El ser humano es un moderno Prometeo que, en vez de robarle el fuego a los dioses, les sustrajo un potente cerebro capaz de transformar una selva de inputs sensoriales en una red semántica y afectiva desde la que interpretar y evaluar la realidad para luego producir, de forma creativa, novedades valiosas que mejoren sus posibilidades existenciales.
El hombre es un creador nato y tiene, en palabras de Sartre, "el mundo como tarea". Su inteligencia no se conforma con lo dado, necesita constantemente descubrir y ampliar sus poderes. Teoriza para comprender la realidad, usa el arte y la poesía para transfigurarla y embellecerla y desarrolla la tecnología y la ética para transformar las condiciones materiales y morales de su existencia. Parafraseando a Hölderlin, creadoramente habita el hombre la tierra.
Es innegable, pues, que el hombre es un ser creativo y que esta habilidad mental se puede aprender y entrenar hasta convertirla en un hábito capaz de "transfigurar el esfuerzo en gracia". Es innegable también que el ejercicio de la literatura precisa de altas dosis de creatividad y que los escritores se afanan en conseguir la excelencia literaria, superando sus carencias en lo que se refiere tanto a su competencia lingüística como a su capacidad de ver e interpretar la realidad. Es indudable que nuestro pensamiento está estructurado en base a la palabra y que desde esta palabra miramos el mundo y acabamos expresándolo de forma que se produzca "la emergencia conjunta del mundo y del lenguaje".
Pero es del todo imposible que las palabras fluyan si no existe el deseo, el entusiasmo y la necesidad de escribir, concretada en un objetivo creativo, anticipado a su vez por un proyecto literario. Así como es improbable también que surja una obra de verdadero valor si con anterioridad al proceso de escritura el artista no ha generado "un mundo intencional" rico y luminoso, un mundo propio que incluya en un todo su visión de la existencia, el conjunto de sus experiencias, la calidad de sus emociones, la riqueza de su pensamiento y, sobre todo, la idea de lo que para él significa escribir y de lo que debe ser la función del escritor y el papel de los libros como garantes de cierta forma de verdad.
El escritor, por lo tanto, va construyendo su mundo intencional al mismo tiempo que adquiere y entrena unos potentes hábitos expresivos, bebe de su memoria creadora entendida como almacén activo de ocurrencias literarias , busca su estilo educando su inconsciente voluntariamente y elige sus propios criterios de evaluación que le permitan juzgar el resultado de su trabajo como valioso o no, como ajustado o no a sus propios patrones de verdad y belleza. Esta peculiar sensibilidad, este especial "criterio de gusto", revelaría la entera personalidad del escritor, que es en definitiva la máxima expresión de su arte.
"La creatividad literaria" no es un método para aprender a escribir ni un manual de creatividad dirigido a escritores, según José Antonio Marina y Álvaro Pombo este libro sería más una carta al estilo de "Cartas a un joven poeta" de Rilke o "Cartas a un joven novelista" de Vargas Llosa, en la que dos creadores veteranos reflexionan con intención pedagógica al respecto de toda una serie de temas fundamentales para los escritores: la vocación, el estilo, el lenguaje, el proyecto literario, la imaginación... Pero su mensaje final no hace referencia a un oficio, especialidad profesional o actividad artística desarrollada a partir de una tradición, sino que haría referencia a algo más básico, más primario, más cercano a la esencia de lo que somos como especie; haría referencia a la "experiencia literaria", al papel del lenguaje y su expresión como intermediario entre nosotros y todo lo que nos rodea. Frente al silencio ontológico del mundo, contra el mutismo de lo real, el hombre como "cuidador del ser" humaniza la realidad con la palabra, la hace hablar, le da un sentido. Usa el lenguaje primero para comprender esta realidad y luego para comunicar lo descubierto a otros seres humanos. Experimentar literariamente la realidad y darla a entender con palabras, buscar los significados y comunicarlos, es algo profundamente humano, seguramente nuestra principal misión como hombres.