Yo creo que no, de hecho yo soy un europeísta convencido y cualquiera que lea la novela puede ver que está escrita por una persona que cree en ese proyecto. Lo que pasa es que poner en marcha un proyecto de este tipo, en el que ahora hay 28 estados miembros, es muy complicado. En aquel entonces habían sólo 12 estados miembros (España y Portugal habían sido los dos últimos en entrar en la antes llamada Comunidad Económica Europea), con una cultura y una tradición bastante similar (la de Europa Occidental). Era más manejable. Por otra parte, también es verdad que en los años 80 se vivía un periodo de expansión económica, no como ahora, que se vive un periodo de crisis. Y además Jacques Delors fue un presidente casi mítico de la Comisión Europea que le dio una impronta personal al cargo y que supo enfrentarse con los egos de los primeros ministros y los presidentes de gobierno de los estados miembros.
En las instituciones europeas hay un equilibrio de poder: por una parte está la Comisión Europea de Asuntos Interiores, que trata de buscar el interés colectivo de toda la Unión Europea, y luego está el Consejo de Ministros de la UE, que lo que busca es defender los intereses individuales de cada uno de los estados. Ese conflicto entre la Comisión y los estados miembros a veces se salda a favor de unos y a veces de otros. En esa época la Comisión fue muy imaginativa, se plantearon retos de envergadura, y los estados miembros no pudieron evitar que la Comisión de Jacques Delors consiguiera ese objetivo. Y al conseguir ese objetivo se marcó después el de crear una unión económica y monetaria, que es la situación en la que estamos ahora. Ahora, quizás, los estados miembros son más reacios a darle ese margen de maniobra a la Comisión para que pueda ser tan imaginativa. La Comisión lo que está haciendo es gestionar una crisis lo mejor que puede. Además, es más fácil gestionar una UE de 12 estados que de 28, sobre todo porque en estas últimas ampliaciones se han adherido países que eran del antiguo bloque soviético, que tienen una tradición cultural y económica muy diferente a la nuestra y han tenido que ir poco a poco adaptándose.
Es un proyecto muy ambicioso, no existe algo similar en todo el mundo. Es un proyecto en el que de una manera pacífica soberanías con mucha tradición, prestigio e historia, que han estado en guerra durante toda la vida, deciden integrarse y ceder soberanía en favor de una organización internacional, en una serie de materias que además se van incrementando con el paso del tiempo. Es un proceso que ir engrasándolo poco a poco y yo creo que se está llegando. Pero también está el problema del déficit de comunicación. La percepción que se tiene en España o en otros países de que Europa es el problema y no la oportunidad quizás se deba a un problema de comunicación que tienen las instituciones europeas. Quizás en un momento de crisis como el actual se tiende a pensar más en esta idea, pero yo creo que hay que ser objetivos. Es cierto que en España la política de austeridad no es grata para nadie y en cierto modo viene marcada por la Unión Europea, pero ¿en qué situacíon nos encontraríamos si no nos hubieran marcado desde ningún sitio esta política de austeridad? Porque esto, a nosotros, de motu propio no nos nacía hacerlo. También hay que ser objetivo y ver cómo ha cambiado España para bien desde hace 25 años, no hay más que ver las carreteras, las autopistas, los ferrocarriles... Aunque estemos en una época de crisis esas infraestructuras persisten y eso se ha hecho, en parte, con las contribuciones de la UE.
Yo entiendo a los euroescépticos, porque creo que la UE no ha sabido transmitir lo mucho que ha hecho en favor de la paz, de la prosperidad, y el ciudadano puede llegar a pensar que se está hablando únicamente de una integración económica y comercial, donde lo que priman son los intereses de las grandes empresas, pero no es cierto. Sí que es verdad que en un principio, en los años 50, se hizo una integración sectorial por interés comercial, aunque la integración política era un interés futuro, pero con el paso del tiempo empezó a cobrar mayor fuerza la Europa de los ciudadanos. Aunque también es cierto que la crisis económica ha coincidido con un momento en que la Europa económica y monetaria no estaba del todo consolidada y nos ha pillado a contrapié. Pero no es la primera crisis por la que atraviesa el momento de integración europea, ha habido crisis muy graves (quizá no desde el punto de vista económico, pero sí desde otros puntos de vista) y Europa ha sabido salir adelante. No olvidemos la envergadura del proyecto que se está intentando poner en marcha, que es enorme y que nos ha permitido disfrutar de 50 años de paz en Europa.
