El escritor sevillano
Isaac Rosa ha publicado las novelas "La malamemoria", posteriormente reelaborada en "¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!", "El vano ayer", que fue galardonada en 2005 con el Premio Rómulo Gallegos, el Premio Ojo Crítico y el Premio Andalucía de la Crítica; "El país del miedo", reconocida por los editores con el Premio Fundación J. M. Lara como mejor novela del año; "
La mano invisible", "La habitación oscura", Premio Cálamo, y "Feliz final", todas ellas publicadas en Seix Barral. Columnista de prensa, es también autor de guiones de cómic, novelas juveniles y libros de relatos, entre los que destaca "Tiza roja". Su obra ha sido traducida a varios idiomas y llevada al cine en tres ocasiones.
Bruno Montano ha tenido el placer de conversar con él sobre "
Lugar seguro",
Premio Biblioteca Breve 2022, "una novela que atrapa e incomoda y que refleja desde la ironía y la controversia el momento de incertidumbre de la sociedad actual. Lugar seguro se desarrolla durante veinticuatro horas en las que acompañamos a Segismundo en sus visitas comerciales y en su particular búsqueda de un tesoro que podría resolver los problemas familiares. En su recorrido, confronta su visión pesimista y sarcástica con la de algunos colectivos que con sus acciones defienden que un mundo mejor es posible" (
editorial Seix Barral).
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Bruno Montano,
Trabalibros (B.M.): Yo dividiría tu obra en dos grandes partes: la primera lo que podríamos llamar ciclo de la memoria o ciclo del pasado, con “La malamemoria”, ”El vano ayer” y “¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!”, parte que estaría presidida de algún modo por Juan Goytisolo –“Señas de identidad” sería el libro que marcaría esta primera parte- y una segunda parte, compuesta por todas las novelas a partir de “El país del miedo” y en la que se incluiría “
Lugar seguro”, a la que yo he bautizado con el nombre de “realismo alegórico”, en el sentido en que desplazas la realidad a un punto diferente, las sacas de su contexto, para poder ver cosas que no se pueden ver desde el punto de vista convencional. El prólogo a “Tiza roja”, que es una recopilación de cuentos tuyos espigados de tus publicaciones en prensa, lo titulas “Cincuenta intentos por contar lo que nos pasa”. Yo creo que en este título nos das una pista sobre lo que pretendes con tu obra, que no es más que contar lo que pasa, lo que nos pasa como seres individuales y como seres colectivos.
- Isaac Rosa (I.R.): Sí, no sé si lo llamaría alegórico o no, pero entiendo lo que quieres decir. Siempre hay un intento de coger ciertos asuntos, ciertos temas, ciertos conflictos, y mirarlos desde otro lado distinto al habitual, distanciándome un poco de ciertas formas de realismo social, que es un tipo de realismo que pone más el foco en el tema y que suele tener un acercamiento más documental, más testimonial, muchas veces más periodístico que literario.
A mí me interesa otro tipo de realismo literario que busca precisamente esa mirada esquinada, esa mirada extraña, esa mirada lateral, que sirve para lo que tú has dicho muy bien: para mirar de manera diferente, para mirar de manera extraña, para desnaturalizar. Porque uno de los problemas a los que yo me enfrento como escritor y como ciudadano es el cómo naturalizamos todas las realidades sociales, económicas y políticas, cómo hemos naturalizado el sistema capitalista en el que vivimos hasta creer que no hay otro posible. Eso que se llama, siguiendo a Mark Fisher, el “realismo capitalista”, esa idea de que no hay alternativa, de que no hay posibilidad, ya no de poner en marcha, sino ni siquiera de imaginar otras posibilidades.
Eso conlleva dos movimientos: por una parte ese bloqueo de la imaginación; por otra el considerar la realidad como algo natural, como el aire que respiramos, que es algo inamovible contra lo que no merece la pena intentar nada. Yo siempre intento la estrategia de ver de forma extraña lo que nosotros ya hemos normalizado, naturalizado. Y a veces para hacer esto necesito sacar de contexto, sacar de lugar, poner bajo otro foco. Seguramente el mejor ejemplo de esto es ”La mano invisible”, lo que podría haber sido una novela sobre trabajadores, sobre el mundo laboral, sobre una empresa, lo que hice fue coger a los trabajadores y sacarlos de su espacio natural de la empresa, de la producción, de las relaciones laborales tal y como las entendemos, y colocarlos bajo otra luz, en este caso literal, la luz de un foco de un escenario, para pensar de otra manera sobre el trabajo. Siempre hay un intento, como digo, de romper con esos ejercicios de naturalización, que al final nos llevan a aceptar que no hay otra posibilidad.
