Hay cierta clase de libros que dejan al lector extenuado y vacío, satisfecho y pleno, todo al mismo tiempo como si de un esfuerzo físico se tratara. “
Nostromo” es sin duda uno de esos libros.
Quizá sea la novela más arrolladora de
Joseph Conrad (con permiso de “
Lord Jim”), la más grande y compleja. Fraguada a través de una prosa que a ratos puede parecer parsimoniosa, pero que dista mucho de caer en divagaciones —cada descripción, cada personaje, cada reflexión, todos y cada uno de sus párrafos guardan un sentido dentro del conjunto—, la historia se despliega con la amplitud de una epopeya. Desde el primer momento se paladea la esencia de lo que se está construyendo. Porque leer a Conrad puede resultar agotador, pero nunca aburrido. A medida que los personajes cobran vida sus grandezas y miserias se nos hacen tan palpables que no podemos dejar de preocuparnos por su destino, vincularnos a sus placeres y agonías, admirar sus virtudes y compadecernos de sus defectos, porque al fin y al cabo son iguales a nosotros mismos: humanos.
Asistimos en sus páginas al nacimiento del estado de
Sulaco —en la imaginaria República de Costaguana—, una provincia encerrada entre las aguas del Golfo Plácido y las cumbres nevadas del Higuerota, y lo conocemos como si hubiéramos nacido allí, porque el autor disecciona de igual modo la tierra y el hombre, y esa relación que los une y forma la esencia intangible de un pueblo. Conocemos pues a Charles Gould, propietario de la mina de plata de Santo Tomé, y a su esposa Doña Emilia, ambos unidos por una idea y separados en su soledad por la consecución material de esa misma ambición; al viejo garibaldino Giorgio Viola y a su familia, emigrantes italianos que acogen en su casa al joven capataz de cargadores, ese
Nostromo que da título a la obra como en una tragedia clásica; al ilustrísimo Don José Avellanos, político, historiador y hombre del pueblo, a su bella hija Antonia y a su enamorado Martin Decoud, hombre escéptico que sin embargo sabrá jugarse la vida a la única carta que verdaderamente importa; al capitán Mitchell y al enigmático doctor Monygham; al general golpista Montero, a su hermano el guerrillero Pedrito, al presidente dictador Ribera y a tantos otros, militares, obreros, mineros, ingenieros, políticos… una amalgama humana y pintoresca a la que el autor logra dar forma hasta hacerla cobrar vida, fluir inevitablemente hacia su destino.
“
Nostromo” puede ser leída como novela política y también como novela de aventuras, pero es mucho más que eso. Más allá de la extraordinaria recreación de una república bananera —de la meritoria y casi profética comprensión de una realidad latinoamericana que el propio autor nunca llegó a conocer de primera mano—, más allá incluso del perfecto entramado de acción —con sus revoluciones, contrarrevoluciones, intereses materiales y emocionales—, la novela es sobre todo una exploración de la insondable condición humana, de esas tinieblas tan presentes en su obra y que acechan en el corazón de todos los hombres, bien sea en forma de orgullo, avaricia, simple estupidez o disfrazada incluso de los ideales más altos y altruistas.
Su argumento encierra también una velada crítica al progreso basado en la explotación colonial, ese materialismo exacerbado en que las multinacionales y los estados extranjeros se reparten las riquezas a espaldas de un pueblo que utilizan como materia prima. Pero en la prosa de
Conrad no hay lugar para maniqueísmos: cada personaje es un simple esclavo de sus circunstancias, y nosotros, lectores, no somos quienes para juzgarlos. Intentamos simplemente ponernos en su sitio, navegar junto al capataz
Nostromo en la negra noche del Golfo Plácido, dejarnos atrapar por la fascinación morbosa de ese tesoro oculto, esa plata maldita, y descubrir entonces la verdadera madera de la que estamos hechos.