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B.M.: Simplemente por esa estabilidad geopolítica, por esa paz conseguida, ya valdría la pena. Nunca ha habido un periodo tan largo sin guerras en Europa.
- A.E.: Claro, pero no sólo eso. Si somos objetivos y miramos fuera de la UE, encontrar un espacio en el cual haya unos niveles de democracia, de calidad de vida, de bienestar, de solidaridad interterritorial, de asistencia social como hay en Europa, es imposible.
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B.M.: Me gustaría hacerte una pregunta de tipo metaliterario. Virginia Woolf decía que ser lector es el único camino para llegar a ser escritor. ¿Crees que la lectura atenta, apasionada, personalísima de los textos es lo que te hace aprender a escribir? ¿La
lectura es la verdadera escuela de la escritura?
- A.E.: En general no lo sé, a mí me ha ayudado muchísimo. Yo he leído siempre, empecé a leer desde muy pequeño y además he leído de todo. Me ha llamado siempre la atención el arte de juntar palabras, en todo tipo de contextos, no solamente en la ficción, sino en mensajes publicitarios, discursos, poemas... También me gusta mucho el comic, he leído muchos comics en mi juventud. No considero que mi formación como escritor se base fundamentalmente en la lectura de los grandes clásicos de la novela histórica, o contemporánea, que también la he leído, pero no solamente se basa en esto. Mi interés por escribir ficción proviene del hecho de que me ha gustado siempre leer mucho y he sido una persona atenta a lo que he leído. Me gusta fijarme en el estilo, en el mensaje, en el contenido. Y aparte, al haber leído tanto durante la infancia y la adolescencia, te acostumbras a inventarte historias. Yo descubrí las grandes historias clásicas con 12 ó 14 años, a través de esas ediciones ilustradas de Bruguera que incluían viñetas y que me permitieron acercarme a textos a los que en esa época no me habría acercado por su complejidad. Y después de esto, he seguido leyendo. Antes hemos citado a Eduardo Mendoza, que es uno de mis escritores de referencia. He leído casi todas sus novelas y su estilo narrativo me gusta mucho. La verdad es que, en mi caso, el hecho de escribir proviene sin ninguna duda de la afición que he tenido por leer.
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B.M.: La mayoría de escritores que conozco, bien porque me lo han comentado o bien porque lo han dejado escrito, dicen que fundamentalmente se sienten lectores que ocasionalmente escriben. Y casi todos reconocen que, más que los talleres literarios o los cursos de literatura, lo que les ha formado como escritores ha sido básicamente la
lectura.
- A.E.: Yo también creo que es así, aunque por otra parte todo tiene su técnica. No es lo mismo escribir poemas que escribir relatos o una novela, entre otras cosas por el tono y por la estructura. Y toda técnica se puede depurar. Esta técnica la puedes haber adquirido de una manera automática, leyendo por tu cuenta (y eso siempre ayuda), pero también puedes aprenderla a través de talleres, manuales, o de una lectura crítica que puedes hacer de textos de compañeros de profesión, que también han escrito y puedes leerlos con ellos y aprender juntos. No hay duda de que toda técnica puede mejorarse y creo que, para toda persona que quiera escribir, es importante trabajarla mucho, aunque luego cada uno tenga su estilo. No es fácil definir bien los personajes, ni mantener viva la atención del lector, y hay técnicas con las que esto se puede aprender. Pero, sin duda, en mi caso concreto, ha ayudado el hecho de haber leído mucho, desde muy temprano y una gran variedad de textos.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Alfredo Escardino el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la Dirección del Hotel Astoria de Valencia el haber cedido un espacio ideal para esta conversación y a la editorial
Funambulista por haber hecho posible este encuentro.