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B.M.: Claro, pero en esta novela has rizado el rizo, porque no solo has cambiado de lugar la realidad sino de tiempo, has roto el cronotopo y te has ido al futuro para explicar el presente.
- I.R.: Sí, dentro de esos dos bloques en los que tú has dividido mi obra yo diría que en los últimos tiempos, como en esta última novela o en los últimos cuentos, se da un giro hacia otra mirada en mi literatura, que es ir más allá en lo que hasta ahora podía ser un ejercicio de crítica política, social, literaria, e incluso social, para pasar a otra parte que no solo incluye criticar sino pensar en alternativas e imaginarlas.
Tiene que ver con un ejercicio que a mí me interesa mucho y sobre el que llevo mucho tiempo leyendo y escribiendo, que es el de la imaginación política. Lo que me comentabas antes de contar lo que nos pasa me estaba recordando a un curso al que asistí aquí precisamente en Valencia, en el IVAM, que trataba de diferenciar entre qué es lo que pasa y qué es lo que nos pasa; era un curso precisamente sobre lo que estamos hablando, sobre formas de imaginar la realidad y su alternativa. Y todo esto tiene que ver con un libro que me he traído, titulado “Cultura e imaginación política”, editado por Jaume Peris, que es un profesor de la Universidad de Valencia, en el que también participan otros profesores universitarios valencianos. Hay un grupo de pensamiento aquí en Valencia que gira en torno a este libro y a otras publicaciones, al curso del IVAM y a otras iniciativas parecidas, que están pensando precisamente en ese concepto que a mí me interesa mucho de imaginación política, es decir, cómo desde la ficción se puede contribuir a la imaginación como sociedad, a que seamos capaces de romper con esa idea que tenemos preconcebida y te imaginar no te digo ya otro futuro sino otro presente, otra forma de funcionar como sociedad; dentro del bloqueo en el que estamos ya no es que no lo intentemos o que no lo propongamos, es que ni siquiera somos capaces ya de imaginarlo.
En alguno de mis cuentos anteriores ya había algún ejercicio de imaginación política, de proponer otras formas de protesta, de activismo y de resistencia, incluso en mi novela anterior, “Feliz final”, había una subtrama a modo de ejercicio modesto de imaginación política, que hablaba de una huelga de colaboradores freelance de prensa -que eso no solo es imaginativo sino fantasioso, pensar que los freelance vamos a ser capaces de sindicarnos e incluso organizar una huelga-. Pero en “Lugar seguro” sí he querido pensar en ese futuro en una clave diferente a la que habitualmente estamos acostumbrados a pensar el futuro en la ficción, que siempre es distópico y negativo, sin irme al extremo contrario de futuro utópico, pero ficcionando un futuro que deje la posibilidad de abrir otra vía, que exista una posibilidad de cambio, de transformación. Lo que pasa es que la novela, sin ser distópica, está contado por un distópico, alguien que no cree en las posibilidades de cambio, de transformación.
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B.M.: Pero tampoco es una novela utópica. A pesar de que los protagonistas presentan proyectos alternativos de organización a la realidad presente tampoco es una utopía al estilo de “
La isla”, de
Huxley.
- I.R.: No, yo no quería escribir una utopía, ni irme a un futuro en el que de repente han triunfado ciertas propuestas y se han resuelto ciertos asuntos, yo quería situarme en ese momento inicial en el que se puede producir un giro, un cambio, en el que a lo mejor se abre una alternativa -que es posible que no lleve a ninguna parte y que se quede en nada al final y que, como dice de forma burlona Segismundo, uno de los personajes del libro, al final se acabe convirtiendo en la revolucioncita de cada generación-, pero a lo mejor resulta que no, que hay algo más que Segismundo no quiere que veamos y no nos está contando y a lo mejor hay un potencial de transformación que podría llegar a algo más. Abrir una alternativa, por modesta que sea, que está todavía en ciernes, a lo mejor no llega a ninguna parte pero está todavía hay, como posibilidad. Porque si no, frente a esa posibilidad que se abre como alternativa muy tímidamente, lo que nos proponen el sistema y los Segismundos es el búnker, el sálvese quien pueda. Y entonces, entre esos dos mundos, ¿qué hacemos? ¿Qué futuro pensamos?
