Dos décadas y media habían transcurrido desde que Mauro Larrea pisara por primera vez tierras mexicanas. Llevó consigo a sus dos pequeños, una pena inconsolable y un tremendo coraje con el que bregar. Abandonó España en busca de un presente y encontró un futuro; ante hombres tenaces y valientes como él las oportunidades no solían pasar en vano. Empezar de la nada no fue obstáculo suficiente para que hiciera fortuna en la mayor metrópoli de las Américas, la vieja Tenochtitlán.
No conforme con trabajar eternamente picando en la mina, emprendió proyectos ambiciosos, adoptó posturas arriesgadas, estableció tratos con poderosos y, paso a paso, sus planes fueron dando frutos: el negocio de la minería de plata y su talante luchador habían hecho de él un hombre acaudalado. Siendo una persona acostumbrada a triunfar, por la mente de Mauro Larrea no podía siquiera asomar una idea terrible que, justo ahora, acababa de tornarse realidad.
La noticia no podía ser más desafortunada: una muerte inesperada había llevado al traste la compra de maquinaria que había adquirido para tratar de poner de nuevo en marcha la mina de las Tres Lunas. Lo había perdido todo. Era, ahora se evidenciaba, un negocio demasiado arriesgado, ya que conseguir el dinero para la compra requirió invertir todo su patrimonio, endeudarse por completo e hipotecar sus propiedades. Todas menos una, el viejo palacio barroco colonial que le situaba en las altas esferas sociales a ojos de los demás.
La vida sitúa a Mauro Larrea en una situación especialmente delicada. Ante ella sólo caben dos alternativas, la de seguir adelante o la de rendirse y echar hacia atrás. Y un superviviente como él sólo contempla la primera de ellas. De modo que, a sus 47 años, recoge los escombros de lo que en los últimos años había sido una existencia envidiable y se dispone a empezar de nuevo, esta vez en la ciudad de La Habana. Allí, a la desesperada, tratará de conseguir el dinero suficiente para impedir la ruina que le amenaza.
En Cuba se cruzará en su camino una mujer traidora, poco recomendable y manipuladora, de nombre Carola Gorostiza. También una oportunidad para escapar de sus problemas económicos, en forma de hacienda jerezana que ganará en una apasionante apuesta materializada en una larga partida de billar. Esta nueva propiedad, La Templanza se llama, comprende una bodega y una finca de viñedos semiabandonada y marcará el rumbo de sus pasos hacia el Jerez de la segunda mitad del siglo XIX, una próspera ciudad andaluza que por aquel entonces atravesaba un momento floreciente gracias al comercio de vinos con Inglaterra.
De vuelta a su país natal, desterrado por segunda vez y con un as en la manga como única posibilidad, Mauro tratará de rentabilizar su nueva propiedad procurando mantener su apariencia de indiano rico que desea invertir en Jerez. Y no habría jugado mal sus cartas, de no ser por la aparición en su vida de una mujer resuelta, extremadamente hábil e inteligente, ante la que suele perder el control de la situación. Se trata de Soledad Montalvo, la esposa de un marchante de vinos londinense que siempre se le adelanta; una bella mujer de mundo llena de recursos que cambiará su destino y hará tambalear los principios de este hombre curtido que, hasta el momento de conocerla, se creía dueño de sí mismo.