El título de este libro nos puede despistar sobre qué vamos a leer, pero solo hasta que empecemos a leerlo. Entonces descubriremos que se trata de un tema de bastante actualidad, desgraciadamente: los malos tratos y las consecuencias sobre las víctimas «colaterales», los hijos. Y descubriremos que el amor todo lo puede, pero que para que pueda poder algo, la persona receptora de ese amor tiene que estar en un estado de aceptación y perdón suficientemente elevado; de otra manera el crecimiento y desarrollo se hace complicado porque siempre quedará una huella de resentimiento, de tristeza, de baja autoestima, de duda…
Stephanie Butland nos narra la historia de Loveday, una joven mujer callada, introvertida, o mejor dicho casi asocial, amante de los libros, respetuosa y bastante indiferente hacia las personas que no forman parte de su círculo vital más íntimo (una o dos personas). La narración nos va a llevar a momentos de su infancia, cuando vivía una feliz y completa vida, creciendo como una buena estudiante, con una relación con sus padres muy estrecha, de amor y confianza. Pero esta perfecta descripción de una vida «normal» (o así debería ser) para una persona de seis, siete, ocho… años, se ve afectada por la pérdida de trabajo que sufre uno de sus progenitores. La relación entre sus padres cambia poco a poco, de manera imperceptible para ella porque, como la propia Loveday nos cuenta, aquellos pequeños detalles debían de ser normales ahora que todos compartían muchas más horas en casa.
El problema es que no, no era nada normal. Entre saltos en el tiempo que nos permiten conocer la vida de Loveday cuando era una niña, cuando tuvo que cambiar forzosamente de residencia y de vida para protegerse de la sociedad y los comentarios, cuando comenzó a trabajar en una librería por horas teniendo tan solo quince años, cuando tuvo su primera pareja, cuando en el momento presente es una mujer adulta, joven pero adulta, capaz de tomar de sus decisiones de manera autónoma (condicionada a la experiencia vivida, pero de forma autónoma, o eso cree ella)… Todos estos saltos temporales nos servirán para entender cada pequeño y gran acontecimiento en la vida de Loveday. El porqué de su carácter, de sus decisiones, de sus miedos, de sus anhelos, de sus sueños…
Y aunque el final del libro hace entender que la vida cambia y avanza para ella, Butland no nos regala un final «…y fueron felices y comieron perdices», sino que, en sintonía con la vida real, nos muestra que por el camino de crecimiento de cada persona hay tanto momentos buenos como malos; que los dos tipos de experiencias son necesarias para formar nuestro carácter, que, por desgracia, no basta desear que algo bueno ocurra para que así sea. En resumen, que la vida real es lo que estamos construyendo día a día, que la felicidad absoluta no es una realidad (salvo que vivas en un mundo de hadas, paralelo a este nuestro) pero que está en nuestra mano agarrarnos a un pequeño destello de luz para sonreír y disfrutar de todo lo que logramos cada día, que por lo general no es poco, solo debemos aprender a apreciarlo.