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B.M.: Ese es el eje temático principal de “
Lugar seguro”. Me ha encantado el narrador que creas, cínico, descreído, con un manejo de la ironía fantástico, y que entra en tensión con unos grupos, los ecomunales como tú les llamas, que precisamente representan la fórmula de salvación colectiva frente al modelo de salvación individual que representan los survivalistas, que se construyen búnkers para salvarse ellos solos.
- I.R.: Claro, yo quería presentar esa posibilidad alternativa, pero quería que fuera por un lado una alternativa con los pies en el suelo, realista e incluso pragmática, porque yo creo que los ecomunales de mi libro practican cierto pragmatismo utópico ya que no renuncian a cierto pensamiento utópico sobre cómo transformar las cosas, pero se basan en el hacer cosas aquí y ahora, en tu barrio y en tu entorno, para cambiar realidades. Tratan de hacer algo pragmático partiendo de realidades que ya existen, en ese sentido no hay nada inventado en la novela, no hay fantasía política porque todo lo que los ecomunales proponen se está haciendo ya por parte de activistas, lo que pasa es que se está haciendo a pequeña escala y yo lo llevo a otro nivel y les hago llegar más allá.
Quería hacerlo así, pero además quería verlo a través de los ojos de un Segismundo, porque tampoco quería hacer de la novela un panfleto sobre ciertas propuestas, ni idealizarlas, ni caer en la ingenuidad. Necesitaba un narrador como él y eso lo que consigue es que el lector se pregunte y sea el que decida cuánto hay de interesante en las ideas de los que él llama “botijeros”, si realmente Segismundo nos está contando la realidad y está siendo muy crítico y hasta lúcido en todo momento o si nos está vendiendo también un búnker a nosotros y nos está contando que eso no va a ninguna parte porque él es de los del sálvese quien pueda. Hay lectores que van a pensar, como ya me ha dicho alguno, que esto es una novela distópica más, y hay quienes van a pensar lo contrario, que también me lo han dicho, que esto es una novela botijera, que en realidad usa a Segismundo para presentar una realidad que él cuenta en negativo pero que aparece como la mejor alternativa.
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B.M.: Yo creo que no es ninguna de las dos, pero sí hay cierto aire de familia con ambas, sin llegar a ser plenamente ninguna de ellas. La lectura que yo he hecho de esta novela es la siguiente: he leído este libro como una continuación de tu novela “El país del miedo”, donde contabas muy bien cómo se nos inocula el miedo, el miedo líquido, y cómo éste va extendiéndose narrativamente. En “
Lugar seguro” este miedo ya está extendido y ahora lo que hay que hacer es vender seguridad. Un fragmento que a mí me parece muy indicativo de esto es cuando Segismundo reúne a sus vendedores y les dice: “este producto no va de vender miedo, sino seguridad. El miedo ya lo tienen, lo mastican, lo respiran, duermen abrazados a él”.
- I.R.: Y Segismundo no lo llama a búnker, lo llama lugar seguro, porque sabe que es una forma de vender en positivo. De hecho, en la novela solo hay una de las personas a las que él le ofrece el búnker que le pregunta para qué lo necesita.
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B.M.: Una mujer embarazada.
- I.R.: Eso es. Nadie lo pregunta porque todo el mundo da por hecho que necesitamos un búnker. Lo compre o no lo compre, todo el mundo da por hecho que lo necesitamos. La novela ha salido en un momento en el que estamos en plena guerra de Ucrania, con el presidente Biden pronunciando las palabras Tercera Guerra Mundial y hablando de alarma nuclear y lo que me ha pasado es que yo, hace tan solo un mes, pensaba que cuando saliera la novela los lectores me iban a preguntar, como hacía la embarazada, para qué necesitamos un búnker. Y de pronto me encuentro que, como los clientes de Segismundo, nadie me pregunta ya para qué necesitamos un búnker, porque todo el mundo da por hecho que en algún momento necesitaremos uno en el futuro.
