"Tú posees una discreción natural; mantenla siempre contigo. Ten mucho cuidado con las palabras que digas con el corazón, pues nunca regresan. Mantén ocultos tus deseos, ya que el hermetismo es un escudo formidable; y sobre todo escucha. Deja que los demás hablen cuanto deseen; de este modo los conocerás y tendrás ventaja sobre ellos. [...] Aprende a ser humilde, incluso con tus conocimientos. Nunca digas todo lo que sabes, guarda algo para ti, como ofrenda al dios Thot de quien recibes el conocimiento".
Corrían buenos tiempos para el
Antiguo Egipto. Amenhotep III durante su reinado en el siglo XIV a.C. logró despertar la prosperidad y mantener una larga época de paz. La abundancia cubría el país mientras las artes florecían en lo que supuso "uno de los períodos más interesantes y a la vez controvertidos de la historia de la tierra de los faraones". La tierra en
Ipu era fértil pero la vida allí era difícil, con la ciudad sometida al yugo de gobernantes corruptos y sus habitantes soportando la tiranía y los abusos continuos.
Iki era un niño que había venido al mundo cuando ya nadie le esperaba, hijo de Kai el campesino. Vivía con su familia en
Ipu, una ciudad egipcia situada a 150 km al norte de Tebas, donde "el
Nilo se retorcía en sinuosos meandros que daban a la vega un aspecto de singular quietud".
Ipu era un lugar que parecía bendecido por los dioses, allí abundaba la caza, la pesca y los árboles frutales. Su tierra era fecunda y solía ofrecer cosechas abundantes.
Iki estaba orgulloso de pertenecer a esta tierra, aunque para sobrevivir en ella fuera necesario "ser cauteloso como el cocodrilo, que siempre se encuentra oculto, agazapado, listo para cobrar su presa".
Pronto
Iki empezó a llamar la atención de los demás. Saltaba a la vista que era un niño muy perspicaz, con una agilidad mental fuera de lo común y una capacidad de análisis que a todos sorprendía. Su mente era muy despierta y lo analizaba todo de forma natural; en especial poseía una extraordinaria habilidad para hacer cálculos. Debido a esto, en lugar de su nombre de pila todos le llamaban
Neferhor, hijo de Thot, dios de la sabiduría, las ciencias y las letras.
Neferhor ha observado que nunca hay dos cosechas iguales y que cada año es diferente al anterior. Sospecha que "el
Nilo esconde un gran misterio" y que el río tiene mucho que ver en esto, ya que "él es el verdadero poder; todo gira a su alrededor". Este niño, que sorprende tanto a los más humildes campesinos como a los escribas y sacerdotes más instruidos, deja a todos admirados cuando calcula las cosechas de los campos sin ninguna dificultad y es capaz incluso de predecir el nivel máximo de la crecida del
Nilo. No sabe leer ni escribir, pero su padre le enseñó a contar y eso le basta.
"
Mis secretos no tienen nada que ver con la magia" -asegura
Neferhor- "
Sólo hay que saber escuchar al Nilo". El río y los cocodrilos esconden una sabiduría milenaria reservada sólo para ojos preclaros, cuya mirada bebe de la naturaleza misma.
"
Ansío leer los textos sagrados, aprender las palabras de Thot. Estudiar los números, las estrellas, el por qué de las cosas. Deseo el conocimiento".
Neferhor desea ante todo convertirse en escriba y para su preparación debería ingresar en la Casa de la Vida. La más cercana estaba en el Templo de Karnak y era una de las más prestigiosas de
Egipto, se decía que sus archivos atesoraban "todo el conocimiento acumulado en Kemet desde hacía milenios". La Casa de la Vida era un lugar de estudio sagrado al que un vulgar campesino nunca tendría la oportunidad de acceder, aunque esto no debía hacerle perder la esperanza.
Neferhor había aprendido que el destino de cada cual está determinado, pero sabía también que hay dioses que pueden variar su rumbo. A veces, los dioses trazan planes complejos para gente sencilla.