Trabalibros entrevista a Fernando J. López, autor de "Las vidas que inventamos"

martes, 30 de abril de 2013
"El autoengaño es el primer paso hacia el conformismo y el conformismo es siempre una derrota vital. No creo que podamos resignarnos a ser menos de lo que queremos ser. Ni a vivir menos de lo que queremos vivir".
Fernando J. López es novelista, dramaturgo y profesor de Literatura. Su primera novela, titulada "In(h)armónicos", recibió el Premio Joven & Brillante. A ésta le siguieron "La inmortalidad del cangrejo", "El reino de las Tres Lunas" (dirigida al lector juvenil) y "La edad de la ira" (tercer finalista del Premio Nadal 2010).

Las vidas que inventamos (Fernando J. López)-TrabalibrosTrabalibros ha tenido la oportunidad de entrevistarle sobre "Las vidas que inventamos" (editorial Espasa), el último de sus libros hasta el momento, "una novela sorprendente en la que se retratan, con agudeza e ironía, las contradicciones de la vida contemporánea".

- Trabalibros (T.): Gaby, la heroína de la “Las vidas que inventamos”, la Emma Bovary 2.0, a lo largo de la novela evoluciona saludablemente hacia la verdad y hacia el encuentro profundo consigo misma, mientras que Leo, su marido, se afianza en la mentira, en el silenciamiento de su conciencia y en la manipulación egoísta de su entorno. En líneas generales y sin querer manejar estereotipos sexistas, ¿está mejor dotada la mujer para conseguir el éxito en materia de crecimiento personal?
 
- Fernando J. López (F.J.L.): No creo que sea una cuestión de género, sino de personalidad. Sí es cierto que creo que la mujer destaca por su valentía a la hora de enfrentar sus emociones y su conocimiento de sí misma –y de quienes la rodean-, pero en realidad, tanto en mi literatura como en mi forma de ver la vida huyo de las etiquetas que nos califican de  un modo u otro según nuestro sexo u orientación. El hecho de que Gaby sea quien apuesta por el autodescubrimiento y Leo, por encerrarse en su mentira, tiene más que ver con su pasado y con su carácter –por eso son tan importantes los capítulos en los que se construye su mundo familiar- que con el hecho de ser mujer u hombre.
 
- T.: Leo califica a su mujer Gaby como de “una yonki tecnológica integral”. ¿De qué manera crees que las nuevas tecnologías informáticas, sobre todo las redes sociales, están influyendo en las relaciones personales y en nuestros hábitos de comunicación?
 
- F.J.L.: Hemos cambiado nuestro modo de comunicarnos: ahora mismo preferimos ser emisores a receptores, pues estamos acostumbrados a poder lanzar cualquier mensaje en múltiples foros. De repente, no importa tanto lo que nos dicen como lo que nosotros decimos, y atestamos de palabras nuestros muros de Facebook, nuestras cuentas de Twitter, el Whatsapp ajeno o incluso ha regresado –y con fuerza- el fenómeno de los blogs. Todo ello es positivo, pues nos permite interactuar, pero creo que estamos generando cada vez más monólogos y, por tanto, más ruido. Necesitamos recuperar la escucha y construir mensajes a partir de lo que otro nos dicen y aportan, no atendiendo únicamente a nuestro propio yo.
 
- T.: En un momento dado, uno de los personajes principales de tu novela afirma que “todo podría ser casi perfecto si la realidad no se empeñase en hacerse presente”. Un exceso de realidad nos vuelve cínicos y calculadores y un abuso de la fantasía pueriles. ¿Dónde estaría el término medio aceptable, la equidistancia idónea entre realidad y fantasía?
 
- F.J.L.: En la lucha por convertir que esa fantasía se haga realidad. Mientras seamos conscientes de que no podemos conformarnos con una realidad tan mediocre y deshumanizada como la que hoy vivimos estaremos en una posición que nos permita seguir luchando por la utopía y, a la vez, no dejarnos llevar por una dosis de ilusión sobredimensionada que pueda generarnos una eterna insatisfacción. La novela apuesta por la necesidad de reinventarnos, de construirnos, y para ello es preciso recuperar nuestros sueños y tratar de ser coherente con ellos y con nuestros principios. Si tengo que elegir, entre la realidad y la fantasía, prefiero la segunda: el mundo jamás ha progresado gracias a los realistas, sino a los soñadores.
 
- T.: En “Las vidas que inventamos” hay dos narradores alternos, que van intercalando la información. ¿Crees que esta estructura narrativa favorece la formación de un juicio imparcial y objetivo por parte del lector, que cuenta así con dos fuentes diferentes y a veces contrapuestas?
 
- F.J.L.: Esa es la idea de la novela. Cuando comencé a escribir esta historia sabía que no podía recurrir a un único narrador, pues estaría negando a mis personajes la opción de explicarse a sí mismos. No quiero posicionarme ante ellos, sino dejar que sea el lector quien les vea y tome sus propias decisiones. Por eso tanto Gaby como Leo tienen sombras y luces, y por eso no hay una moraleja en el texto: no soporto la literatura moralista ni la que subestima al lector. Creo en la novela que se construye con la lectura y que otorga a quien la lee un papel activo y protagonista, dejando que sea quien juzgue o no lo que tiene ante sí.
 