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B.M.: Se dice que escribes una literatura social, política, crítica, comprometida, y creo que en gran parte tienen razón. Pero a mí, lo que fundamentalmente me gusta de tus libros, es que escribes una literatura no complaciente con el lector. A mí me gustan los libros que me incomodan. He seleccionado una poética de
Agustina Bessa-Luis, que es una escritora portuguesa fabulosa, que cuando le preguntaron para qué escribía respondió: “Escribo para incomodar, desengañar y conmover”. En definitiva, para quitar el miedo. Yo creo que tú firmarías esta poética.
- I.R.: Sí, aunque eso siempre tiene el riesgo de que si incomodas mucho al lector, al final el lector se va [risas]. Pero sí es verdad que los lectores tenemos -y yo me incluyo- una tendencia acomodaticia, nos acomodamos a lo que leemos y hasta con las lecturas aparentemente más incómodas, que más nos interpelan o que más nos duelen, acabamos encontrando desde donde leer para salir ilesos, para que no nos duela.
En mis libros sí hay un propósito de incomodar, no te molestar por molestar, pero sí de moverle un poco el sillón al lector y en esta novela también, evidentemente, porque de lo que se trata es de presentarle una visión del mundo sobre la que uno puede sentir rechazo en algunos momentos por lo que dice, en otros momentos puede sentir rechazo porque se identifica con lo que se dice y no le gusta porque no le gusta reconocerse en Segismundo, la incomodidad de ver cómo sacamos al Segismundo que llevamos dentro. Por ejemplo, cuando él se burla de los botijeros, puede recordarnos a cuando alguien ha planteado ciertas alternativas o ha planteado ciertas cosas y enseguida nos ha salido a todos cierto cinismo, diciendo que eso no va a ninguna parte. Todos en algún momento tenemos algo de Segismundo y esto nos puede incomodar.
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B.M.: Yo pienso que a medida que vas leyendo el libro vas basculando: a veces estás con Segismundo, a veces con los ecomunales…
- I.R.: Claro, yo quería un narrador a la contra, que nos esté contando la realidad desde su óptica, desde su punto de vista y desde su ideología, pero quería que fuera un narrador complejo, inteligente además, no quería a un hombre de paja para presentar yo a los ecomunales que sirviera para cargar las tintas y que de rebote el lector los valorara. Yo quería un narrador que no fuera un títere y que tuviera argumentos inteligentes que en un momento dado nos pudiera incluso convencer. Podemos estar de acuerdo en muchas cosas con él, pero puede poner el dedo en ciertas llagas igualmente. Puede estar equivocado en muchas cosas, pero como se dice, incluso un reloj parado da la hora exacta dos veces al día y él tiene muchos momentos en los que da la hora.
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B.M.: A mí me suelen gustar mucho tus narradores. El narrador de “El vano ayer” me impresionó: es un narrador que interrumpe la narración, que habla mal del autor, que interpela al lector… me recordó a los narradores de
Victor Hugo, que de repente se metían por en medio, interrumpían y daban su opinión sin venir a cuento. También me interesan mucho todas las rupturas formales que haces en este libro, incluso metes textos sinópticos tipo bíblico en paralelo. Yo entiendo que haces una especie de uso político de la forma, impugnas la forma convencional como paso previo a impugnar el orden social, el orden político…
- I.R.: Claro, es que ese acomodarse que estábamos hablando de la lectura pasa también por una comodidad formal, por seguir leyendo y seguir escribiendo también un tipo de literatura convencional vieja muchas veces, un tipo de literatura por la que parece que no han pasado los dos últimos siglos de innovaciones formales, una literatura que parece estar escribiendo desde ese pasado y que no es más que un pastiche. Como bien dices, esa impugnación al orden político, al orden social, tiene que empezar también por el orden formal, porque además todo sistema político y económico tiene por debajo también un sistema formal que lo sostiene, que es el que construye ese imaginario.
