«A veces Antonia pasaba horas sentada en el váter; lo hacía para restarle tiempo a la convivencia con su marido», así comienza esta novela en la que Edgar Borges deja claro desde el principio que Antonia, la protagonista, no vive una relación conyugal envidiable. Unas páginas más tarde esta idea se reafirma: «Antonia volvía justo a la hora en la que tenía que preparar el almuerzo. Y si llegaba más temprano, conducía lentamente alrededor de la plaza, todo para no llegar a casa ni un minuto antes de tiempo».
"La niña del salto" es la historia de Antonia, una mujer que en el pasado fue capaz de tener sueños y aspiraciones, pero que el presente la ha llevado a un matrimonio infeliz, en un pueblo del norte de España anclado en el pasado, donde parece que lo único que ocurre viene de la mano de Dicxon, su marido, y todo lo que ocurre se reduce a un torneo de póker, que él organiza y que él gana; rodeada de una serie de vecinos que apenas aportan vida a la trama, porque su papel se reduce a seguir a Dicxon y afianzar su papel superior en este inmóvil escenario. También es la historia de una niña que en lugar de andar da saltos, la hija de Antonia y Dicxon.
Los saltos parecen tener una gran importancia en la novela, simbolizan ese futuro que pudo ser el de Antonia, pero que desapareció a la vez que desapareció la admiración que esta tenía por el matrimonio de sus padres, cuando él abandonó a su madre y ella decidió poner fin a una vida reservada ya a la soledad. Una soledad que Antonia ha heredado, y que en el fondo es la única tabla de salvación en su presente «Para ella toda forma de soledad representaba una angustia menor». La soledad, la fantasía y su hija son sus salvavidas.
En "La niña del salto" son fundamentales los roles de los simuladores, unos personajes que Antonia conoció en su juventud, cuando todavía era capaz de pensar en su poesía, personas que la cedieron una biblioteca de más de doscientos libros, una realidad literaria que murió cuando acabó su juventud, su madre murió y comenzó su matrimonio.
Pero esta novela es más; es un continuo juego con el tiempo. El pasado que representa un futuro ilusionante y el presente que es imagen de la realidad decepcionante, anodina y castigada que vive Antonia. Solo su imaginación la mantiene apenas viva, aunque a la vez es una tortura por representar un anhelo que nunca alcanzará.
Edgar Borges, escritor venezolano autor de "¿Quién mató a mi madre?", "La contemplación" y "El olvido de Bruno" entre otros libros, nos reta a conocer una historia de vidas apagadas, encendidas fugazmente por una luz del pasado que parece una espiral de fracasos y pérdidas destinada a apagarse a mayor velocidad de la que tarda en consumirse una cerilla en un pueblo frío y lluvioso del norte de España.
Curiosamente, el título del libro no hace referencia a la protagonista de esta historia, sino a su hija. El peso de la niña en la historia de Antonia es mayor del que podemos leer en la novela de Edgar Borges. Esta niña que se mueve a saltos, esta niña que apenas se relaciona con su padre y que mantiene el contacto con la vida a través de su madre y de Mandala (un africano que aporta el toque más exótico, y también efímero, a las vidas de la madre y la hija), esta niña que parece vivir casi al margen de los problemas porque vive en su mundo de fantasía, es un reflejo de la infancia de Antonia. Una infancia que murió junto con los sueños de Antonia.
Edgar Borges, completa la novela con un gran número de referencias a autores de todos los tiempos, referencias literarias que afianzan la importancia de los sueños, el deseo, la fantasía en la vida de toda persona. Un recurso, el de la metanarrativa, que da fuerza a la importancia de la literatura en el transcurso de nuestras vidas.