Como el propio Huxley dice muy bien, "una obra sobre el futuro puede interesarnos solamente si sus profecías parecen destinadas, verosímilmente, a realizarse". Un texto visionario como es "Un mundo feliz" tiene fundamentalmente una sola piedra de toque: el paso del tiempo y con él la posibilidad de comprobar el grado de acierto o error respecto a las pre-visiones del autor. Un autor que se caracteriza por una conciencia capaz de realizar representaciones anticipatorias de un futuro siempre incierto. Don profético lo llamarían los espíritus religiosos, mente protensiva como la llamarían los filósofos, facilidad para el cálculo prospectivo afirmarían los sociólogos, clarividencia sería el diagnóstico de los esotéricos. Nosotros simplemente lo llamaremos capacidad para alzar la cabeza sobre el presente y conseguir ver con cierta precisión hacia delante y a lo lejos.
Veintisiete años después de haber escrito "Un mundo feliz" Huxley revisita su obra más emblemática con un objetivo muy claro: comparar la sociedad que él describió en su novela con el mundo actual en el que vive. Un mundo que aun tiene muy presente los horrores de la Segunda Guerra Mundial y que asiste expectante al desarrollo del totalitarismo soviético y chino de cuño comunista. Un mundo donde siguen abundando los enemigos de la libertad o los enemigos de la sociedad abierta, como los llamaría Popper.
Al analizar el mundo de 1948 Huxley se da cuenta de que las profecías que hizo en 1931, fecha de publicación de "Un mundo feliz", se están cumpliendo con más rapidez de lo que él imaginaba y que la "pesadilla de la organización total" se estaba gestando y alguna de sus nefastas consecuencias eran observables ya en diferentes grados de desarrollo, incluso en las democracias occidentales no totalitarias. Los políticos han aprendido a gobernar, a través de la manipulación sistemática y no violenta del ambiente, las ideas y las emociones de los gobernados. El castigo y el miedo al castigo han sido sustituidos por el apoyo y el refuerzo de las conductas deseables y convenientes para el sistema. Los intereses de las minorías políticas y económicas necesitan para prosperar masas acríticas de ciudadanos amantes de su propia servidumbre, producto humano estandarizado ajeno totalmente al librepensamiento y a la contestación. El Estado se concentra pues en crear este tipo sumiso de ciudadano sin reparar en los medios, diseñando así "un mundo verdaderamente inhóspito para la libertad individual".
En el lúcido análisis que hace Huxley en "Nueva visita a un mundo feliz" se cuestiona la posibilidad de preservar la integridad del individuo humano y reafirmar su valor en una época caracterizada por un exceso de población, un exceso letal de organización y un refinamiento de los medios de comunicación de masas. Las "modernas tiranías" en las que el poder político y económico se concentra y centraliza cada vez más van sustituyendo poco a poco la violencia psíquica y psicológica por modernas técnicas de propaganda, convertida casi en un arte, y por un condicionamiento conductual que aprovecha los nuevos conocimientos de ingeniería psicosocial y los potentes persuasores químicos que se van descubriendo. La gente aun acaricia "la ilusión de la individualidad" pero su conformidad les lleva hacia la uniformidad y esta, como el propio Erich Fromm sostiene, es incompatible con la libertad y la salud mental, ya que "el hombre no está hecho para ser un autómata y, si se convierte en tal, la base de la salud mental queda destruida".
Estamos siendo empujados hacia un mundo feliz, completamente organizado y uniformizado, pero según Huxley el hombre no es un animal completamente social, es sólo moderadamente gregario, por lo tanto no se puede crear un "organismo social" al estilo de una termitera o un enjambre, sino solo una organización. El intento de crear un organismo simplemente alimentaría el despotismo totalitario y la transformación del hombre en "un receptor de órdenes sin espíritu crítico". A fin de evitar esta clase de tiranía debemos educarnos y educar para la libertad y el gobierno de uno mismo y, al hacerlo, educar sobre todo en hechos y en valores, "los hechos de la diversidad individual y de la singularidad genética y los valores de la libertad, la tolerancia y la mutua solidaridad, que son los corolarios éticos de tales hechos".