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B.M.: Para esta novela has elegido una narración, como tú llamas, circadiana, al igual que los ritmos biológicos que duran 24 horas. Aunque en realidad el tiempo narrativo es circadiano, pero el tiempo real o cronológico son algo más de dos horas, según explica el narrador al final. Al principio la novela parece una falsa carta al padre, que no es una carta porque es oral; también es un falso monólogo, porque en realidad hay un interlocutor; también es un falso diálogo o una falsa conversación porque, aunque existe el interlocutor, éste se encuentra en un estado de demencia senil y no contesta…
- I.R.: Claro, lo que estamos leyendo o escuchando es el monólogo que Segismundo le dirige a su padre al final del día en el que recuenta todo lo que ha pasado durante el día, pero no deja de ser un discurso que no va dirigido a nadie, porque él se lo está dirigiendo a un padre que ya no escucha y que no entiende, en realidad está hablando para sí mismo. Él cree que está acusando al padre pero también sabe que el padre ya está absuelto, que no tiene culpa, porque está enfermo y porque no le entiende. Y todo ese largo discurso es un intento por resistirse a aceptar eso, que su padre ya no es el padre al que puede acusar, reprochar y echarle en cara que le ha desheredado en vida. Y de alguna manera, según va avanzando el discurso, también se va apaciguando, se va rindiendo, va aceptando la realidad y va frenando esa huida hacia adelante en la que él se encuentra también.
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B.M.: Ese es el otro gran eje temático de tensión, la relación entre las tres generaciones, entre Segismón, Segismundo y Segis, cuya relación parece a veces más empresarial o económica que sentimental.
- I.R.: Sí, son tres generaciones que no consiguen relacionarse como padres e hijos, eso es verdad. Él y su padre se han relacionado como el presidente y el director operativo de una empresa y él y su hijo se han relacionado como una especie de prácticas de tutorías empresariales, cubriendo además a su hijo en sus negocios. Es una familia que arrastra un lastre de déficit afectivo, él mismo reconoce que no se tocan nunca, tienen incluso esa incapacidad del contacto físico, de no tocarse la mano, de besarse… Además entre ellos hay un fondo de rencor y también hay algo que tiene mucho de vieja masculinidad en las relaciones entre hombres incluso de la misma familia.
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B.M.: Porque tú has colocado en el lado cínico a los tres hombres, pero en el lado soleado, en el lado de la solución colectiva, a las tres mujeres principales: Mónica, Gaia y Yuliana. De algún modo tu libro sugiere que la salvación llegará desde el lado femenino.
- I.R.: Sí, hay alguien incluso que me lo ha reprochado porque le gustaría que hubiera puesto a algún hombre en el otro lado también. Yo por un lado quería marcar de modo muy claro a estas tres generaciones de hombres y esa forma de masculinidad ya pasada, pero que todavía está presente en muchos de ellos, y Por otro lado quería subrayar la condición de mujer de estos tres personajes.
Quería reconocer no solo el potencial que ha representado el feminismo en las últimas décadas, sino lo que yo he visto por mi propia experiencia en ciertos activismos donde lo que más hay son mujeres o el papel fundamental lo tienen ellas. Sobre todo en los dos activismos a los que más me he asomado en los últimos años: la lucha contra los desahucios, donde eran las mujeres las que daban el paso de ir a la asamblea cuando las iban a denunciar y no los hombres, que tenían una especie de vergüenza de contar lo suyo, pero también las que luego se quedaban de activistas, las que dirigían la asamblea, las que se quedaban allí… ahí lo he visto, pero luego lo he visto también entre gente más joven en todas las luchas de los jóvenes contra el cambio climático que habían justo antes de la pandemia, en los Friday for Future y Greta Thunberg, que yo conocí por mi hija mayor que estaba ahí metida y sobre todo veía a chicas jóvenes involucradas y que era también cuando salían todos los Segismundos en las tertulias, en el Congreso, y también todos los Segismundos que llevamos dentro burlándonos de las niñas estas que van a parar el planeta.
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B.M: Pero “
Lugar seguro” al final no es una novela desesperanzada, porque en el muro cínico que representan las tres generaciones de hombres se abre al final una pequeña fisura en la que puede crecer esa planta nueva.
