"Coloca una hoja en blanco sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma: Fue. Nunca volverá a ser".
El autor ha perdido a su padre inesperadamente. El hecho tiene algo de prematuro; cuando la muerte no avisa, siempre nos da por pensar que ha cometido un error. En ese momento, Auster advierte que se encuentra ante la última oportunidad para acercarse a su padre, ese gran desconocido. De manera póstuma -ya no hay otra opción- empieza la escritura de "Retrato de un hombre invisible", el primero de los dos textos que componen este libro.
Su padre fue siempre una figura ausente, no sólo para Auster. Un hombre inexcrutable, hermético y evasivo. Alguien que no se quiso nunca dar a conocer.
El hijo tratando de impresionar al padre para obtener su aprobación, un padre que sólo era capaz de ver al hijo "a través de la bruma de su soledad, a una gran distancia de sí mismo". "Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro", concluye Auster. Nunca estuvo ahí del todo. Ahora, que ya no lo está de ningún modo, es la ocasión de acercarse a él, buscando la verdad en el pasado.
La frase que encabeza esta reseña cierra un ciclo y abre otro: "El libro de la memoria", un texto inclasificable donde Auster vierte la esencia de toda su obra. Sugerente título para un escrito engendrado en estado de gracia, al despojarse el autor de todo lo accesorio y aprovechar un hecho capital -el fallecimiento de su padre de forma repentina- para profundizar en la vida, la muerte y la frontera entre ambas.
En este segundo texto, Auster vuela libre dentro de sí y apunta lo que sale a su encuentro. Recuerdos (¿reales o imaginados?), sensaciones, emociones, interpretaciones. Para ello, se vale de la memoria.
"La memoria como un lugar; como un edificio, como una serie de columnas, cornisas, pórticos. El cuerpo dentro de la mente, como si nos moviéramos allí dentro, caminando de un sitio a otro, y el sonido de nuestras pisadas mientras caminamos de un sitio a otro".
"La memoria como una habitación, un cuerpo, un cráneo; un cráneo que encierra la habitación donde se encuentra el cuerpo".
La memoria como sitio al que volver para recuperar lugares, imágenes, objetos, hechos, "los objetos enterrados de nuestra propia vida". Para tratar de comprender lo que nunca llegaremos a saber: qué somos, qué fuimos, quiénes fueron nuestros padres, nuestros hijos, las personas más importantes de nuestra vida.
La memoria como un árbol de muchas ramas o un laberinto de infinitas soluciones que seguimos empeñados en resolver. El ser humano, siempre a la búsqueda de respuestas sobre sí mismo, echando mano de la memoria como única fuente fiable para obtener pistas.
El ser humano y la memoria como biblioteca de lo que fue su vida. Extrayendo volúmenes, subrayando párrafos, estableciendo conexiones. Afinando el oído para detectar patrones, coincidencias, casualidades. Pespuntes que, al guionista de la historia de su vida, se le hubieran podido pasar. Casualidad, esa palabra que no existe en el terreno de la ficción, y que se parece tanto a causalidad.