Fernando J. López- T.: El psicoanalista Alfred Adler decía que una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa. Los protagonistas de "Las vidas que inventamos" viven inmersos en una red de mentiras y verdades a medias por miedo a afrontar la triste verdad de sus vidas. ¿Crees que las vidas que inventamos son un mecanismo de defensa frente a la vida real? ¿La doble vida siempre es una falta de coraje?
 
- F.J.L.: La doble vida es, a menudo, una táctica necesaria para no afrontar la realidad en toda su dimensión. Si fuéramos conscientes de la verdad al cien por cien en cada segundo de nuestra existencia, estaríamos abocados a una angustia permanente, así que es normal que inventemos máscaras para asumir determinadas facetas y circunstancias. El problema es cuando esas máscaras se convierten en nuestra auténtica piel, porque entonces –como les sucede a Leo y a Gaby- perdemos nuestra identidad real y dejamos de saber quiénes somos. El autoengaño es el primer paso hacia el conformismo y el conformismo es siempre una derrota vital. No creo que podamos resignarnos a ser menos de lo que queremos ser. Ni a vivir menos de lo que queremos vivir. Al menos, merece la pena intentarlo, ¿no?
 
- T.: ¡Conócete a ti mismo! Este era el mandato délfico en el que residía la clave de una existencia feliz para los antiguos griegos. Pero conocerse a sí mismo no es nada fácil, como bien reflejan los personajes de tu novela. Lo que creemos ser, lo que queremos ser, lo que creen que somos, lo que quieren que seamos, son todas formas que enmascaran nuestra identidad. ¿Crees que es posible llegar a saber quiénes somos? 
 
- F.J.L.: Es siempre un viaje, por eso esta novela está llena de acciones y de capítulos breves y rápidos, porque quiero representar en su estructura y en su ritmo esa velocidad del día a día que nos impide conocernos y  nos lleva, a veces, a destinos inesperados. Pero sí que podemos hacer un alto en ese camino y ver quiénes somos o, al menos, quiénes estamos siendo... La identidad es siempre algo en construcción o, al menos, debería serlo. Por eso es preciso plantearnos preguntas y analizarnos, porque no podemos comunicarnos con los demás si hemos olvidado cómo hablar con nosotros mismos. En esta novela hay dos modos de asumir este viaje: desde la construcción de la máscara o desde su destrucción. Yo apuesto por la segunda: la verdad y la visibilidad son complicadas, sí, pero también muy gratificantes. Y ser y sabernos vulnerables, a la larga, es lo que termina por fortalecer nuestro auténtico  yo.
 
- T.: En la calidad e intensidad de tus diálogos se nota tu pericia como dramaturgo y en la transmisión del flujo de conciencia de los protagonistas –lo que equivaldría en el teatro a los monólogos- se ve tu oficio como narrador. ¿En qué terreno te sientes más cómodo? ¿Eres un dramaturgo que escribe novelas o un novelista que escribe obras de teatro?
 
- F.J.L.: En realidad, cuando escribo, no me planteo si soy dramaturgo o novelista. Solo me pregunto cuál es el género más idóneo para la historia que tengo en mente y, cuando doy con él, me pongo con ello. En "Las vidas que inventamos" es, además, la primera vez que incorporo tantos diálogos, pues en mis dos novelas anteriores había huido de ellos casi inconscientemente, como si pretendiera marcar las fronteras entre el yo novelista y el yo autor teatral. Gracias a Gaby y a Leo he roto esa frontera y he disfrutado dejando que fueran sus palabras las que condujeran todo el relato. En cuanto a mí, me cuesta etiquetarme: soy novelista, dramaturgo, profesor, director teatral y hasta editor de libros de texto. En realidad, creo que solo soy alguien con una enorme curiosidad por cuanto nos rodea y que necesita ponerle palabras para expresarlo.
 
- T.: Aristóteles en su “Poética” hablaba del efecto catártico que las obras dramáticas debían provocar en el público. ¿Es posible conseguir este mismo efecto con la narrativa o su finalidad es otra?
 
- F.J.L.: Hace unas semanas recibí el correo de una lectora de “Las vidas que inventamos” donde me contaba que la lectura de esta novela la había ayudado a tomar una importante –y difícil- decisión en su vida. No esperaba leer algo así –algo tan intenso- cuando me sumergí en esta historia, pero supongo que es un ejemplo de esa catarsis aristotélica y, sin duda, ha sido uno de los momentos más intensos que he vivido con esta novela. En mi caso, me conformaría con que la historia de Leo y Gaby formule preguntas, con que genere cierta incomodidad y con que, en definitiva, provoque que el lector se vea reflejado –tal y como intento también mi teatro, en obras como "Cuando fuimos dos"- en los aspectos cotidianos e íntimos que aparecen descritos en ella.

Desde Trabalibros agradecemos a Fernando J. López su amabilidad y el tiempo que nos ha dedicado contestando a nuestras preguntas y le deseamos mucha suerte en su trayectoria literaria.
Las vidas que inventamos (Fernando J. López)-Trabalibros Fernando J. López-Trabalibros
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