- I.R.: Claro, la novela será tanto o más esperanzadora cuanto menos le compremos el discurso a Segismundo. Lo que pasa es que habrá lectores que hagan una lectura literal de Segismundo, lo den por bueno y le compren el búnker. Y además identifiquen a Segismundo con el autor y piensen que soy yo el que estoy vendiéndole esa visión y habrá lectores que a lo mejor comiencen dudando y acaben rechazando esa mirada de Segismundo y acaben leyendo a la contra, dándole una vuelta a su lectura.
Hay algún momento de inflexión en la novela en el que puedes dudar y puedes pensar que también los botijeros te están vendiendo su botijo, del mismo modo que Segismundo te intenta vender su búnker, pero quizás hay algo más ahí, quizás tengan algo de razón y el problema sean los Segismundos que lo van a hacer imposible. La pregunta final es si lo que tenemos por delante son los búnkers, el sálvese quien pueda, o la última alternativa, que no es de futuro sino que ya existe porque hay gente que lo está haciendo. Si directamente la rechazamos, la caricaturizamos, estamos imposibilitando la alternativa.
No tenemos en el horizonte ninguna esperanza, ninguna revolución que vaya a venir a cambiarlo todo. Para la revolución también somos cínicos, también haríamos enseguida burla de ella. Tampoco parece que confiemos demasiado en el cambio político desde las instituciones porque estamos en un momento de retrocesos, de repliegue. Entonces, ¿cuál es la alternativa? ¿Conformarnos con el búnker? O a lo mejor, incluso criticando a ciertos activismos tienen razón en lo que necesitamos no son bunkers, lo que necesitamos son reconstruir formas de seguridad comunitarias que se pueden hacer por ese camino o por otro, pero por algún lado hay que buscarlas.
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B.M.: Para acabar me gustaría comentarte un tema. Te he oído a veces hablar sobre la crisis de la novela, no porque no se escriban novelas de calidad, sino porque la función de la novela frente a otras formas de narración está un poco en decadencia.
- I.R.: Sí, ese es un tema que cultivamos hace años, cuando se hablaba mucho de las novelas de la crisis en los años 2007 y 2008 y posteriores. Cada cierto tiempo salía un reportaje sobre novelas de la crisis y siempre metían a los mismos autores: metían a Chirbes, a Belén Gopegui, me metían a mí…
Era una nómina muy breve de autores y yo, en una mesa redonda, quise darle la vuelta para, en vez de hablar de novelas de la crisis, hablar de la crisis de la novela, de la crisis de la literatura. Por un lado, por la incomparecencia de la literatura a la hora de representar esta realidad que nos acabó llevando a la crisis, es decir, por su incompetencia durante muchos años, y por la incapacidad también de la literatura para contarnos lo que nos pasa, como decíamos antes, para poder imaginar otras alternativas. Pero por otro lado, también en relación con eso, por la propia crisis de relevancia de la literatura. La literatura estaba dejando de ser relevante a efectos de la sociedad a la que se dirige. Sin idealizar el pasado, es decir, no es que antes las novelas hablaran a la comunidad y ésta recibiera las novelas de este modo, pero sí es cierto que las novelas habían perdido cierto lugar.
Yo eso lo matizaría bastante durante este último año, porque es verdad que ha habido mucha más literatura en los últimos años que mira de otra manera la realidad, que tiene esa mirada crítica. Pero están haciendo muchos autores jóvenes, que han nacido en los 80 o en los 90 y están haciendo incluso el género que parecía más alejado de la realidad, que era la autoficción. La primera autoficción de hace años, que era autoficción de escritores que hablaban de sí mismos, de lo que estaban escribiendo, de su familia y sus problemas sentimentales y parecía que estaban fuera del mundo, y de pronto en los últimos años hay mucha autoficción precaria de gente joven que está escribiendo sobre sus vivencias precarias. Y yo creo que ahora matizaría mi opinión de hace 10 años, porque sí hay más literatura política también, y eso facilita cierta relevancia de esa literatura que también encuentra interlocutores. Ese tipo de autores sí están encontrando ese público, están encontrando seguramente a sus coetáneos, a sus contemporáneos, que se sienten igual, que también participan de esa precariedad y que están encontrando reflejo en esas novelas.
Desde
Trabalibros agradecemos a
Isaac Rosa el tiempo que nos han dedicado y su amabilidad al contestar nuestras preguntas. Agradecemos también a la editorial
Seix Barral el haber hecho posible este encuentro.