"Quien ha llegado a viejo y tiene conciencia de ello, podrá observar cómo, pese al declinar de las fuerzas y facultades, hay una vida que sigue creciendo y complicando con cada año la infinita red de sus relaciones y engarces".
(Herman Hesse)
Envejecer de una forma plenamente humana y mantener el tono vital y la sabiduría que corresponde a nuestra edad es un difícil arte. En muchas ocasiones, nuestra alma se retrasa o se adelanta con respecto al cuerpo, dando lugar a curiosos fenómenos extremos, a saber: personas que deciden hacerse viejas a los treinta años y personas que consiguen, tras ochenta años de vida, que sólo la muerte les arrebate la juventud. Este segundo tipo de personas, auténticas máquinas de vivir, muestran bien a las claras que la vejez, dejando aparte su indiscutible componente biológico, es más una cuestión de actitud que de años; que nada hay más rejuvenecedor que buscar extensiones de nosotros mismos y no limitaciones; nada más ilusionante que seguir teniendo metas, sueños y ganas de aprender; y, por otra parte, nada más paralizante que vivir el hoy pensando en el ayer, lo cual, según Mafalda, sería como mirar el futuro con el cogote.
Leopoldo Abadía no deja de sorprendernos. Este mozo octogenario, este "gurú campechano", como lo llama Andreu Buenafuente, tras un año duro de verdad en el que ardió su vivienda en un incendio y tuvo que ser operado de la cadera tras una caída, resurge convertido en Leopoldo 2.0, una versión actualizada y mejorada de sí mismo pero con un ligero "toque vintage". Y resurge escribiendo un libro "desordenadamente ordenado" sobre sí mismo. Un libro que no es un recetario para envejecer con garbo, ni una reflexión acerca de la senectud, sino un texto desenfadado y autobiográfico trufado de anécdotas, experiencias y pensamientos que componen el perfil de un hombre que derrocha inteligencia, simpatía, sentido común y calidez humana.
Para este zaragozano madurito, padre de doce hijos y abuelo de cuarenta y cinco nietos, jubilarse es una prescripción legal, cumplir años es algo inevitable y sufrir achaques y asumir limitaciones, también. Pero sentirse viejo no es una obligación. A Leopoldo le gusta la vida tal como es, le gusta meterse hasta las cejas en lo que pasa y comprender lo que ocurre a su alrededor. Lee y piensa para formarse un criterio, ya que éste no se tiene por acumulación de años, sino tras dedicar muchas horas a discurrir correctamente. Actividad, entre otras cosas, muy barata y que evita que te conviertas en un robot replicante o en un zombi.
Leopoldo piensa que a fuerza de tropezar varias veces con la misma piedra le tomamos cariño a la piedra, pero que esto no nos debe impedir recomenzar cada vez y nos recuerda que los auténticos winners no son los que nunca caen, sino los que siempre se levantan tras las caídas. Afirma que los complejos sólo los tienen los "simplejos", que hay dos tipos de personas: los facultativos y los dificultativos, y que hay que alinearse con los primeros, ya que la diferencia entre "quiero ayudar" y "quiero hacer la vida inaguantable a los demás" es abismal. No deja de insistir en la idea de globalizar la decencia, que se consigue sumando millones de actos honestos hechos por muchas personas decentes. Partidario del sentido común a la vieja usanza, aquel que el diccionario de la Real Academia Española de 1992 definía como "facultad de juzgar razonablemente las cosas", Leopoldo defiende desde San Quirico que ser libre y estar alegre es lo mismo, que hay que centrarse en el aquí y ahora, que la virtud de la flexibilidad forma parte de la prudencia, que sin "equipo" (familia, amigos, compañeros) uno no es nadie y que todo en este mundo cuesta.
En definitiva, "Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón" es un libro en el que Leopoldo Abadía nos muestra su manera de ser viejo, basada sobre todo en seguir pensando como un joven y en aplicar una regla de oro fundamental: "Vive en paz, vive ya y aprovecha tu tiempo para hacer feliz a los demas".